En España, el talento nunca fue un problema ni por cantidad ni por calidad, pero las malas prácticas en el sector del diseño sí sigue siéndolo. Pareciera que las instituciones y organizaciones de nuestro país saben que el diseño existe pero no en qué consiste. He aquí un (otro) ejemplo.
«Gracias por tu interés y voluntad». Con esta frase, el robo se dio por concluido. Décadas de desprecio al diseño resumidas en seis palabras.
Decía el filósofo Julián Marías que España no es un país especial; que Spain is different es la excusa «al amparo de la cual puede hacerse lo que convenga». Es sintomático que hayamos aceptado nuestra anomalía como sociedad en un país en el que parece que fuera imposible hacer bien lo que en otras partes sí hacen. Como si existiera una tara en nuestro ADN español que lo justificara. No te voy a mentir: la enfermedad existe, pero no sirve como excusa pues no es ni crónica ni genética. Solo haría falta querer hacer las cosas bien.
(mal)trato al diseño
En España, el talento nunca fue un problema ni por cantidad ni por calidad, pero cómo se (mal)trata al diseño sí sigue siéndolo. Existe en nuestro país una inercia peligrosa que debemos detener ya con respecto a las malas prácticas que reciben la industria creativa en general y el diseño en particular. La dignificación de la profesión pasa por hacer entender que las ideas son trabajo, que la planificación de soluciones conlleva tiempo y que la ejecución es solo la parte final del proceso.
El pasado noviembre recibí un email del responsable de diseño del Centro de Creación Contemporánea Matadero Madrid. Me explicaban que querían revisar su tipografía corporativa, que iban a pedir presupuesto a varias personas y que si me interesaba el proyecto. Era un trabajo pequeño y sencillo; digo que sí. Además, tras revisar la fuente tipográfica, veo que no incluye información de licencia —ese es tema para otro día— y que el proyecto puede tener más posibilidades de las que Matadero tiene en mente. Así, preparo una completa presentación y acudo a una videollamada de esas que tratas como una entrevista de trabajo (porque lo es): presentas tu perfil, defiendes tu presupuesto, sugieres una manera de dotar al producto de un marco legal, expones con argumentos y ejemplos cómo vas a hacer lo que te han pedido y qué propones hacer para ampliar la familia tipográfica y sus funcionalidades. Parece que les gusta el proyecto que les propongo y quedamos en hablar cuando tomen una decisión.
Tanto es así que no reparan en que ese brief es precisamente el acto de diseño y que la ejecución es una mera consecuencia
Pedro Arilla
Unos días después me comunican que los candidatos seleccionados tenemos que presentar la oferta en base a la documentación de Madrid Destino (empresa municipal gestora) y Ayuntamiento de Madrid. Hasta aquí, bien. Sin embargo, al recibir la documentación veo que ahora hay un pliego de condiciones y que este incluye palabra por palabra varias partes de mi propuesta: ideas, especificaciones y condiciones. Quedo petrificado por el expolio de un organismo público que se permite utilizar material privado y confidencial para un pliego público, obviando todo aspecto de propiedad intelectual y dando a entender que su valor es tan mínimo que tiende a cero. Tanto es así que no reparan en que ese brief es precisamente el acto de diseño y que la ejecución es una mera consecuencia.
el precio más bajo
Además, dice que la concesión se otorgará a la oferta más económica. Espera, ¿el precio más bajo? Eso significa convertir la inversión en un gasto estéril y descontextualizado, confundiendo valor y precio, y reduciendo el oficio de diseño a una actividad autómata. Por terminar con la historia: semanas más tarde llega la confirmación de que no he recibido la adjudicación pero que gracias por mi «interés y voluntad».
Es crucial hacer entender que diseño es tanto proyectar como ejecutar; que, de hecho, la primera es la que nos capacita para hacer la segunda
Pedro Arilla
Este es solo un diminuto ejemplo —seguro que tú también has vivido otros— dentro de un océano de desdichas y malas prácticas que no son nuevas ni insólitas en nuestro oficio (el diseño), consecuencia de una administración y una sociedad que cree que la palabra «creatividad» tiene más que ver con contemplāre que con creāre. Porque aquí lo que importa no es tanto perder el trabajo en cuestión sino la ofensa recibida por nuestro colectivo a través de prácticas injustas y nada respetuosas para con los diseñadores y diseñadoras, relegando la fase de planificación a un mero y accesorio acto preliminar del verdadero coito profesional.
abuso y desprecio
Es crucial hacer entender que diseño es tanto proyectar como ejecutar; que, de hecho, la primera es la que nos capacita para hacer la segunda. Lo debemos hacer entender para evitar que el uso de nuestras ideas se convierta en abuso y la infravaloración de nuestro trabajo, en desprecio. Y lo tienen que entender tanto ellos, como nosotras. Por eso, debemos denunciar malas prácticas, promover iniciativas de cambio y educar a nuestros clientes.
Sí, organizaciones e instituciones ya han entendido que el diseño existe. Pero, ¿han entendido el diseño?, ¿saben que este oficio es tanto o más intelectual que manual?, ¿son conscientes de que nos servimos de trabajo y no de inspiración?, ¿comprenden, en definitiva, que el menosprecio de la idea invalida el diseño? Lamentablemente, parece que no. Trabajemos por ello. Diseñemos una solución para el diseño.
→ Matadero Madrid reconoce su mala práctica y pide disculpas