
ARSE Cultura ha lanzado un concurso fotográfico que, bajo la apariencia de una campaña “solidaria”, plantea serias dudas éticas y profesionales. La convocatoria, abierta a cualquier persona, propone crear montajes fotográficos sobre recursos turísticos de la Comunidad Valenciana con un objetivo muy claro: rotular los laterales de camiones frigoríficos con las imágenes seleccionadas.
La idea, en apariencia inofensiva, esconde una práctica cada vez más común pero igualmente abusiva: apropiarse del trabajo creativo sin retribuirlo económicamente.
Premios turísticos a cambio de la cesión total de tus obras
Las personas ganadoras recibirán como “recompensa” un fin de semana para dos personas en distintos destinos valencianos. Nada más. No hay honorarios, ni remuneración por el uso promocional de las imágenes, ni contrato de cesión con condiciones claras. A cambio, la entidad organizadora —la propia empresa— se quedará en propiedad con las obras ganadoras, reservándose el derecho de reproducirlas libremente y usarlas con fines promocionales. Todo ello sin contraprestación económica alguna.
Un ‘solidario’ muy poco solidario
Para más ironía, el concurso se presenta como “solidario”, sin explicar en ningún punto en qué consiste esa supuesta acción social. ¿A quién beneficia esta campaña? Desde luego, no a los autores. Las bases insisten en que las imágenes deben ser originales, inéditas y con una calidad suficiente para cubrir vehículos de más de 13 metros de largo. Un estándar profesional para una convocatoria que no respeta los derechos profesionales.
Y lo más grave: el jurado estará compuesto por diseñadores y representantes de la empresa, que seleccionarán no solo las imágenes premiadas, sino también 30 finalistas que formarán parte de una exposición. ¿Qué ocurrirá con esas imágenes? ¿También serán utilizadas sin compensación? Nada se especifica.
Un modelo que precariza y banaliza la profesión
Este tipo de concursos no son nuevos, pero sí cada vez más descarados. Se escudan en la promoción cultural, el amor por el territorio o el acceso abierto para legitimar lo que en el fondo es una estrategia de marketing low-cost a costa del talento ajeno. Un modelo que desvaloriza la creación visual y refuerza la idea de que basta con ofrecer una estancia gratuita para apropiarse del trabajo de un profesional.
Un jurado profesional que legitima lo inaceptable
Según las bases del concurso, el jurado estará formado por “diseñadores de reconocido prestigio” y representantes de la empresa. ¿Quiénes son? ¿Qué profesionales de la imagen aceptan formar parte de un jurado que valida la apropiación gratuita de obras con fines publicitarios? ¿Qué criterio ético guía a quien avala un certamen que exige calidad profesional sin ofrecer retribución profesional?
Nos gustaría conocer sus nombres. No solo para reconocer su prestigio, sino también para saber a quién señalar cuando hablamos de complicidad con este tipo de atropellos.
Porque participar como jurado en una convocatoria que exige originalidad, calidad técnica para impresión de gran formato, y que además se reserva el uso y la propiedad de las obras sin pagar por ellas, no es neutral. Es una toma de postura. Y tiene consecuencias.
Cuando “puede participar cualquiera” es parte del problema
Abrir la participación a cualquier persona —sin filtros, sin categorías, sin reconocimiento a la trayectoria ni al oficio— no es democratizar la cultura visual. Es banalizarla. Es decirle a los fotógrafos, diseñadores y creadores visuales que su trabajo no vale más que el de alguien que pasaba por ahí con un móvil y tiempo libre.
Este desprecio a la profesionalidad no es casual. Es parte del mismo modelo de negocio que luego se queja de que las agencias de viajes cierran o pierden relevancia. ¿Cómo no van a cerrar, si quienes deberían impulsar experiencias de valor acaban apostando por el low-cost disfrazado de participación ciudadana?
Un concurso sin ética ni modelo sostenible
Pedir imágenes originales, inéditas, de alta resolución, con calidad suficiente para ser rotuladas en camiones de 13 metros, y quedarse con los derechos sin ofrecer ni un euro de compensación no es promover el turismo, ni la cultura, ni la solidaridad. Es precarizar el trabajo creativo. Es usar el entusiasmo como excusa para no pagar.
No estamos ante un homenaje al territorio. Estamos ante una campaña de marketing sin presupuesto, sostenida sobre una práctica irresponsable: pedir profesionalismo sin profesionalidad.
No se trata de rechazar las iniciativas culturales abiertas, sino de señalar cuando cruzan el límite del respeto hacia los creadores. Un concurso que se queda con tus derechos, sin pagarte, no es un homenaje a la cultura ni al turismo: es un atropello.
No estamos ante una campaña de promoción cultural ni turística. Estamos ante una estrategia de marketing sin presupuesto, sostenida sobre la ilusión de participar. Una campaña que pide profesionalismo sin profesionalidad.
Y lo más grave: lo hace con el aval de un jurado profesional cuyos nombres aún no conocemos, pero que serán responsables —moral y profesionalmente— de validar esta práctica. En un momento en el que la profesión necesita dignidad, respeto y tarifas justas, aceptar formar parte de este jurado es, simplemente, ser cómplice de una injusticia.
La cultura visual no necesita más concursos trampa. Necesita instituciones que valoren el trabajo bien hecho y lo paguen como corresponde.
+info: Bases Concurso ARSE Cultura y Turismo
Actualizado 26/04/2025