«No es el paraíso, es el mercado amigo» por Víctor Palau

Imagina esta escena: organizas un evento. Pones cartel, luces, nombres internacionales. Lo vendes como inspiración, como impulso al sector. Hasta aquí, todo bien. Ahora añade un detalle: el evento está subvencionado con dinero público. Aún mejor, ¿no? Y para rematar, también cobras entrada. ¿Curioso? ¿Lógico? ¿Creativo? Lo que a simple vista parece una gran fiesta del diseño plantea, en realidad, una serie de preguntas bastante terrenales. ¿Qué ocurre cuando una estructura financiada con dinero de todos decide competir en el mercado como si fuera una más? ¿Cuando va a por patrocinadores que antes apoyaban a medios, escuelas, estudios o talleres independientes? ¿Cuando presenta su actividad como “dinamizadora del sector” mientras, con mucho entusiasmo, va desactivando al resto? A algunos esto les puede sonar a historia de éxito. Se organizan cosas. Se emiten notas de prensa. Se hacen muchas fotos, para publicar en redes y dar una buena imagen. Se cuentan chistes al estilo Club de la Comedia, para que todo parezca risible. Como si ser divertidos bastara para disfrazar la falta de profundidad. Como si hacer reír sirviera para evitar parecer serios. O peor, para evitar parecer lo que son. Pero en el fondo, lo que ocurre es que alguien ha montado su empresa —privada, privadísima— con lo que sobró de la fiesta anterior. Una fiesta que pagamos entre todos. Y con ese remanente, ahora no solo se asegura su visibilidad, sino que sale a competir, a captar recursos, a levantar clientes. Subvencionada hasta el último tornillo. Porque recordemos que los propietarios no han puesto ni un céntimo de su bolsillo en este negocio. ¿Y si esa empresa actúa como una más, convence a uno de tus patrocinadores históricos —uno con un papel importante— para que redirija parte de su presupuesto hacia esa nueva fiesta? Pues oye, aplausos... pero también preguntas. Y no por perder una factura, sino por lo que significa: que quien venía a “representar al sector” en realidad lo está troceando. Que quien venía a “ayudar al ecosistema” lo que ha hecho es construirse su chiringuito con dinero público, mientras los demás seguimos pagando las facturas con nuestro dinero personal. Porque parece que no tienen suficiente con el dinero de todos que además hay que quedarse con los clientes de los demás. Porque cuando una organización subvencionada hasta las cejas —y sin un euro aportado por sus socios— actúa como una empresa en el mercado, pero sin asumir los riesgos del mercado, ¿eso cómo se llama? ¿Eso es dinamizar el diseño? ¿O simplemente es aprovechar la posición para consolidar una empresa con marca institucional y visibilidad garantizada? Esto no va de legalidades —que seguro que todo está muy bien atado—. Va de ética. De honradez. De si es justo levantar una estructura con dinero de todos para competir en el mismo terreno que quienes no han recibido ni una ayuda. Va de si es aceptable que una organización nacida para representar a un colectivo acabe trabajando para sí misma. Va de si está bien cobrar entradas por un evento que ya te han financiado, y de si puedes mirar a los ojos a los demás después de quedarte con sus patrocinadores. Nadie les dio esa misión: ayudar al sector. Pero en lugar de ayudar, se han ayudado. A garantizar sus sueldos, a sostener su estructura, a asegurarse una presencia que, de otra manera, ni en mil años habrían conseguido. Porque no son una institución pública, aunque se disfracen de ello. Son una empresa. Que juega con ventaja. Y que lo hace sin pudor. Aquí no estamos hablando de un modelo competitivo, estamos hablando de unos caraduras. Porque si tú vas por el mercado “tocando” patrocinadores —como haces con otras ferias y fiestas—, ¿qué margen queda para los demás? ¿Cuál es el terreno de juego? ¿Qué pasa cuando todos compiten con sus propios medios y hay quien llega con el respaldo de una fiesta institucional pagada por el resto? ¿Quién paga la fiesta? Todos. ¿Quién se beneficia? Unos pocos. ¿Qué se celebra? En teoría, el diseño. En la práctica, la habilidad de parecer imprescindible para seguir recibiendo dinero. Porque hacer cosas se convierte en sí mismo en la excusa perfecta para seguir haciendo más cosas. Y cuantas más cosas haces, más ayudas te dan. Y así, la rueda gira. Para algunos. Y si formas parte del público que aplaude, que respalda, que justifica con un “bueno, no es para tanto”… adelante, cada uno sabrá lo que apoya. Pero pregúntate por qué hay algunos que apoyan y pregúntate qué sacan, porque la mayoría de palmeros sacan tajada del paraíso. Porque en todo coro celestial hay ángeles y demonios. Y cuando te quiten un cliente o te dejen sin encargos porque ellos lo hacen gratis en pos de promocionar el sector, o cuando todo se desmorone porque nadie hizo nada por mejorar el sector y sí por mejorar su bolsillo… entonces acuérdate de lo bien que te lo pasaste en el paraíso. Quizá por eso empieza a costar aplaudir. No porque no se valore que se hagan cosas. Sino porque se sabe lo que implica hacerlas desde cero, sin atajos, sin ayudas, sin visibilidad garantizada. Mientras unos bailan bajo los focos, otros, muchos, siguen trabajando a la sombra. Y no por falta de mérito, sino por falta de subvención. Esto es el mercado, amigo, como decía aquel político que acabó en la cárcel. Solo que algunos recorren el mercado, el paraíso, con dinero ajeno, levantando clientes ajenos y otros con dinero propio y sin ayudas.

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