«Aprender, ese hábito que se pierde con la edad», por Óscar Guayabero

Asistir a festivales, congresos, jornadas, talleres, cursos, seminarios y cualquier otro formato que suponga un intercambio de conocimiento es una necesidad en el entorno del diseño.

A menudo, me invitan a dar charlas o ponencias o a participar en mesas redondas en alguno de esos eventos que antes comentaba. Lo habitual es que el público sea más bien joven. Es común que los estudiantes de últimos cursos o jóvenes profesionales sean el grueso del público.

Evidentemente, hay razones obvias, los que somos más mayores tenemos obligaciones profesionales o familiares que nos dificultan acudir una tarde de día laborable a escuchar a otros que expliquen su trabajo o su visión del diseño, del mundo o de lo que sea. Pero hay algo más. Cuando vamos peinando canas, los que conserven el pelo, corremos el peligro de creer que poco nos pueden contar que no sepamos. Dejad que intente desmentir ese gran error.

el diseño no es…

El diseño no es una profesión técnica. El conocimiento de unos sistemas de impresión, unos protocolos de programación, el manejo de algunos programas digitales, etc., no nos convierten en diseñadores.

El diseño no es tampoco un oficio. La experiencia es muy importante, pero con ella solo podremos hacer bien aquello que ya hemos hecho antes. Incluso es posible que el peso de la experiencia nos limite a la hora de innovar.

El diseño no es una habilidad. Tener talento para diseñar no nos asegura ni el éxito profesional ni el buen resultado de nuestros trabajos.

El diseño no es un negocio. Es decir, no es simplemente una actividad económica que genera unos beneficios, en el mejor de los casos o que, al menos, nos permite subsistir.

El diseño no es fruto de la inspiración. Como se suele decir, la inspiración te ha de pillar trabajando. No hay un diseño que emana de una creatividad mágica que nos viene insuflada de forma mística.

El diseño no es un acto de creación personal. Nuestro trabajo es siempre colectivo, aún trabajando solos. Hay un contexto, un cliente, unos profesionales que nos rodean y que completan el proceso para que el diseño sea posible. Encerrarnos en una caverna de universos personales no garantiza un buen diseño.

El diseño no es algo estático que una vez conocido ya no varía. Aprender las normas de circulación te permite conducir siempre (aunque haya pequeñas variaciones) pero conocer las «normas» del diseño solo te permite saber como se ha hecho hasta ese momento, no en el futuro.

El diseño no es una ciencia. Conocer fórmulas o metodologías no asegura acertar. Los contextos, los usuarios, las necesidades cambian cada día. No se pueden aplicar ecuaciones exactas que nos lleven a un resultado óptimo.

El diseño no es una producción. No se fabrica diseño. Un estudio no es un centro de producción. Como dijo Bruce Mau, en su Manifiesto incompleto para el crecimiento: un estudio es un lugar para estudiar. Y él mismo añadía: «Utiliza la necesidad de producir como una excusa para estudiar. Todos se beneficiarán».

El diseño no es algo exento a la sociedad en la que surge y a la que va dirigida. La práctica del diseño intenta establecer canales de comunicación entre personas o entre empresas y entidades y personas. No podemos abstraernos de esa función social en tanto que relacional.

El diseño no es un fenómeno estético. La combinación acertada de tipografía, composición, colores, materiales, imágenes, etc., no genera diseño por sí sola.

Dicho esto, por supuesto, el diseño es todo lo anterior a la vez. Es decir, es la suma de unos conocimientos muy amplios y dispersos, mutables y dinámicos. Pero no solo eso, es al mismo tiempo una narración, un relato. Sin relato no hay diseño, sólo imágenes vacías.

Por todo ello, me parece imprescindible que asumamos la idea de aprendizaje continuo. Por supuesto, hay libros, revistas, webs que pueden cumplir parte de esa función, pero creo que, al igual que el cine, la danza o el teatro, cuando se vive en directo y en compañía de más personas la experiencia de asistir a una conferencia se expande y genera en nosotros un impacto superior. Contrastar nuestras ideas con las de otros colegas de profesión es un paso ineludible para no acabar aplicando fórmulas ya sabidas, caminos ya recorridos, trucos viejos.

Al igual que compráis las licencias actualizadas de los programas que usáis, o renováis los equipos informáticos, debéis invertir en actualizar vuestro software mental.

Y dejadme que insista, sobre todo, a los que llevamos más años en esto del diseño. Reservar un presupuesto anual para la formación continua debería estar entre las prioridades de cualquier estudio. Al igual que compráis las licencias actualizadas de los programas que usáis, o renováis los equipos informáticos, debéis invertir en actualizar vuestro software mental. Sin imponernos la necesidad de «estar a la última», es muy nutritivo e incluso económicamente rentable no perder esa actitud de permitirnos seguir siendo eternos estudiantes.

Poder asistir a Festivales como el Blanc (este año aún en versión virtual), Serifalaris, Festa del Grafisme y tantos otros o acudir a la multitud de eventos dentro de las Design Week de diferentes ciudades, es una suerte que no debemos despreciar. Valencia está viviendo una gran actividad alrededor de la capitalidad del diseño en 2022. ¿Alguien duda de que todos esos eventos, charlas, congresos, exposiciones, conferencias, harán mejorar a los diseñadores que asistan? Yo, ni por un momento, porque como escribió en un dibujo, un Goya con ya 80 años: «Aún aprendo».

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