La resaca de unos premios

La icónica foto de Faye Dunaway (1977 – Terry O’Neil) la mañana siguiente de haber ganado un Oscar es la imagen más elocuente de lo que es el día después de unos premios. El trofeo conseguido encima de la mesa, con toda la prensa a sus pies y en el fondo la inmensa piscina del Beverly Hills Hotel. Toda una metáfora de la soledad después de conseguir llegar a la cima. Una foto inmensa con una gran historia detrás, por cierto.

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Después de cada noche de premios todo el mundo se levanta con una resaca rara, no me refiero a la alcohólica. Son pensamientos que te asaltan, reflexiones e ideas contradictorios.

Todos los premiados están exultantes de felicidad y entusiasmo. Que te den un premio siempre es un subidón. Por otro lado la decepción. Es normal. La ilusión de que te toque un premio y que luego se lo lleve otro, pues te deja un poco descolocado. Siempre es así.

Están los que apelan al poco nivel, a la falta de rigor, a la incomprensión en muchos casos. Todo el mundo tiene algo que decir. «Es que hay cosas que no entiendo, mira … » «¿Pero cómo pueden premiar eso?».

Y es es que los premios siempre tienen esas caras. Muchos colegas no entienden la glorificación del feismo, o de la tendencia más banal. No entienden porqué el jurado elige a unos y no a otros. La tendencia se impone muchas veces a la ortodoxia. Lo sorprendente, incluso lo gracioso, se adelanta a lo formal, a la corrección.

Pasa en todos los premios a los que asisto. En todos. Es divertido y es parte de la gracia de estos eventos. Se habla, se reflexiona, se opina y critica, que en esto todos somos expertos. Mucha crítica y en algunos casos mal intencionada. En el fondo hay grandes distancias generacionales que hacen saltar la conciencia a más de uno, pero también hay buenas reflexiones que si se pudiera tomar nota en cada corrillo post premios, seguro que mejoraríamos mucho.

Mi opinión es contradictoria. Por un lado entiendo la glorificación del feismo, como entendía la desestructuración carsoniana de los 90, pero por otro me aburre la persecución del premio por el premio, la falta de reglas para los premios. La banalización de la profesión, incluso la falta de profesionalidad me irrita. Porque esto sí y esto no. Se premia por estilo, gusto o afinidad estética. Lo que haya detrás del premio es lo de menos. Hay casos flagrantes. Al final tengo pensamientos encontrados entre negocio, ego, reflexión, tendencia…

En mi caso, no me presento a premios por un principio moral. No pagar para que te den un premio. Pero entiendo perfectamente a los que lo hacen, es más, lo recomiendo. Es una manera de autopromoción, de conseguir visibilidad. Es como pagar una campaña de publicidad para darse a conocer.

Hay quien cree que los premios no sirven para nada pero todos los años aumenta y aumenta la participación en todos ellos. Y es normal. Primero porque es bueno medirse, saber si lo que uno hace encaja o no. Poner tu trabajo a juicio de un jurado independiente que te señala con su dedo es un ejercicio muy necesario. Como herramienta es una de las pocas que tienen los diseñadores para presentarse en sociedad, y eso no hay que olvidarlo, es muy importante sobre todo para los principiantes. Los premios siempre tienen un carácter aspiracional muy importante. De hecho los premios para estudiantes son, para mí, los mejores. Me dan esperanza en el futuro.

Los premios, en general, no dan trabajo. O sí. Ir a un cliente con un premio, aunque sea un bronce, bajo el brazo afianza mucho la relación. También te da seguridad y confianza y eso a largo plazo será bueno para conseguir más trabajo, más clientes…

Los premios son una foto fija de lo que pasa en cada momento, tener referencia de dónde está el sector, hacia dónde se dirige y qué es lo que están haciendo tus colegas de profesión.

También es un momento ver a los amigos, ver lo bien que les va, cómo crecen profesionalmente, recordar cómo empezaron y cuánto han crecido.

Pero lo mejor es darles un abrazo preguntar por sus vidas personales y profesionales. Ese es el mejor premio. Lo demás … no tiene demasiada importancia. Como dice Oscar Mariné «los premios hay que celebrarlos y olvidarlos a la mañana siguiente».

Y esto lo escribo recién levantado y sin resaca, que ayer no fui al Razzma.

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