La Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), a través del Ateneo Español de México y el Centro Cultural de España en México, ha lanzado el Primer Concurso de Cartel Miguel Prieto, una convocatoria que, según su propio marco narrativo, pretende honrar “la resistencia cultural”, “la lucha contra el fascismo” y “el compromiso democrático” del creador manchego exiliado en México. Sin embargo, la lectura de las bases muestra una realidad muy distinta: se trata de un concurso completamente especulativo, que exige a los diseñadores producir una obra profesional terminada sin ninguna compensación garantizada y cuyo trabajo se utilizará para hacer una exposición itinerante.

La convocatoria fija que la obra debe ser “inédita, original y no haber sido presentada en otros concursos” y que debe entregarse finalizada con estándares propios de producción gráfica profesional: PDF, 12.000 x 18.000 px, 300 dpi, CMYK. Todo ello para optar únicamente a tres premios —1.700, 500 y 250 euros— que no compensan ni el tiempo invertido ni el nivel de exigencia técnica. La participación, además, se plantea como “popular”, abierta a “personas de cualquier origen, nacionalidad o lugar de residencia” , lo que implica que un volumen considerable de aspirantes generará trabajo gratuito que solo servirá como materia prima de la convocatoria.
En la propia convocatoria ya se presenta el documento para ceder los derechos: “Por este medio expreso y ratifico la cesión a título gratuito los derechos de uso de imagen sin fines de lucro de la propuesta de cartel que envío”

A esa lógica de trabajo especulativo se suma otro elemento problemático: las bases establecen que algunas obras podrán formar parte de “una exposición itinerante” organizada por las instituciones convocantes . Es decir, incluso quienes no ganen, ni reciban premio alguno, podrán ver su pieza utilizada como contenido cultural y exhibida públicamente sin retribución. El cartel, producido bajo condiciones de concurso, se convierte así en material expositivo para los centros organizadores, mientras su autor no obtiene reconocimiento económico por ello.
El documento también omite una información esencial: no menciona quiénes integrarán el jurado. Solo indica que habrá “cinco especialistas en diseño y artes gráficas” , sin identificar nombres ni perfiles profesionales. Para un concurso que exige obra finalizada, esta falta de transparencia es un punto crítico. Los participantes deben trabajar a ciegas, sin saber quién decidirá qué se considera “merecedor” de premio ni bajo qué criterios concretos se entenderá una pieza como válida o destacada más allá de la vaga referencia a “composición, impacto general, originalidad, mérito artístico, innovación y creatividad” .
En este contexto, la invocación al nombre de Miguel Prieto resulta especialmente paradójica. Prieto fue un creador que profesionalizó el diseño y la tipografía en México, un artista que entendió el oficio con rigor, dignidad y compromiso. Pensar en él, y en lo que implicaría pedirle que trabajara gratis, ayuda a dimensionar la incongruencia del planteamiento. ¿Qué pensaría Prieto si las instituciones que hoy exaltan su legado le pidieran producir un cartel completamente terminado sin cobrar, con la única esperanza de que un jurado —del que ni siquiera se conoce la identidad— decidiera si su obra merece premio? ¿Qué diría si, además de no premiarle, tomaran su pieza para integrarla en una exposición itinerante sin retribución alguna?
La convocatoria reivindica la resistencia cultural mientras reproduce prácticas que precarizan al propio sector cultural. Habla de memoria democrática pero aplica mecánicas que devalúan el trabajo creativo. Y celebra la figura de un diseñador histórico mediante un concurso que le habría exigido justo aquello contra lo que luchó toda su vida: trabajar sin reconocimiento profesional.
Actualizado 27/11/2025














