Fallece Sebastião Salgado, maestro del blanco y negro y referente del fotoperiodismo, tras una vida dedicada a retratar la dignidad humana y la naturaleza

Sebastião Salgado, el maestro brasileño del blanco y negro, cuya obra documentó la desigualdad social y la belleza indómita del planeta, ha fallecido a los 81 años en París. Su legado, tan vasto como el mundo que retrató, seguirá interpelando a generaciones.

Sebastião Salgado ha muerto. Y con él, se apaga una de las miradas más lúcidas, comprometidas y bellas de la historia de la fotografía contemporánea. Tenía 81 años. Falleció este viernes en París, donde vivía desde hacía décadas, a causa de una leucemia agravada por las secuelas de una malaria que contrajo en Indonesia en 2010. La noticia fue confirmada por el Instituto Terra, el ambicioso proyecto medioambiental que fundó junto a su esposa y compañera de vida y obra, Lélia Wanick Salgado.

Pocas figuras han sido tan respetadas —y queridas— en el mundo de la imagen como Salgado. No solo por su talento visual, sino por la ética profunda que sostuvo toda su trayectoria. A lo largo de más de medio siglo, documentó las grandes heridas del planeta: las guerras, la pobreza, el exilio, el trabajo invisible, la destrucción ecológica. Pero también registró su belleza persistente, la dignidad de los pueblos indígenas, la armonía de la naturaleza. Y todo ello lo hizo con una estética impecable, sin concesiones, en blanco y negro.

Del café a la cámara

Nacido en 1944 en Aimorés, una zona cafetera del estado brasileño de Minas Gerais, Salgado se formó en economía y trabajó para organismos internacionales. Fue en África, mientras evaluaba proyectos para la Organización Internacional del Café, cuando empezó a disparar con una Leica prestada por Lélia. Nunca más lo dejó. “Fue un flechazo absoluto”, dijo años después. A comienzos de los 70 abandonó su carrera como economista y se volcó por completo en la fotografía.

Ingresó en la agencia Gamma en 1973, luego en Magnum, y más adelante fundó su propia estructura, Amazonas Images. Pero ni las agencias ni las estructuras importaban demasiado frente a la convicción que guiaba su trabajo: la fotografía debía servir para dar testimonio del mundo y, si era posible, para cambiarlo.

La imagen como compromiso

Sebastião Salgado no solo fotografiaba: se sumergía. Su método consistía en convivir con las personas que retrataba, entender su entorno, sus rutinas, sus luchas. De ahí la fuerza de sus retratos: no eran robados ni superficiales, sino fruto de una cercanía real, trabajada durante meses o incluso años. El resultado son imágenes tan poderosas como íntimas, que logran humanizar incluso las realidades más duras.

En Trabajadores (1993), Sebastião Salgado documentó las condiciones extremas de trabajo en minas, refinerías y campos agrícolas. En Éxodos (2000), siguió los movimientos migratorios masivos, desde África hasta América Latina, pasando por Europa y Asia. Durante esa etapa llegó a decir que había visto tanto horror que pensó en dejar la fotografía para siempre.

Pero fue el regreso a sus orígenes lo que le devolvió la esperanza. La finca familiar en Minas Gerais estaba devastada por la deforestación. Salgado y Lélia decidieron reforestarla. Así nació el Instituto Terra, que logró recuperar más de 700 hectáreas de bosque atlántico y cientos de especies autóctonas. “La vida volvió, y yo también”, dijo. Esa experiencia inspiró su proyecto Génesis (2013), un canto visual a los paisajes aún vírgenes del planeta.

Amazonia, el regreso a casa

Su último gran proyecto fue también el más íntimo. Amazônia, resultado de casi una década de trabajo, lo llevó a realizar 48 expediciones al corazón de la selva, muchas veces acompañado de guías, antropólogos, cocineros y traductores. Fotografió a los Yanomami, los Zo’é, los Yawanawá, los Macuxi y otros pueblos originarios con una mezcla de respeto y asombro. “Ellos son nosotros”, dijo. “Representan lo que fuimos, lo que podríamos haber sido. Son la prueba de que otra forma de vida es posible”.

Las imágenes de Amazônia de Sebastião Salgado, expuestas en todo el mundo, no solo muestran la belleza del pulmón del planeta: alertan de su fragilidad. En su presentación en São Paulo en 2022, Salgado advirtió: “Los indígenas de Brasil nunca han estado tan amenazados, pero tampoco tan organizados”. Su voz se sumaba, como tantas veces, al coro de los que no suelen tener micrófono.

Un legado que trasciende el arte

A lo largo de su carrera, Salgado recibió los más altos reconocimientos: el Premio Príncipe de Asturias de las Artes (1998), el World Press Photo en varias ocasiones, y el título de miembro de la Academia de Bellas Artes de Francia. Sus obras se han expuesto en el MoMA, el British Museum, el Centro Pompidou, y en incontables salas que ya lo consideraban parte de la historia viva de la fotografía.

Pero los premios no alteraron su estilo ni su propósito. Salgado defendió hasta el final una forma lenta, rigurosa y comprometida de hacer fotografía. En una época dominada por la imagen instantánea y la saturación visual, él se mantuvo fiel a un lenguaje sobrio, formalmente impecable y profundamente humano. “El blanco y negro me ayuda a no distraerme del alma de las personas”, explicaba. Susan Sontag lo acusó de estetizar el sufrimiento. Él respondió sin rodeos: “¡Y una mierda! Fotografío mi mundo”.

El sal de la tierra

En 2014, su hijo Juliano Ribeiro Salgado y el cineasta Wim Wenders dirigieron el documental La sal de la tierra, una emotiva biografía visual que recorrió la vida y la obra del fotógrafo. El título, extraído del evangelio, hace justicia al papel que jugó Salgado en la cultura visual contemporánea: fue uno de los imprescindibles, uno de los que recordaban que detrás de cada estadística hay una historia, un rostro, una vida.

Durante su última visita a España Sebastião Salgado, en diciembre de 2024, presentó Amazônia en el Fernán Gómez de Madrid. En una entrevista con La Vanguardia, confesaba: “Me falta morir ahora. Tengo 50 años de carrera y he cumplido 80. Estoy más cerca de la muerte que otra cosa, pero continúo fotografiando, trabajando, haciendo las cosas como siempre”.

Esa fidelidad a sí mismo, a su visión, es quizá su mayor legado. Hoy Sebastião Salgado ya no está. Pero sus imágenes, sus palabras y su ejemplo seguirán iluminando los rincones oscuros del mundo. No solo para mostrarlos, sino para transformarlos.

Porque si algo nos enseñó, es que la belleza también puede ser una forma de resistencia.

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