Querido Daniel,
Hoy me ha dado por reflexionar acerca de los clientes ¿Realmente son necesarios?¿Mantenemos buenas relaciones con ellos? ¿Nos valoran? ¿Los valoramos? ¿Somos felices trabajando para ellos? ¿Vale la pena educarlos? ¿Nos sentimos bien pagados?. Quizá estas preguntas no tengan respuestas o las respuestas sean tan múltiples que no vale la pena que sigas leyendo esta carta ni yo misma escribiéndola pero es imposible obviar algo que forma parte de tu vida.
Recibí tu carta reflexionando acerca de trabajar con gente joven. Gracias por compartir, coincido plenamente y creo que los equipos formados por personas de diferentes edades son un acierto y nutren tanto los proyectos como las experiencias.
Yo hoy me puesto a hacer una lista de clientes con los que me he relacionado a lo largo de mi vida laboral. Sobre papel en blanco y con el bolígrafo que me regalaste me he puesto a escribir. Es curioso cómo recoge el cerebro los datos… De algunos solo recordaba la marca o empresa, de otros solo el nombre, una voz, una imagen o ni siquiera eso. En algunos casos recordaba el proyecto realizado pero no los clientes y en otros tenía grabada en la memoria una conversación, la respuesta a alguna propuesta, lo que pagaron o alguna discusión pero prácticamente nada más. Ha pasado un buen rato y ha sido un extraño ejercicio.
Pensaba que detrás de cada cliente hay una persona, por eso es tan complicado dar respuesta a las preguntas que enumeraba y generalizar pero con el tiempo he aprendido que realmente las respuestas a esas preguntas dependen más de uno mismo que de los clientes en sí.
Mi conclusión es que clientes con los que no se mantengan relaciones sanas, pongan precio a tu trabajo –por lo general un precio que no suele ser razonable– no entiendan esto del diseño –o lo entiendan de una manera muy diferente a la tuya– y en los que tengas que invertir más tiempo educando que diseñando ya que no valoran el trabajo que realizas y por lo tanto tú no los valoras, ni eres feliz trabajando para ellos existen y siempre existirán.
Clientes que pensemos que son unos cretinos siempre existirán. A veces no son conscientes de que lo son e incluso fuera de sus sillas de trabajo son adorables y su comportamiento se debe a una lucha interna en su empresa, a complejos de inferioridad o simplemente a la ignorancia o un día mal llevado. Otras veces los que tenemos un mal día somos nosotros mismos sin darnos cuenta. Hoy pensaba que a veces me he encontrado con personas que lo que querían era contratar a un ejecutor que simplemente llevase a la estética su idea (en más de una ocasión hasta me han enviado el dibujo). Otras veces eran simples armas ejecutoras de los deseos de sus superiores, deseos que iban variando en función de como sopla el viento y algunas con empresas que tan solo querían comprar a un buen precio, al mejor precio… Es decir, el más barato. Es así y tengo la sensación de que esto cada vez va a más pero, Daniel, he de decirte que cada vez me afecta menos y lo veo más ajeno a mi día a día. Me molesta, sí, ya que me entristece ver a grandes profesionales en esas luchas y también me da rabia ver como hay clientes que se aprovechan de situaciones delicadas y todo esto no ayuda a la cultura del diseño. Pero es un escenario que está presente en nuestros días.
Siempre me ando preguntando también si son lícitas estas posturas de pagar poco por un diseño o tratar al diseñador como alma ejecutora, y por más que me lo pregunto siempre concluyo en las mismas respuestas ¿Qué importa si me parece a mi lícito o no?… La respuesta es que no, pero eso no implica que no existan esas situaciones. Están ahí y hay que convivir con ellas. Es más, hay parte del colectivo que está dispuesta a dar servicios en esas condiciones. Lo que me lleva una vez más a compararnos con los restaurantes que los hay de comida basura, menú diario y estrella Michelin. Todos están ahí y sobreviven de una manera u otra con cocineros felices y clientes felices. Lo que sí que me apena es observar a talentos sumidos en esas guerras sin ganar la batalla mientras el desgaste se hace con ellos.
En mi caso he aprendido a emprender huidas hacía delante cuando no me encuentro cómoda en según qué situaciones, sé que van a acabar mal antes de comenzar con lo que prefiero no comenzarlas. Tengo claro que yo entiendo el diseño como parte de una estrategia y al cliente como un colaborador con el que establezco relaciones sanas, en las que ambas partes aportan valor y hablan el mismo lenguaje, se respetan, trabajan en el mismo barco y cada uno fija sus limites de actuación… Y aún así, ya sabes que no es fácil y siempre surgen disparidades.
En mi caso también. Claro que los clientes no son necesarios, es decir que se puede diseñar sin tener clientes. Pero que si entendemos por cliente al receptor de un producto o servicio que abona una cantidad económica para percibirlo, siempre acabamos teniendo clientes ya que, aunque realicemos productos o servicios sin encargo propios, siempre necesitaremos de un usuario, cliente o consumidor.
Pienso que depende de mi el que mis clientes sean mis amigos o mis enemigos. Llámame idealista, pero me siento responsable de invertir mi tiempo en proyectos y personas en las que creo o al menos me siento cómoda y por suerte sé que el mundo está lleno de clientes y proyectos que me hacen feliz.
En fin, últimamente tenemos pocas ocasiones de conversar frente a una copa de vino… me apetecía compartirlo contigo.
xxxooooxxx,
Cira.
Actualizado 09/06/2016