Elías Taño es un dardo dirigiéndose irremediablemente al centro de la diana. Ilustrador y diseñador, de él se podría reinterpretar la frase hecha y reclamar que tras cada obra, una trinchera. Lleva con él la máxima de que cada imagen es una oportunidad (perdida, recuperada) para concienciar, para influir, para contrarrestar.
Estos días, un muro amanecido cerca de la Plaza del Carmen de Valencia propinaba una editorial a propósito de la condena tras los sucesos de Alsasua. Pocas horas después de su intervención, los servicios de limpieza del ayuntamiento ‘blanqueaban’ la pared, convirtiendo la obra en un acto (muy) efímero. Posteriormente, la corporación le ofrecía paredes para reparar la afrenta artística. Todo una alegoría con requiebro sobre la intervención del espacio público.
Elías Taño explica, desde su rol protagonista, cómo afrontó la laminación de su obra y los daños colaterales del arte político: «Lo he vivido un poco ajetreado, intenso, pero al mismo tiempo muy feliz. Por una parte, porque se ha conseguido justamente el efecto contrario al borrarlo (como es habitual), y el mensaje se ha difundido y ha llegado a más personas. (…) Hemos soñado proyectos nuevos, tejido redes y he sentido, en definitiva, mucho apoyo, y sobre todo, un altavoz para el mensaje que quería transmitir: el rechazo absoluto a una sentencia judicial que ha condenado por motivos ideológicos y políticos a un grupo de muchachxs, estigmatizados por el poder judicial, policial y mediático por el hecho de ser vascos. La enseñanza que recojo de todo esto es la siguiente: el arte político no puede ser sin pecado un adorno; y mientras que evocamos luchas pasadas, problemas lejanos o transitamos lugares comunes del consenso, pues todo va bien. Mientras que cuando se cruzan ciertas líneas rojas, ahí es donde el poder se tambalea y actúa de forma irreflexiva y con agresividad. A través de la censura. Y no necesariamente desde arriba, sino alimentándose de ese odio visceral que hace que algunas personas actúen como verdaderos policías del pensamiento. Cada ciudadano: un esbirro. El sueño dorado del totalitarismo».
¿Qué diagnóstico haces del momento actual respecto a la libertad artística?
Creo que hay miedo. Yo lo he sentido. Compañerxs lo sienten cada día en su quehacer artístico. No nos callamos, pero la sombra de la autocensura siempre nos acecha. Es inevitable porque ese es el fin último de las leyes mordaza. Que nos convirtamos en nuestro peor enemigo. Que nosotrxs mismxs nos limitemos. Reconozco que yo, personalmente, no he sentido la represión, pero también sé que es una experiencia muy dura, que marca el carácter, y por supuesto, la manera de crear. Siempre debemos practicar un difícil equilibrio para no rebasar el límite de la poética. Porque si nos pasamos, si somos demasiado rudos, directos o provocadores… pues se te viene encima el aparato del estado y toda la jauría fascista, y soportar eso no es cosa fácil. El momento es difícil, pero justo por eso siento que es el tiempo para la rebelión, para organizarnos; para tomar las posiciones de vanguardia en la lucha de las ideas. Y darla hasta sus últimas consecuencias. Unidxs lo podremos todo.
¿La denuncia a través de tus ilustraciones surge como una derivada o dibujas precisamente para denunciar y crear conciencia?
Dibujo porque quiero que entre todxs cambiemos el mundo. Poder provocar un pensamiento o un cuestionamiento del orden establecido a cada persona con la que dialoga la obra, que invite a tomar partido en la vida; contarles que somos muchxs en este camino, que las personas no somos borregos, y que se nos ha vendido demasiado barata la muerte de las revoluciones. Poco a poco, desde abajo y a la izquierda, seguiremos avanzando, no nos arrebatarán el derecho a soñar otro mundo posible. Y que la gráfica, el dibujo, los colores… y los muros nos pertenecen, que es importante usar las herramientas que tenemos a nuestro alcance (las mías, modestamente, desde el arte), para no dar un paso atrás en la lucha contra el capitalismo.
¿Por qué el entorno de la ciudad, sus muros, son fundamentales para tu trabajo?
