El Ayuntamiento de Albacete presentó ayer el cartel ganador de la Feria 2026 acompañado de una escenografía institucional que pretendía transmitir rigor, transparencia y participación ciudadana.

En la imagen del Salón de Plenos, los miembros de la Corporación aparecen observando los finalistas alineados al fondo, como si la liturgia del acto bastara para garantizar el nivel profesional del proceso. Pero esa puesta en escena es solo la superficie. Debajo late un modelo que mezcla votos, publicidad institucional y trabajo gratuito, y que el alcalde ha anunciado sin matices: “Es un sistema que ha venido para quedarse.”
El cartel elegido, El legado de la tradición, de Carlos Pérez Ballesteros, obtuvo 2.219 votos, el 45% del total válido (5.005). La votación combinó urnas presenciales, formulario online y un incentivo añadido: sorteos de entradas y abonos para quienes participaran en la elección. Un sistema que el Ayuntamiento celebra como ejemplo de apertura democrática, pero que en realidad consolida un problema estructural: sustituir el criterio profesional por el aplauso, la técnica por la popularidad y el diseño por la suerte.
Estos fueron los 5 proyectos finalistas:





La solemnidad del acto no tapa la fragilidad del proceso
Las fotografías oficiales del Ayuntamiento muestran a la corporación posando junto al cartel ganador, satisfechos, convencidos de que el proceso expresa la mejor versión de la Feria y de la ciudad. Sin embargo, la propia selección previa de finalistas evidencia los límites de este modelo. Los cinco carteles expuestos no fueron elegidos directamente por la ciudadanía, sino por un jurado técnico que actuó como filtro profesional. Y si esa selección es la que se considera adecuada para representar a Albacete, entonces no es la votación la que tiene un problema, sino el propio jurado.
El tribunal estaba formado por representantes de la Asociación de Diseñadores Profesionales de Albacete, la Escuela de Arte, la Asociación de Fotografía, la Asociación de la Prensa y técnicos municipales. Es decir, entidades y profesionales que, por definición, deben velar por la calidad, la exigencia técnica y la dignidad del diseño. Pero sus decisiones no han corregido las debilidades del formato, ni han logrado elevar el estándar de la selección final. Su presencia, más que mejorar el proceso, lo legitima.

Un modelo que se sostiene sobre el tiempo y el esfuerzo gratuito de los diseñadores
Porque este concurso no solo exige una impresión del trabajo, sino todo lo que la precede: horas de diseño, software profesional, licencias, pruebas, conocimiento técnico, revisión de tipografías, y una dedicación que se cuenta en días o semanas. El Ayuntamiento —y, lo más preocupante, quienes le acompañan en el jurado— actúan como si ese esfuerzo no tuviera valor. Como si el trabajo creativo fuera un recurso infinito que puede regalarse sin consecuencias, como si diseñar fuese simplemente el precio de entrada para jugar a una rifa pública donde, si la suerte acompaña, quizá se consiga un premio.
Porque eso es exactamente lo que están diciendo: que el diseño se paga con suerte. La profesión convertida en décimo de loteria. El oficio reducido a un “a ver si te eligen”. Un sistema político que promueve esto es preocupante. Pero que entidades profesionales y académicas lo acompañen es directamente alarmante.
¿Qué les enseña esto a los alumnos de la Escuela de Arte de Albacete?
La participación de la Escuela en el jurado no es un detalle administrativo: es un mensaje público de enorme impacto. Con su presencia, la institución que forma a los futuros diseñadores de la ciudad está comunicando, de manera tácita pero inequívoca, que:
– cuando acaben sus estudios, su trabajo podrá ser evaluado por votación popular,
– su formación no garantiza un espacio profesional ni un criterio cualificado,
– cualquiera puede realizar el trabajo por el que ellos se han preparado durante años,
– el valor de su tiempo y su conocimiento dependerá de que gusten lo suficiente,
– y que su profesión, en definitiva, puede quedar sometida a la suerte.
Esto no es solo una contradicción respecto a su labor docente. Es un mensaje devastador para sus propios estudiantes: Tu esfuerzo no importa. Tu formación no importa. Tu criterio no importa. Importa que ganes un concurso.
La Escuela dice permanecer en el jurado “para mejorar desde dentro”. El resultado demuestra que su presencia no ha mejorado nada, pero sí ha servido para reforzar la apariencia de un sistema que, ahora, tiene vía libre para perpetuarse.
Actualizado 05/12/2025


Bauhaus | Tomás Maldonado












