En el artículo publicado en gràffica el 13/02/2013 ¿Qué pasa con las fuentes gratuitas?, se intentaba abrir un debate en torno a la validez de las tipografías gratuitas. El mismo, contaba con la inestimable voz de cuatro grandes de nuestro país: Andreu Balius, Eduardo Manso, Jordi Embodas y Laura Meseguer. El conjunto de estos cinco artículos me pareció interesantísimo, pero eché de menos una voz discordante que de verdad diera paso a un debate mayor. Sin duda yo no estoy a la altura de estos cuatro diseñadores, pero me gustaría aportar una opinión diferente y humilde que al menos sirva para enriquecer la conversación.
Por resumir, me ha dado la impresión de que se daba a entender que las tipografías gratuitas son —hablando pronto y mal— una mierda, salvo alguna honrosa excepción. Este axioma me parece totalmente erróneo y, por qué no decirlo, injusto. Es verdad que entre las tipografías gratuitas existe muchísima mediocridad, pero también entre las de pago. Podría decirse que el 90% de la tipografías gratuitas no dan la talla, pero también en las de pago. No hay más que pasearse un rato por MyFonts para darse cuenta de la cantidad de basura tipográfica que existe por muy de pago que sea. Obviamente esto no demuestra que las tipografías gratuitas sean, por ende, de calidad. No hay más que pasearse por Dafonts y… mejor no sigo. Allí sí que el 99,99% de las fuentes que hay son auténticas aberraciones. Pero existen otras plataformas, otras fundiciones y otros diseñadores que optan por la gratuidad sin caer en la mediocridad.
Que por otra parte, ¿quién decide qué es o no es una buena tipografía? En este campo, el de la tipografía, la función debe primar sobre la forma y es por ello que una buena tipografía —en lo formal— puede convertirse en una mala tipografía si la exponemos a un escenario hostil. Así pues, lo honesto es fijar la función y en consonancia escoger la forma sin mirar la etiqueta del precio. A veces será de pago, pero otras veces no y por tanto habremos hecho «buena» una tipografía gratuita. ¡Sorpresa!
Yo soy un recién llegado. En abril de 2012 publiqué mi primera tipografía —la segunda saldrá en un par de meses— llamada Valentina y decidí publicarla sin ponerle un precio. Opté por que el usuario, o sea tú, le pusieses precio. No lo hice porque pensara que mi trabajo era malo —tampoco creo que sea bueno— sino porque creí que era lo justo, lo justo por dos razones. La primera razón era para «devolverle» al mundo todo el conocimiento que a mí me había aportado. Soy autodidacta y he aprendido de observar a los grandes y de leer libros; pero también de leer tutoriales en internet que alguien perdió el tiempo en realizar, de leer artículos en Unos Tipos Duros que alguien perdió el tiempo en escribir y de investigar en publicaciones del siglo XVIII que alguien perdió el tiempo en escanear. Y todo ello gratis. ¿No hubiera sido injusto que yo me hubiera lucrado del producto de este conocimiento colectivo? Además, y ahí va mi segunda razón, mi primera tipografía dista mucho de ser perfecta por errores propios de la inexperiencia y no me parecía ético cobrar un precio fijo por algo «no profesional». Así pues, decidí regalársela al mundo y que el mundo decidiera. Diez meses después puedo decir con felicidad que ha alcanzado —hoy mismo— las 100.000 descargas. La difusión que he alcanzado ha sido enorme, pero es que además mucha gente decidió hacer microdonaciones para recompensar mi esfuerzo y mi trabajo. Y allí es donde paso al siguiente punto.
¿Estamos ante un cambio en el modelo de negocio? Creo que sí y lo creo fervientemente. Los micropagos ya han triunfado en la venta de canciones (iTunes de Apple) y videojuegos (App Store de Apple) cambiando la industria para siempre. ¿Es posible que esto suceda en el mundo tipográfico? ¿Acaso una tipografía tiene más valor que un videojuego que lleva detrás el trabajo de cientos de horas de muchas personas? ¿No sería genial poder comprar una buena familia tipográfica por solo un dólar? ¡Un maldito dólar! Imagina 100.000 compras de un dólar. Todos ganamos: el diseñador de la tipografía obtiene la recompensa a su trabajo y 100.000 diseñadores pueden disfrutar de una herramienta que de otra forma no podrían. ¿La realidad es otra? ¿A la gente no le gusta pagar? La experiencia me ha demostrado lo contrario aunque no me deje ser todo lo optimista que quisiera. Dejémoslo pues en 10.000 descargas por 10 dólares. Se me cae la baba solo de pensar las familias que me compraría y que añoro en secreto desde hace años. Así pues, no creo que las tipografías gratuitas o «baratas» sean malas por definición, sino que pueden ser parte de una forma de promoción o de experimentación en la distribución tan lícita como la de cobrar cientos de euros por una familia completa.
Para acabar, me gustaría dejar claro que con esto no quiero decir que todos los productos deban ser libres y gratuitos. Cada autor define la forma de distribuir su obra y, tanto si es de pago como si es gratuita, debe respetarse. A mi próxima tipografía todavía no sé qué precio le pondré, pero adelanto que no será gratuita —quiero ver y comparar el resultado— y no por ello tendrá más o menos derecho que mi querida Valentina a ser pirateada o modificada. Que sea gratis no quiere decir que se le pueda violar y que sea de pago no quiere decir que sea una monja.
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