El Comité Olímpico Internacional (COI) ha lanzado el concurso internacional para elegir el diseño del anverso de las medallas de los Juegos Olímpicos de la Juventud Dakar 2026. Lo presenta como una oportunidad abierta a la creatividad mundial, pero en realidad repite una fórmula que se ha convertido en tradición: pedir a jóvenes que diseñen gratis un objeto de máximo prestigio, cediendo todos los derechos de autor y sin recibir ninguna remuneración.

Las bases del concurso son explícitas. La participación está abierta a cualquier persona mayor de edad. Pero el documento se detiene con insistencia en precisar qué significa “mayoría de edad” en cada país, instando a los participantes a comprobar cuál es el umbral legal. El subrayado no es casual: el COI espera que la mayoría de aspirantes sean jóvenes recién alcanzada la mayoría de edad, el mismo perfil de los atletas que competirán en los Juegos.
No es nuevo. En todas las ediciones anteriores de los Juegos Olímpicos de la Juventud, el diseño de la medalla se ha resuelto de manera popular, con un concurso abierto a jóvenes de todo el mundo. Se proyecta así la idea de que el diseño es una contribución entusiasta, una participación simbólica, no un trabajo que requiera formación, experiencia o retribución.
El espejismo de la visibilidad
El ganador cede al COI todos los derechos de explotación del diseño y recibe a cambio el reconocimiento de haber creado la medalla oficial. Es el enésimo ejemplo de pago en visibilidad, una fórmula que en el ámbito creativo se repite con demasiada frecuencia. Se premia la notoriedad, pero se ignora el trabajo.
Resulta difícil imaginar que el COI convocara a arquitectos para diseñar un estadio sin ofrecer honorarios, o que invitara a ingenieros a levantar un pabellón “a cambio de prestigio”. Con el diseño gráfico, en cambio, se asume con naturalidad. El mensaje implícito es devastador: dibujar, proyectar, crear no tiene valor económico.
La paradoja es evidente. El COI presume de defender valores como el esfuerzo, la excelencia o el respeto, pero cuando se trata de la disciplina que materializa esos valores en objetos icónicos —como la medalla—, reduce el diseño a un juego juvenil. El resultado es un desprecio directo hacia una profesión que, lejos de ser un pasatiempo, implica conocimiento, responsabilidad y capacidad de síntesis cultural.
La falta de remuneración no solo afecta al ganador. También degrada a miles de jóvenes diseñadores en formación que observan cómo incluso las instituciones más poderosas del mundo consideran que su trabajo no merece ser pagado. Se normaliza así una precariedad que golpea con especial crudeza a quienes empiezan.

¿Quién defiende al diseño?
El problema no es únicamente del COI. La cuestión es también quién debería alzar la voz frente a estas prácticas. Existen organizaciones internacionales creadas precisamente para representar al sector —la World Design Organization (WDO), la Bureau of European Design Associations (BEDA)— que se presentan como guardianes del diseño. Sin embargo, rara vez se pronuncian ante irregularidades tan flagrantes como esta.
Mientras dedican energías a congresos, festivales y celebraciones, guardan silencio ante concursos que ningunean a los profesionales y consolidan la idea de que el diseño puede pedirse gratis. Ese silencio es una forma de complicidad y, en última instancia, una renuncia a la función para la que se supone que existen: defender la dignidad de la profesión.

El COI podría haber convertido el concurso en un proceso ejemplar. Podría haber convocado a estudiantes y jóvenes diseñadores, ofrecerles mentoría, reconocimiento y, sobre todo, remuneración. Podría haber hecho del diseño de la medalla una plataforma educativa y profesionalizante.
En lugar de eso, ha optado por la vía más barata: abrir una convocatoria sin límites, quedarse con los derechos de los participantes y ofrecer a cambio únicamente el espejismo de la visibilidad.
El concurso de medallas de Dakar 2026 no es solo un problema puntual. Es el reflejo de una práctica que degrada al diseño como disciplina y que desanima a quienes se están formando en ella. Mientras el COI ahorra costes y presume de apertura, lo que realmente transmite es que la creatividad no merece ser pagada. Y lo más preocupante es que quienes deberían denunciarlo callan.
Si de verdad se cree en la excelencia y en el esfuerzo, también debería reconocerse el valor del diseño. Y eso pasa por una premisa básica: pagar a quienes trabajan.
Actualizado 17/09/2025