Álvaro Domínguez Gámez crea imágenes visuales muy perspicaces y sugerentes gracias a la fusión de objetos e ideas aparentemente inconexas. Consigue que cobren un sentido lógico mediante una afinada orquestación de los elementos de la imagen.
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Álvaro Domínguez Gámez, ilustrador nacido en Logroño en 1982, no descubrió su verdadera vocación hasta unos años después de estar estudiado en la Escuela de Artes de la Rioja (ESDIR). En 2008 su antiguo profesor José María Lema, le recomendó que acudiera al Curso Internacional de Diseño Gráfico e Ilustración impartido por Isidro Ferrer y Carlos Grassa Toro, en Albarracín. Ese encuentro marcó un antes y un después en la vida profesional de Álvaro. «Durante varios días, profesionales como Patrick Thomas, Sean Mackaoui, Pablo Amargo o Mario Eskenazi compartieron sus experiencias, lo cual resultó muy motivador. Además también pude conocer a gente que estaba empezando como yo, con los que podía compartir intereses, y que se convirtieron posteriormente en amigos y compañeros de profesión», comenta Álvaro Domínguez.
Una vez terminados sus estudios en la Escuela de Artes, Álvaro inició su recorrido profesional. Encontró un trabajo como diseñador gráfico: «Tenía ciertas nociones de diseño así que encontrar un trabajo estable como diseñador era el camino lógico, mucho más sencillo que como ilustrador», explica Álvaro. Por tanto, durante seis años la ilustración pasó a estar en un segundo plano mientras trabajaba como diseñador gráfico, primero en un periódico y más tarde en una agencia.
En 2010, con 28 años y en medio de la crisis, decidió dejar su trabajo en la agencia y mudarse a Barcelona. Allí asistió a un Máster de Tipografía en la Escuela Eina con el objetivo de mejorar como diseñador. Al finalizar el máster y tras pasar un año trabajando en un estudio especializado en realizar proyectos editoriales, empezó a buscar empleo en otros estudios de Barcelona. Al ver que las oportunidades para los diseñadores eran prácticamente nulas decidió arriesgarse y establecerse como ilustrador freelance: «Por aquel entonces no concebía ninguna forma de trabajar que no fuera por cuenta ajena así que hacerme freelance no figuraba en mis planes. Nadie lo era a mi alrededor y lo veía como una opción arriesgada e inestable».
Al decidir probar por la vía de la ilustración tuvo que ampliar su portfolio y para ello dedicó un tiempo para realizar proyectos personales que le permitieran reflejar cuáles eran sus intereses en aquel momento: «Cuando estuve más o menos listo, mandé mi portafolio a un incalculable número de personas por todo el panorama nacional. Desgraciadamente, tal vez por mi poca experiencia, la respuesta fue tibia», comenta Álvaro.
La casualidad quiso que Álvaro encontrara el blog de Matt Dorfman (un director de arte de The New York Times) y decidió enviarle su trabajo.
«Le escribí sin ninguna esperanza de que respondiera. Fue el acto equivalente a introducir un mensaje en una botella y lanzarlo al mar. Sorprendentemente, no pasaron ni un par de horas y recibí su respuesta. En ella me informaba que manejaban tiempos muy apretados pero que si yo estaba dispuesto a trabajar rápido, él me tendría en cuenta para futuros encargos», cuenta Álvaro Domínguez.
A la semana siguiente tuvo su primer encargo para el The New York Times, el cual tuvo que resolver en apenas ocho horas. Álvaro asegura que ver su imagen publicada en un periódico de referencia internacional supuso una inyección de seguridad y el principio de «todo lo demás».
Actualmente Álvaro Domínguez sigue trabajando como freelance, en el estudio en casa que comparte con su novia, también diseñadora gráfica, Ruxandra Duru. Aunque normalmente trabajan cada uno con sus proyectos, Álvaro valora tener cerca a otro profesional que pueda darle una visión crítica de su trabajo.
En su estudio, Álvaro trabaja sobre todo en ilustración editorial ya que es la que le ha permitido desarrollar un volumen de trabajo más amplio y el ámbito más acorde a sus intereses. Aun así, siempre está abierto a descubrir nuevas aplicaciones de la ilustración. Un ejemplo de ello es que, desde hace algún tiempo, ha estado trabajando en portadas de libros. En ellas ha encontrado un especial interés en cómo interactúan la imagen y la tipografía.
«Paradójicamente disfruto más de los proyectos que me hacen sentir un poco incómodo, o mejor dicho, que suponen un reto y que generan una ligera sensación de emoción y tensión por no saber como los voy a resolver», explica el ilustrador. Esto le ocurre, por ejemplo, cuando tiene que trabajar con objetos reales. El proceso se vuelve totalmente diferente y deja de ser un diseñador frente a una pantalla. En esos casos ha de salir en busca de un objeto en particular con la intención de darle un uso diferente para el que ha sido creado. En ocasiones incluso tiene que crearlo con la colaboración de un taller que tiene cerca llamado Buit. «Esta profesión suele ser muy solitaria y he descubierto que disfruto mucho cuando colaboro con profesionales de otras disciplinas que enriquecen el proyecto y lo llevan a un nivel de mayor calidad», asegura Álvaro.
Sus ilustraciones desprenden un halo de ingenio dado por la simplicidad con la que transmite el mensaje a través de las relaciones que se crean entre diferentes objetos puestos en un contexto común. Para conseguirlo, aunque el ilustrador no tiene por el momento ningún sistema en concreto, intenta fomentar un ambiente propicio para el trabajo. Por ejemplo, en cuanto a la obtención de ideas es más productivo por la mañana. También intenta lidiar contra la frustración: «Cuando uno da con una buena idea, o “ve la luz”, significa que hasta ese momento ha estado deambulando por la “oscuridad” un buen rato».
Artistas visuales como Joan Brossa, Pep Carrió, Isidro Ferrer y Chema Madoz, fueron sus principales referentes quienes le hicieron valorar el concepto más allá del estilo. A lo largo de su aprendizaje en el mundo del diseño ha ido descubriendo trabajos de profesionales como David Carson, Vaughan Oliver o Storm Thorgerson. Y a medida que ha ido evolucionando como diseñador ha ido adquiriendo nuevos referentes como Christoph Niemann, Paul Sahre, James Victore, Matt Dorfman, Stephen Doyle, Jennifer Daniel, Jonathan Gray, Oliver Munday, Ji Lee, Javier Jaén, Rodrigo Corral o Peter Mendelsund.
«Me siento bastante identificado con gente que se mueve con soltura entre disciplinas y que no se sienten sujetos a ningún estilo, sino que todo el peso recae en el concepto. El estilo debería ser una solución que te permite experimentar en cada proyecto y no un corsé», comenta Álvaro.
En estos momentos, acaba de terminar la portada de la sección Book Review de The New York Times: «Algunos de los diseñadores que más me han influenciado colaboran con regularidad en ella así que ha sido todo un honor para mí haber tenido esta oportunidad».
Si quieres conocer más acerca de Álvaro Domínguez y su trabajo, puedes echarle un vistazo a su web o a su portfolio en Behance.
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+Info en: www.alvarodominguez.es
Actualizado 01/10/2014