300 mapas de todo el mundo y de cualquier época que nos muestran lo que los mapas revelan sobre su historia y sobre nosotros mismos. Seleccionados por un panel de cartógrafos, académicos, coleccionistas y anticuarios, estas representaciones gráficas muestran más de 5.000 años de innovación cartográfica en diversas culturas.
Soy un apasionado de los mapas. En mi casa hay uno de 3×2 metros del instituto cartográfico francés que es una maravilla.
Seguramente al ser humano la necesidad de crear mapas le viene por la inmensa curiosidad de saber qué pasa a su alrededor. Estos, más allá de su belleza gráfica, son una herramienta para comprender quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Como se cita en el libro, puede que la mejor definición de «mapa» sea la del historiador de la cartografía Brian Harley, que lo describió como «representaciones gráficas que facilitan la comprensión espacial de cosas, conceptos, estados, proceso o sucesos del mundo humano».
Este libro reúne mapas de muchas épocas y cultura que abarcan desde los primeros intentos griegos de cartografía científica y los rollos de Asia oriental hasta las complejas redes sociales actuales.
Desde los primeros mapas de navegación precolombina donde no aparecía el continente americano hasta las representaciones por satélite más precisas de la actualidad.
El libro dispone los mapas por parejas para de ese modo confrontar dos realidades, dos momentos que pueden ser comparables geográficamente, históricamente o conceptualmente. Comparar por ejemplo los flujos históricos de la lava del Vesubio con el mapa de las inundaciones que el huracán Katrina provocó en Nueva Orleans. Dos mapas alejados en el tiempo pero también alejados en la tecnología usada para revelar información sobre desastres naturales.
Este libro está repleto de joyas. Hace referencia al celebre geógrafo del siglo II Claudio Ptolomeo que fue el primero que codificó las ideas de proyección de latitud y longitud, con un mapa icónico de 1482 de su libro Geografía.
También se hace referencia a la manera de proyectar los mapas con el primer mapa de Mercator de 1569, representación que seguimos utilizando hoy en dia, o la corrección que hizo Peters en 2015 donde los países del norte no aparecen más grandes y dominantes en el mapa.
También mapas del mundo al revés, o boca abajo, pero que se comercializan en Australia y Nueva Zelanda, que se burla de la concepción de que el norte está «arriba» y el sur «abajo», una concepción que también se demuestra en otros mapas medievales donde los puntos cardinales no están orientados como hoy en día; el este se podía poner arriba o el sur a la izquierda.
Me apasionan los mapas donde se atisba el nuevo continente americano, como el Planisferio de Cantino donde se representa en 1502 lo que habían descubierto dos generaciones de navegantes portugueses. O el primer mapa donde aparece el nuevo continente de forma independiente a Asia y donde por primera vez aparece la palabra América.
No solo aparecen geográficos, también mapas de cosmología religiosa tanto del catolicismo y su concepción del mundo como del hinduismo o el jainismo. También comparaciones como los grandes mapas geopolíticos donde datos y distancias son la representación del poder con los mapas de palos de un habitante de las islas Marshall donde las islas de alrededor aparecen más cerca o más lejos en el mapa en función de lo que se tardaba en llegar por influjo de las corrientes. La isla de enfrente que se ve a simple vista se tarda más remando porque hay corriente que dificulta el viaje mientras que otra isla que aparece lejana en el horizonte se representa cerca porque las corrientes permiten un viaje más rápido. Una maravilla conceptual.
En la actualidad desarrollamos mapas muy precisos gracias al GPS pero también abstractos que no tienen la tangibilidad de la geografía, pero que son tanto o más importantes para discernir el universo digital en el que nos movemos. Mapas del uso de las redes sociales; cómo se mueve el inmenso flujo de información de internet, eso que llamamos Big Data. Es posible que esa sea la próxima frontera, el próximo continente que descubrir.
Los mapas son una abstracción de la realidad siempre imperfecta pero enormemente bella. Actualmente se está creando el mapa de la estructura cerebral donde posiblemente se encuentren los nuevos continentes que descubrir, la última frontera de la cartografía, aunque como apunta el libro, todavía nos queden por representar «el mundo subatómico, el universo exterior, los océanos más profundos o los laberintos de miles de millones de vidas cotidianas que ofrezcan un nuevo reto a los cartógrafos» del futuro.