Una vez más, por Nacho Lavernia

Lo del logo turístico de Castilla y León es lamentable, desde luego.

Pero las críticas lanzadas desde el mundo del diseño, al menos las que yo he leído, son aún más preocupantes. El logo es absolutamente inadecuado, que a mi juicio es lo peor que se puede decir de un diseño y, además, perjudicial. ¿Desde cuándo un escupitajo o unos huevos o tomates lanzados contra una pared transmiten algo positivo? ¿Qué diseñador puede pensar que esa es una imagen que va a favorecer la percepción que los foráneos tengan de una región cualquiera? ¿Y pueden los castellano-leoneses sentirse identificados con esos manchurrones?

Aquí hay una cadena de despropósitos (nada nuevo, por cierto) que van desde la convocatoria hasta la aprobación del engendro final, pasando por el proceso de diseño, por llamarlo así, etc., etc. en la que quedan retratados desde las instituciones públicas hasta los profesionales, pero, sobre todo, que pone en tela de juicio el reconocimiento social de nuestra profesión. ¿Tan poco se valora? ¿Tan poco importa quién se encargue del diseño? La sensación es que no hemos conseguido transmitir a la sociedad que nuestro trabajo es serio y que tiene trascendencia. En la cabeza de la gente parece haberse instalado sólidamente la idea de que es superficial, facilón y bastante inútil. Es decir, que cualquiera puede hacerlo, porque si está bien o está mal no importa y, además, no hay autoridad que lo sancione.

Hay intelectuales como Klaus Krippendorff que vienen advirtiendo desde hace tiempo que el diseño no tiene credibilidad ni prestigio social. Las causas son diversas, pero una de ellas es que no hemos sido capaces de construir un corpus teórico-práctico que consolide la profesión. Y eso hay que hacerlo compartiendo conocimiento, procesos, experiencias, soluciones, de modo que podamos apoyarnos en lo que otros hacen bien, sin necesidad de plagiar, pero sin ese horror que nos produce el que puedan acusarnos de copiar. En definitiva, que no hemos podido consolidar una profesión que ofrezca un servicio claro y necesario. Y esto es así, entre otras cosas, porque empezamos de cero todas las veces, porque lo que ya ha sido hecho no puede ser repetido, porque hemos puesto la originalidad absoluta por encima de los resultados. E ir a hombros de gigantes es más un demérito que una virtud.

Y ahora, con motivo de este nefasto diseño, o engendro, se nos vuelve a ver el pelo de la dehesa: todos indignados porque la agencia de comunicación responsable ha copiado, ha utilizado ilustraciones de un banco de imágenes. ¿De verdad eso es lo malo de este asunto? ¡Ojalá hubiera copiado bien! ¡Ojalá hubiera hecho un buen trabajo usando piezas de un banco de imágenes o de cualquier otro colega! Lo peor de este asunto es que el diseño final es un desastre, es pésimo, es de suspenso sin paliativos para un estudiante de primero. Pero de lo único que hablamos es de que ha usado imágenes de otros. Ya no recordamos la frase multiatribuida que dice: “el artista copia, el genio roba”. Nos da tanto miedo copiar que no hemos podido construir una estructura sólida sobre la que educar a los estudiantes y trabajar los profesionales. Hemos jugado al doble juego de ser originales porque lo exige la sociedad de consumo y de aferrarnos a los derechos de autor como el más fiero laboratorio farmacéutico, en vez de actuar como el software libre que tanto admiramos. No nos hemos dado cuenta de que es más importante dar buenas soluciones, soluciones adecuadas, que originales. Conclusión: qué importa si ha copiado o no, aquí lo más importante es lo malo que es el trabajo y lo poco valorado que está el diseño. Una vez más, eso es lo que debe dolernos y preocuparnos.

Nacho Lavernia
Es diseñador y sus trabajos abarcan variadas facetas del diseño industrial y del diseño gráfico: envases, mobiliario, artículos para el baño, identidad corporativa, editorial, señalética, etc. Recibió el Premio Nacional de Diseño en el año 2012.

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