En este artículo Óscar Guayabero pone la atención en cómo las nuevas formas de ver cine afectan al diseño de los carteles y la gráfica cinematográfica.
Entre la multitud de efectos colaterales de la pandemia de la covid, y seguro que, de los menos dolorosos en términos humanos, hay el paso de las majors cinematográficas a las plataformas de streaming. En este caso, y en muchos otros, la covid ha acelerado aquello que ya estaba pasando. Las Salas de Cine ya estaban cerrando a marchas aceleradas antes del confinamiento. Pero el 2020 ha sido una puntilla.
A partir de ahora, ir al cine, físicamente, va a ser un acto de militancia. En realidad, casi toda la presencialidad va a ser militante, al menos, en un futuro a corto y medio plazo. No entraré a analizar lo que perdemos de la liturgia y ritual de ir a las salas de Cine, del valor del visionado en común, del sesgo cognitivo que se produce al ver cine pensado para salas en la TV de nuestra casa que, aunque hayan crecido, no dejan de ser “la pequeña pantalla”.
El cartel de calle deja de tener sentido si estamos centrando nuestra estrategia en el entorno doméstico.
Óscar Guayabero
De lo que quisiera hablar es de la desaparición de los carteles de cine. Si es cierto que las plataformas hacen promoción de sus estrenos, sobre todo de aquellas películas o series que son de producción propia. Pero, en la mayoría de las ocasiones, nos enteramos de los estrenos por un mail que nos envía la plataforma, un banner publicitario o al entrar en ella. El cartel de calle deja de tener sentido si estamos centrando nuestra estrategia en el entorno doméstico. Atrás queda la larga tradición cartelista del cine. Aunque, como digo, este proceso hace años que empezó, sobre todo, la pérdida de la idea del cartel.
soporte de creatividad
Si revisamos algunos clásicos desde Saul Bass a los carteles polacos de los 70, desde los imprescindibles afiches de Bob Peak a los del genial Bill Gold, vemos que ya hace tiempo que el marketing de las majors ha hecho que se pierda el canal como soporte de creatividad y sean poco menos que clones entre ellos, con una foto central de la estrella de turno y una tipografía previsible. Y en nuestro país piezas como las fabulosas de Cruz Novillo, Oscar Mariné o Juan Gatti ya escaseaban.
Afortunadamente, hay aún excepciones, se hacen buenos carteles, de hecho, se hacen bastantes, sobre todo para producciones pequeñas. El cine indie sigue queriendo tener un buen cartel. El problema es que no los vemos. Al menos, no los vemos donde deberían, en la entrada de los cines o en los soportes de carteles de la ciudad o en opis. Tan solo los vemos en digital, en un formato tan pequeño que no tiene el menor sentido poner textos más allá del título y el claim.
Lo más gracioso es que siguen hablando de «la cartelera», es decir, de aquello que está en cartel, entendiendo el cartel como recurso imprescindible para dar a conocer las películas. Pronto será un arcaísmo. Nos queda el consuelo de los «títulos de crédito» que viven una época dorada por la gran cantidad de series y filmes que se producen para plataformas y canales de televisión.