Gulliver cumple 35 años: el parque monumental que transformó el juego en arquitectura pública

El Colegio Territorial de Arquitectos de València (CTAV) celebra los 35 años del parque Gulliver con una exposición retrospectiva que abre la puerta a redescubrir una de las piezas más insólitas del urbanismo lúdico europeo. La muestra "Gulliver. 35 años de un viaje" reúne planos, bocetos, maquetas y fotografías originales del proyecto, y se puede visitar hasta el 29 de noviembre de 2025 en la sede del CTAV. Pero más allá del evento, esta efeméride permite detenerse a fondo en la historia, el contexto y el legado de este gigante tumbado que desde 1990 ha marcado la infancia de generaciones de valencianos y sorprendido a visitantes de medio mundo. El nacimiento de una idea: ni columpios ni toboganes al uso En 1986, el arquitecto Rafa Rivera trabajaba en el Ayuntamiento de València como jefe de proyectos urbanísticos. En ese contexto, recibió el encargo de proyectar un parque infantil en el nuevo jardín que se estaba gestando sobre el antiguo cauce del río Túria. Frente a la opción convencional de colocar columpios y estructuras prefabricadas, Rivera imaginó una gran figura integrada en el paisaje. Un espacio monumental y a escala de niño, donde los elementos del juego estuvieran fusionados con la arquitectura. La idea: un coloso caído, una figura humana inmensa sobre la que los niños pudieran trepar, rodar y deslizarse. Esa imagen lo llevó al personaje de Jonathan Swift: el Gulliver capturado por los liliputienses. Pero aquella visión necesitaba volumen, forma, carácter y escala. Rivera pensó entonces en el mundo de las Fallas y encontró al aliado perfecto en Manolo Martín, escultor fallero que venía experimentando con nuevos lenguajes plásticos. Martín aceptó el reto de inmediato. Sin embargo, las primeras pruebas resultaban inquietantes. Una figura hiperrealista tumbada en el cauce podía parecer un cadáver. Hacía falta una estética que aligerara el conjunto. Es entonces cuando entra en juego Sento Llobell. El ilustrador y dibujante de cómic le dio a Gulliver una expresión amable, volúmenes simplificados y una estética de cómic que definía su carácter lúdico. Del boceto a la construcción: trabajo colectivo y urgencias políticas La maqueta final fue presentada en varios ámbitos. Barcelona mostró interés, pero las condiciones del terreno en la playa y la dificultad de anclar una estructura así en arena descartaron la idea. En València, la propuesta sedujo al entonces conseller de Industria, Andrés García Reche, quien impulsaba una línea para modernizar y diversificar el trabajo del gremio fallero. El acuerdo entre la Generalitat y el Ayuntamiento permitió avanzar rápidamente. Martín movilizó a un amplio equipo de escultores y carpinteros falleros, que trabajaron contrarreloj durante 1990 en la Ciudad Fallera. El coloso se construyó por piezas: algunas en madera, otras en fibra de vidrio y poliéster, y el cuerpo principal en hormigón proyectado. Las críticas no se hicieron esperar. La oposición municipal alertó de posibles gases tóxicos en caso de incendio, aludiendo al trágico siniestro en una discoteca de Zaragoza. Incluso surgieron rumores de plagio desde Noruega. Ninguna de esas amenazas prosperó. El parque se inauguró el 29 de diciembre de 1990. La respuesta ciudadana fue entusiasta desde el primer día. Gulliver se había ganado un lugar en el corazón de la ciudad. Abandono y resurrección: el valor simbólico de un gigante Con los años, el parque sufrió el desgaste del uso y la desatención institucional. Los sucesivos gobiernos municipales, especialmente en los años 90 y 2000, no priorizaron su mantenimiento. La estructura se deterioró, los toboganes se agrietaron, las redes se rompieron y la figura interior se inundaba de forma periódica. No fue hasta 2015, con el cambio de gobierno, cuando se inició un plan serio de rehabilitación. En 2021 se acometió una restauración integral: se repararon las superficies, se renovaron elementos dañados, se recuperaron los colores originales y se mejoró la accesibilidad. El parque reabrió en noviembre de 2022. Hoy, el Gulliver vuelve a estar en plena forma. Recibe cada año a cientos de miles de visitantes y sigue siendo uno de los espacios más populares del Jardín del Túria. Su presencia en Google Maps, como bromea Sento Llobell, es casi un homenaje pop: "Tengo una obra de arte que se ve desde el satélite". Un aniversario para pensar el juego, el espacio y la memoria urbana La exposición "Gulliver. 35 años de un viaje" organizada por el CTAV recupera ese legado con rigor y afecto. Comisariada por el propio Rafa Rivera, incluye materiales originales del proyecto, vídeos de época, actividades didácticas y un repaso al impacto urbano y emocional de esta pieza. La exposición puede visitarse hasta el 29 de noviembre en la sede del Colegio Territorial de Arquitectos de València. Es una ocasión perfecta para mirar atrás, redescubrir una joya del diseño público y recordar que la arquitectura también puede ser un juego gigante. Tres décadas y media después, Gulliver sigue tendido en el Jardín del Túria, pero ya no está "atado" solo por cuerdas de liliputienses ficticios, sino por los lazos invisibles de la memoria y el cariño de un pueblo. Esta escultura habitable –nacida de la creatividad valenciana y la audacia de sus creadores– se ha consolidado como un icono urbano. Su viaje de 35 años refleja la evolución de València misma: de los sueños de modernidad de finales del siglo XX al esfuerzo por conservar y reinterpretar ese legado en el siglo XXI. Y como dice el lema de la exposición, este Gulliver sigue de viaje, dispuesto a que mayores y pequeños continúen participando en su cuento cada día.

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