Una tipografía funciona a nivel de licencias exactamente igual que un software. Cuando se compra una tipo las limitaciones de su uso están regidas por el EULA (siglas en inglés de End User License Agreement), que es el acuerdo de licencia con el usuario final.
Pero el panorama de licencias de uso y derechos de autor de las tipografías es poliédrico, y entran de lleno normativas legales que no siempre son fáciles de comprender para alguien ajeno a la materia. Además, cada fundición o diseñador de tipografía establece su propias licencias de distribución, por lo que podríamos decir que hay tantas maneras diferentes de comercializar una tipografía como fundiciones y diseñadores de tipos.
Una vez dejado esto claro, debemos plantearnos cuáles son los problemas a los que se enfrenta un diseñador o una agencia a la hora de adquirir una tipografía para un proyecto profesional.
¿Cuánto vale una tipografía?
Cuantificar la ardua labor de hacer una familia tipográfica completa no es sencillo. En ocasiones, el tiempo de trabajo se puede extender durante meses, incluso años. Pero ¿qué sucede con los estudios pequeños o diseñadores freelance que no se pueden permitir pagar las licencias de todas las tipografías que necesitan usar? Esto supone que el diseñador tipográfico también pierde la oportunidad de vender sus tipos.
El precio de una licencia de uso depende de diferentes variables. Este precio puede depender, por poner solo un par de ejemplos, del número de ordenadores en las que se puede instalar una tipo o la distinción de uso según el proyecto sea digital o impreso… En este último caso si, además, lo que vamos a diseñar es una app o un epub, por ejemplo, entonces los precios se disparan.
Pero quizás el dinero no sea el mayor problema
Es posible que pensemos que la principal pega a la hora de adquirir una tipografía para uso profesional es el precio, y no andaremos desencaminados, pero, como antes advertíamos, el frondoso bosque de las licencias no permite determinar en muchas ocasiones cuáles son las condiciones que mejor se adaptan a nuestro proyecto.
Por ello, debemos tener claro, una vez elegida la tipografía que queremos para un proyecto qué tipo de licencia está vinculada a ella. Que todas las partes implicadas en el proceso, desde el creador tipográfico, pasando por el diseñador que la adquiere para su trabajo, y el cliente final, sepan a qué atenerse en cada momento nos parece la mejor manera de que la industria tipográfica se estabilice y crezca. Porque no olvidemos que el diseñador de tipografía se ve también afectado al no controlar el destino de sus fuentes una vez ha sido adquiridas.
Pero ¿realmente sabemos qué licencia adquirir según la naturaleza del proyecto?, ¿para desktop, para web, para server, para redes sociales…? Dada la variedad de licencias y de restricciones, conocer bien las reglas resulta fundamental para moverse con soltura por este abigarrado laberinto de normas de uso.
¿Y a quién pertenece, entonces, la licencia de uso?
A simple vista esto puede parecer una perogrullada, pero es así de simple: la licencia es de quien la paga. Todo aquel que quiera usar una fuente tiene que tener a su nombre su correspondiente licencia de uso. En el caso de la relación entre diseñadores y clientes es este último el que debe comprar la licencia, pues, al fin y al cabo, será él quien use la tipografía. En este caso, el diseñador puede optar por comprar la licencia para agilizar trámites y, una vez, finalizado el trabajo, cederla o transferirla a nombre de su cliente. Esto debería haber sido pactado previamente en el presupuesto. Naturalmente, al ceder esta licencia al cliente, el diseñador pierde el derecho de continuar usando la tipografía.
Colofón: El acceso, a veces tortuoso, a la tipografía
En muchas ocasiones, se da la circunstancia de que antes de comprar una tipografía es necesario comprobar si realmente resulta adecuada para nuestros propósitos. En el mejor de los casos, algunas fundiciones ofrecen la oportunidad de descargar una selección de caracteres limitados de prueba, que puede no ser suficiente para comprobar si se trata de lo que estamos buscando. En otros casos, ni siquiera tenemos esta opción y solamente podemos hacer pruebas con previsualizaciones limitadas.
Quizás, la cuestión central radique en cómo facilitar la adquisición de tipografías sin comprometer la seguridad del trabajo de los diseñadores de tipos. Aunque esto en principio pueda resultar difícil de llevar a la práctica, hay que tener en cuenta que si alguien está dispuesto a comprar nuestros productos es nuestra obligación ofrecerle todas las facilidades para que pueda hacerlo. Adquirir tipografías debería ser sencillo y asequible, sobre todo, teniendo en cuenta que la espada de Damocles del fraude y la piratería pende constantemente sobre la cabeza del tipógrafo. Quizá el futuro de esta industria pase por la existencia de plataformas de comercialización que sirvan de enlace o puente entre los diseñadores que crean las tipografías y los diseñadores gráficos que les van a dar uso en sus proyectos. Plataformas tales como Fontown, que permiten el acceso a un catálogo de tipografías mediante suscripción mensual o anual, y que, en el caso de la mencionada Fontown, cuenta con una licencia unificada o Fontstand, que facilita la adquisición de tipografías mediante un sistema de alquiler de fuentes con opción a compra.
Lo que parece quedar claro es que tanta disparidad de criterios y normas no resulta en absoluto beneficioso para la salud de una industria del diseño y distribución de tipografías, tan unido al universo digital y sus vaivenes.