Lo que nos faltaba: pagar por diseñar, por Víctor Palau

«Un día pagaremos por trabajar». Recuerdo que Álvaro Sobrino me lo dijo hace años, como una profecía oscura que no quería creer. Pues bien, ese día ha llegado. En un giro grotesco de los acontecimientos, ahora los diseñadores no solo debemos competir por proyectos, sino que encima debemos pagar por tener la oportunidad de presentar una propuesta. Y todo gracias a la última invención de algunas startups que, como Fantacycling, han encontrado la fórmula perfecta para aprovecharse de la pasión de los creativos: cobrarles por trabajar. Fantacycling, una startup italiana centrada en el ciclismo, ha lanzado un concurso para rediseñar su identidad visual. Hasta aquí, todo bien. El problema es que para participar, hay que pagar. Dependiendo de cuándo te inscribas, la tarifa varía entre 45 € y 75 €. ¿El premio? Unos miles de euros para los ganadores y, claro, la promesa de "visibilidad" y posibles colaboraciones futuras. Suena bien, ¿verdad? Pues no lo es. Porque esta práctica nos está llevando a una situación insostenible y peligrosísima para la profesión. Esto va directamente contra la línea más baja del respeto profesional. Estas malditas startups se han dado cuenta de que hay un ejército de diseñadores apasionados, deseosos de llenar su portfolio y estar en el meollo, que están dispuestos a pagar por la oportunidad de demostrar lo que valen. Y claro, la trampa es perfecta: "Si pago esta pequeña cantidad ahora, seguro que luego me llegan más trabajos, ¡como si no hubiera un mañana!", piensan muchos. Lo peor es que habrá quien lo crea, quien se inscriba, quien lo haga... y eso es lo más preocupante. Este modelo de negocio es un ataque frontal contra los principios básicos de nuestra profesión. Y si esta práctica se extiende, será el fin de una época. El día en que los clientes se den cuenta de que pueden pedirnos dinero para presentarles propuestas, la profesión del diseño quedará reducida a una especie de mercadillo de talentos donde solo ganan ellos. Pagar por trabajar. Así de simple. Y lo más preocupante es que habrá muchos, muchísimos, que se presentarán. Que les dará igual lo que le pase al sector. Que no ven más allá de su propia necesidad de exposición. Diseñadores que, con tal de conseguir un trabajo, son capaces de tirar por la borda la dignidad de una profesión. Porque esta es la realidad: nos estamos convirtiendo en una profesión pop, en una especie de Got Talent donde todo el mundo, con o sin talento, con o sin experiencia, se siente capacitado para ofrecer sus servicios. Mientras tanto, los verdaderos profesionales nos vemos acorralados por una competencia desleal y por clientes que, poco a poco, pierden el respeto por nuestro trabajo. Y no nos engañemos: ninguna organización profesional va a hacer nada. Nadie va a levantar la voz. Ningún colegio, asociación o entidad del sector va a llevar esto a los tribunales. Todo el mundo va a mirar para otro lado mientras los clientes se sienten cada vez más impunes. Y eso es lo más peligroso de todo: esta falta de reacción. La indiferencia del sector ante una práctica que, si no se frena, acabará por hundirnos a todos. Así que, aquí estamos. Pagar por trabajar. El sueño húmedo de cualquier cliente que no tiene respeto por los creativos. No les basta con recibir decenas de propuestas gratis en concursos abiertos; ahora quieren que les paguemos por el privilegio de hacer su trabajo. ¿Qué será lo siguiente? ¿Pagar una cuota mensual para tener derecho a presentar nuestros proyectos a empresas? Como profesionales del diseño, es hora de que nos plantemos. No podemos permitir que esta tendencia siga creciendo. Nuestro trabajo tiene valor. Nuestro tiempo y nuestras ideas tienen valor. Y es hora de que lo exijamos, alto y claro.

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