A flor de piel es el título del TFG de José Ignacio Fernández Miranda, alumno de la Facultad de Bellas Artes de Altea, Universidad Miguel Hernández Grado en Bellas Artes. Mención en Artes Visuales y Diseño. Este trabajo fotográfico centrado en el retrato ha sido uno de los que ha participado en los Premios Acento G 2016.
«El presente Trabajo de Fin de Grado es un proyecto artístico titulado A flor de piel y que se ha desarrollado en el medio fotográfico. Principalmente dentro del género del retrato, se compone de una serie de fotografías que comparten la experiencia del cáncer de piel vivido por un familiar: mi padre», afirma José Ignacio Fernández Miranda.
El proyecto parte de la mirada subjetiva de un hijo, que registra la enfermedad desde la fase prematura hasta la curación, pasando por los métodos preventivos y las secuelas en el sujeto. «No obstante, el objetivo del fotógrafo –dice– es utilizar el percance para acercarse a la figura paterna y retratarla en una etapa de su vida donde las heridas representan un paso necesario para la curación, compartiendo la situación, exponiendo emociones cruzadas y utilizando la imagen como una práctica para estrechar vínculos afectivos, exteriorizar el problema y animar a la superación de la enfermedad».
A flor de piel se compone por una selección de 7 imágenes y es desarrollado principalmente dentro del género del retrato, a medio camino entre lo construido y lo espontáneo. «Esto significa que hay un valor documental, aunque las imágenes sean intencionadas y haya un propósito narrativo, se está registrando un proceso real. A pesar de que se han premeditado ciertos aspectos, el objetivo ha sido elaborar cada retrato con fidelidad, sin tratar de los forzar hechos o las escenas».
«La fotografía se desarrolla con luz natural, utilizando este recurso como herramienta creativa y medio de expresión», explica el autor. «La iluminación natural, el color y dirección de las miradas son valoradas a la hora de elaborar una disposición que busca crear un diálogo entre instantáneas que aporten mayor información al espectador, ya que a priori se comparte una enfermedad que es visible, un cáncer que se puede ver, pero también se busca reflejar algo no tan evidente y personal como la relación paterno-filial o la situación del protagonista».
La serie se denominó A flor de piel «haciendo referencia a una expresión en castellano que es utilizada para señalar aquello que se muestra con facilidad o cuando las emociones superan a las personas», dice. «En este caso, la frontera entre lo objetivo y lo subjetivo es difusa, dado que cada fotografía está comprometida por el vínculo afectivo que habita tras la coartada del hilo conductor».
José Ignacio Fernández Miranda comienza el proyecto enseñando la relación paterno-filial en la única imagen en la que no se muestra el sujeto retratado y aparece parcialmente el fotógrafo. Este observa y comparte en primera persona la sangre tras un corte del protagonista, que más adelante dirige su mirada hacia abajo. «Con esto se quiere reflejar la subjetividad desde la que se desarrolla la serie. Hay una empatía latente, las heridas, al igual que las emociones, se sienten a flor de piel».
«Siguiendo la filosofía del kintsugi, se muestran con orgullo las heridas, que embellecen a la persona. Esta se aplica como una analogía: en este caso, no se cubre con oro el incidente doloroso, pero se enseñan las heridas y se busca la belleza que puede haber detrás de una cicatriz. Aunque a diferencia de la práctica japonesa algunos daños no siempre pueden ser reparados, estos forman parte de la historia del sujeto retratado y pasan de ser un trazo de oscuridad a una ventana de luz.
«Desde la aparición del cáncer hasta su extracción, pasando por métodos preventivos, el proceso es registrado como una etapa necesaria para la curación, poniendo de manifiesto la transformación y valorando el perjuicio como parte de historia personal del protagonista. Por ejemplo, en algunas imágenes se hacen presentes los efectos en la frente del protagonista tras la aplicación de ingenol mebutato, un remedio recetado para combatir la queratosis. Al igual que la eliminación quirúrgica de un tumor, esto simboliza una contradicción: la destrucción es necesaria para curar, hay herirse para sanarse».