La Tate Modern dedica una antología a Agnes Martin (1912-2004) artista que hizo suyo el espíritu romántico del expresionismo abstracto y que se dejó seducir por la austeridad del minimalismo zen. Está considerada como la última de la generación de expresionistas abstractos.
Natural de Canadá, Agnes Martin decidió trasladarse en los años cuarenta a Nueva York para estudiar enseñanza de las artes en la escuela de Magisterio de la Universidad de Columbia. Es allí donde entró en contacto con el expresionismo abstracto, un estilo con el que ella sintonizaba mejor y durante esos años entabló amistad con Robert Indiana, Robert Rauschenberg, Lenore Tawney y Jasper Johns entre otros artistas que vivían en lofts en el bajo Manhattan donde forjaron un nuevo arte estadounidense de posguerra.
En Columbia empezó a interesarse por el budismo zen, no como disciplina religiosa, sino como código ético, como método práctico para desempeñar en la vida. En 1954, en Taos, hizo su primera obra semiabstracta.
«Lo que me gusta del zen es que no cree en los objetivos. Yo tampoco creo que la manera de triunfar es hacer algo agresivo. La agresividad es para cortos de mente»
Esa visión zen le llevó a destruir sus primeras obras y dar un giro hacia un minimalismo extremo y radical. A partir de ahí sus cuadros se limitaron al dibujo de líneas paralelas, cuadrículas perfectas y, en ocasiones, círculos o formas geométricas monocromáticas. Una abstracción basada en tramas espesas y trazos lineales repetitivos. Su herramienta podía ser una sencilla caja de lápices.
En 1967, cuando su carrera en Nueva York empezaba a despegar, abandonó de pronto la ciudad. Agnes Martin llevaba mal la ajetreada vida de artista en NYC, un mundo extremadamente competitivo que entró en conflicto con su historial salpicado de crisis psicológicas.
«Llegué a un punto en que reconocí que tenía que resolver mi confusión».
La artista cogió una caravana y deambuló por el país sin rumbo hasta que llegó a Nuevo México, al igual que otros artistas como Georgia O’Keeffe, Mark Rothko, DH Lawrence y Edward Hopper habían hecho antes que ella.
En Nuevo México construyó una casa de adobe con sus propias manos y asentó su residencia y su refugio para pintar. Desde allí se centró en la práctica de la pintura silenciosa, una profesión y una terapia que le servía para contrarrestar los ataques de psicosis que le acompañaron toda su vida.
Para Agnes Martin el arte no era un instrumento para el cambio social. Su residía en la capacidad para contrarrestar pensamientos y emociones negativas, promover la calma psíquica sobre el caos y establecer la estabilidad.
A partir de 1974 utiliza prácticamente el mismo formato: lienzos cuadrados de 1,80 metros de lado en los que pintaba líneas horizontales a lápiz y pintaba bandas de color con pinceladas sutilmente vigorosas. Cambió de paleta de una serie a otra, usando tonos pálidos un año, y negro, blanco o gris el siguiente. En los últimos años sólo cambió el formato obligada por cuestiones de la edad, reduciendo el tamaño de sus lienzos para poder seguir moviéndolos ella sola.
«Sin la conciencia de la belleza, la inocencia y la felicidad, uno no puede hacer obras de arte»
Agnes Martin fue una pionera que supo trabajar dentro de los límites que ella misma se auto-impuso en su práctica al tiempo que superó su condición de enferma psíquica, mujer y lesbiana en un mundo dominado por hombres.
Actualizado 21/06/2015