Es el lugar que habito, al que pertenezco, así que tiene mucha importancia. A varios niveles, el humano (las personas que la habitan suelen aparecer representadas en mis dibujos), a nivel político (explotadores y explotados, lugares de trabajo y de ocio, ritmos del capitalismo), y a nivel de la memoria, me gusta recordar hechos políticos que han conformado el ADN de los barrios (huerta, industria, clases sociales…).
Quizá deberíamos haber comenzado por ahí, ¿pero cómo sueles definir lo que haces? ¿Artista, activista…?
Lo siento como un activismo gráfico. Soy un dibujante que utiliza las herramientas a su alcance para generar imágenes y mensajes que promuevan un pensamiento crítico dentro de la sociedad capitalista. Intento generar preguntas que cuestionen las relaciones de poder. Pero también agitar, provocar (por qué no) y generar un diálogo con las personas que se encuentran con lo que hago.
¿Y de dónde le viene a Elías Taño su mentalidad artística?
Mi primera inspiración en el arte vino a través de los cómics del Capitán Trueno y El Hombre Enmascarado. También me influyó muchísimo el trabajo de Haring, o de Eduardo Muñoz Bachs (la cartelería cubana de cine). Incluso el propio Mariscal. Por supuesto, toda la cultura que absorbimos en los noventa los de mi generación: Dragon Ball, Final Fantasy VII, el manga y anime en general, Tim Burton y todo eso. También Picasso me voló la cabeza desde muy niño, especialmente cuando descubrí el Guernica.
¿Cómo se te encendió la bombilla?
Lo tengo clarísimo. Fue con Cuttlas, de Calpurnio. El primer puñetazo artístico que recibí con 14 años. Me lo regaló una profesora de matemáticas en el instituto. Ahí descubrí todo lo que se podía contar desde el dibujo, y más encima desde un dibujo aparentemente, y sólo aparentemente, “sencillo”. Dejé inmediatamente de intentar dibujar superhéroes y me puse a copiarlo como un loco durante un tiempo.
El proceso de trabajo de Elías Taño en tres pasos
Suelo elaborar mis obras, como máxima, con muy poco tiempo. Esto es una constante en mi vida, y he aprendido que más que elaborar o crear, se trata de “resolver”. Comunicar los conceptos a través de un dibujo. E introducir consignas desde la izquierda, poner de relevancia injusticias, relaciones de poder, opresión vs libertad (así en minúsculas).
Primero. Miro referencias que me gusten (un cartel, un logo, una película, una canción…), e intento aplicar ese espíritu y ese sentir político en lo que hago. Sea de lo que sea el dibujo, para una institución o para una universidad, o para un proyecto cultural. Intento hacer una crítica (o autocrítica) a lo que me plantean.
Segundo. Hago algunos bocetos en pequeñito, con lápiz sobre la libreta, y en la siguiente página ya dibujo el definitivo.
Tercero. Lo entinto con un rotulador negro, lo escaneo, y con el botito de pintura del Photoshop le pongo el color. Eso en la ilustración, luego en el muro trabajo más por intuición, sin boceto. Pero siempre teniendo claro lo que quiero contar.
¿Qué cabe entre esas referencias que te gustan?
El cartelismo soviético (pero el que tenía dibujitos y eso, no el tan conocido de collages de Rodchenko y demás). También los carteles polacos, checos y cubanos de cine y teatro. El muralismo latinoamericano, la gráfica popular. Guayasamín y esas portentosas manos que pintaba. Luego revisito mucho estos lugares comunes, pero llevados a mi forma de dibujar. Por ejemplo, la composición abigarrada de Siquieros o Rivera la uso en los murales. Pero, ay, mi gran deuda seguirá siendo con los muros de la Ramona Parra.
¿Qué define tu estilo?
¡Qué pregunta! A nivel formal, como hijo bastardo de todas esas influencias, de mis robos y apropiaciones de artistas, amigxs y compañerxs, de mi fascinación por los murales de la Brigada Ramona Parra y toda la cartelería revolucionaria latinoamericana… Luego, según lo que es mi forma de afrontar el dibujo, pues eso viene ya más dado por la política, por la politización desde el arte y por la teoría marxista; pero incluso más importante, por la praxis de habitar el mundo desde lo político: es decir, totalmente desquiciado por él, y aún militando en la derrota. Sin perder el objetivo de nuestra lucha: ¡dar muerte al capital! [risas].
Actualizado 08/10/2018