La tipografía frente al espejo de la ética

La CIA, la agencia de inteligencia estadounidense, emplea para su rebranding dos fuentes de Grilli Type, que nada ha tenido que ver con ello, salvo diseñarlas y ponerlas a la venta. A raíz de este hecho, el debate sobre el uso ético de la tipografía está servido. ¿Cómo te sentirías si una fuente tipográfica diseñada por ti fuese usada para difundir mensajes de odio, machistas, homófobos o racistas? Esta es una de las cuestiones surgidas a raíz del intenso debate suscitado por el hecho de que la CIA haya adquirido para el rediseño de su identidad visual dos fuentes tipográficas creadas por Grilli Type, GT América y GTSectra. En cuanto se enteraron, Grilli Type emitió un tuit en el que aclaraba su postura al respecto: «En cuanto al uso de nuestros tipos de letra por parte de la CIA, su agencia adquirió la licencia directamente a través de nuestra tienda en línea. No teníamos conocimiento previo de este uso y no participamos de ninguna manera en su rediseño». Desde que tuve conocimiento de este asunto no dejo de darle vueltas a la idea del test que elaboró Milton Glaser sobre el compromiso ético de los diseñadores y que tituló «Camino al infierno». Tengo claro que lo que ha sucedido con Grilli Type es diferente a las cuestiones planteadas por el maestro neoyorquino, pues aquí no hay voluntariedad por parte de la fundición suiza, pero me ha ayudado a reflexionar acerca de lo sumamente difícil que resulta evitar que nuestros valores entren en grave conflicto por las circunstancias a las que nos empuja un mercado asilvestrado donde parece primar el sálvese quien pueda. La CIA no es precisamente una organización éticamente ejemplar y aquí sí que hay consenso entre la comunidad creativa. Parece ser que el lobo ha mostrado sus negras orejas y todo el mundo anda de un lado para otro intentando hallar respuestas a un asunto endiablado. Cunde la idea de que poco o nada se puede hacer al respecto. Es el mercado, amigas y amigos. Y el mercado es una jungla. Aunque quizá sí se pueda hacer algo más. eula al rescate. o no Desbordados ríos de tinta han corrido a cuenta de la venta de tipografías. Problemas irresolubles como la piratería o este que tratamos hoy de la imposibilidad de controlar el destino final de las fuentes, sobrevuelan insistentemente el comercio tipográfico. Desde un punto de vista meramente técnico, una fuente tipográfica es un software que el cliente final adquiere para usarlo. Es decir, no se trata exactamente de comprar una tipografía, sino de pagar por usarla bajo ciertas condiciones. Estas condiciones se regulan mediante el EULA, siglas en inglés de End User License Agreement, es decir, un contrato donde se acuerda la licencia de uso que disfrutará el usuario final de la fuente, pero el propietario de la misma es y seguirá siendo el diseñador o la fundición. A raíz del asunto de Grilli Type con la CIA, se han puesto sobre la mesa diversas ideas para tratar de controlar el destino de las tipografías una vez vendidas incluyendo en los EULA cláusulas éticas con la finalidad de limitar su uso por razones de conciencia. Algunas fundiciones llevan ya unos años incluyendo estas cláusulas en sus licencias. Se pretenden regular restricciones que pueden ir desde la prohibición de emplearlas en campañas políticas hasta las más que comprensibles encaminadas a evitar que sean usadas en mensajes de odio, homofobia, racismo, machismo o cualquier clase de discriminación o llamadas a la violencia. Mostrando una encomiable solidaridad gremial, algunas fundiciones hacen públicas sus cláusulas éticas por si fuesen de utilidad para otras compañeras y compañeros del oficio. Sin embargo, surge con fuerza una cuestión que por ahora no tiene respuesta clara. ¿Cómo pueden los diseñadores tipográficos y las fundiciones hacer cumplir estas cláusulas éticas de sus EULA? Detectar usos no adecuados y presentar demandas judiciales al respecto no parece que esté al alcance de la gran mayoría de diseñadores tipográficos. Los acuerdos contenidos en los EULA son vinculantes, pero ¿quién se va a enfrascar en una batalla judicial contra, pongamos por caso, una organización neonazi? Suena aterrador. Y carísimo. Sea como fuere, el asunto presenta multitud de recovecos y meandros, ya que implica descender a la raíz en busca de la naturaleza misma de las letras. En este sentido cabría hacerse la siguiente pregunta: ¿es la tipografía un arte, con todo lo que ello implica, o se trata, por contra, de una aséptica y neutra herramienta de comunicación?

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