Que el cómic es un lenguaje vivo y en constante evolución es una realidad que choca muchas veces con las preconcepciones que se tienen de un medio firmemente asentado en el imaginario popular y en la formación personal y nostálgica.
Parece como si el cómic siempre hubiera estado ahí, tan asentado y sólido como inmutable, como un referente al que volver siempre y que nunca cambiará. Sin embargo, solo hace falta mirar un poco a nuestro alrededor para comprobar que es un lenguaje que ha ido desarrollándose por acreción desde hace siglos a través de las narrativas dibujadas y gráficas, llegando a una forma que, puntualmente es reconocible como algo que llamamos cómic, pero que no ha parado de evolucionar y seguir creciendo añadiendo ideas y posibilidades.
El cómic sigue buscando nuevas formas de desarrollo a través de diferentes sustratos.
Aunque durante parte del siglo XIX y todo el XX el cómic se haya desarrollado con naturalidad ligado al papel en diferentes formatos, desde las estampas al libro pasando por el cuadernillo o la revista, lo cierto es que sigue buscando nuevas formas de desarrollo a través de diferentes sustratos.
Aunque hoy entendemos de forma amplia que el cómic como medio de comunicación puede ser definido por su naturaleza reproducible ligada al papel (puesta en continua cuestión por las nuevas tecnologías, eso sí), la investigación sobre el lenguaje del cómic y sus posibilidades hace tiempo que dejó atrás esta limitación para encontrar numerosas posibilidades donde el cómic adquiere forma reconocible pese a no estar ligado a un papel impreso.
Podríamos poner como ejemplo reciente las experiencias de Paco Roca (El dibujado, IVAM) o Sergio García, Max y Ana Merino (Viñetas desbordadas, Centro José Guerrero), que llevan el cómic al espacio expositivo manteniendo su naturaleza comunicativa sin perder su esencia pese a la ruptura del principio de reproductibilidad.
Pero entre el papel y la pared del museo hay centenares de experiencias donde el cómic se desenvuelve sin problemas en propuestas tan diferentes como una baraja de cartas o un rompecabezas, pasando por libros pop-up o páginas web.
El cómic pierde su tradicional linealidad para encontrar vericuetos y caminos por donde expandirse y desarrollarse en infinitas posibilidades que tienen un nexo común: siguen siendo parte del lenguaje de la historieta.
(des)montando el libro
Una realidad que necesitaba un análisis profundo como el que propone Enrique del Rey en uno de los libros más importantes que se hayan editado recientemente: (Des)montando el libro. Del cómic multilineal al cómic objeto (Universidad de León, Grafikalismos).
Con un planteamiento riguroso, Del Rey analiza inicialmente los protocolos de lectura tradicional del cómic como códice, enfrentándolos a todas las posibilidades alternativas de lectura que se abren desde la propia estructura de un lenguaje que escapa a la definición del códice.
Con un exhaustivo recorrido a través de la experimentación formal que el cómic ha vivido en las últimas décadas, Del Rey arma una propuesta que obliga a abrir las herramientas de análisis tradicionales en busca de una amplia transversalidad que reivindica la materialidad del sustrato donde se presenta el cómic como una forma más de lectura.
Sin duda, un libro fundamental para entender la evolución actual y futura del cómic como medio y como lenguaje.