«La edad de hielo del cómic», por Álvaro Pons

Una reflexión sobre las dos realidades del mercado del cómic en España: desde el punto de vista del lector y del creador.

Foto de Miika Laaksonen

Que estamos viviendo un momento artístico y creativo espectacular en el cómic español es indudable. Si uno mira el listado de los más de 3000 tebeos que se publicaron el año pasado, cualquier selección de lo imprescindible contará con un buen número de obras de autoría patria. Autores y autoras que han dado el do de pecho en un año tan extraño como imprevisible, demostrando que la calidad que atesora el cómic en este país es, en una sola palabra, espectacular.

Desde hace ya unos años se ha instaurado el mantra de «la edad de oro del cómic español», y coincido en que es fácil instalarse en esa idea: si la creatividad de los autores y autoras españoles es impresionante, la diversidad que tiene a su alcance un lector hoy es todavía más increíble. Con casi 4000 novedades al año, nunca ha existido una oferta tan variada y tan diversa para los lectores y lectoras de este país.

Da igual lo que te guste: manga, superhéroes, novela gráfica…, la variedad es inabarcable para el perfil lector medio

Da igual lo que te guste: manga, superhéroes, novela gráfica, ensayo en cómic, los clásicos francobelgas de siempre, las obras maestras de la tira de prensa…, la variedad es inabarcable para el perfil lector medio, con más de 300 novedades mensuales que, además, se han desestacionalizado casi totalmente para beneficio del lector.

Los más veteranos recordarán que, no ha mucho, los títulos más potentes, más importantes del año, se concentraban como novedades para el Salón Internacional del Cómic de Barcelona, hoy Cómic Barcelona, que podía acumular casi el 20% de las novedades anuales. Hoy, las obras más notables en catálogo se reparten por todo el año y el salón ha perdido importancia en la agenda de salidas editoriales ante la relevancia de Sant Jordi, la Feria del Libro de Madrid o la sempiterna Navidad para las campañas de marketing de las editoriales.

Foto de Jorgen Hendriks

El concepto de edad de oro tiene sentido desde esas dos perspectivas, es indudable, pero no puede ocultar una dura realidad que tiene mucho que ver con la llamada «normalización del cómic». Durante años, el cómic estuvo relegado a un ghetto endogámico: los tebeos eran publicados por editoriales de tebeos, distribuidos por distribuidoras de tebeos, vendidos en librerías especializadas en tebeos y leídos, casi en su totalidad, por coleccionistas y aficionados (casi siempre, sí, masculinos, no lo neguemos).

Desde que el cómic abandonó su reinado en los quioscos, perdiendo el foco como primer entretenimiento para los más pequeños que protagonizó en los años 70 y el impulso como lectura adulta que vivió en los 80, tuvo que recluirse en ese circuito cerrado que, afortunadamente, garantizó su supervivencia frente al auge de otras expresiones culturales, eso sí, a costa de quedar fuera del debate cultural e invisibilizado para la mayoría de la sociedad.

Afortunadamente, poco a poco, los cómics fueron volviendo al público general y lograron encontrar de nuevo lectores y, no lo olvidemos, lectoras, recuperando a los más jóvenes gracias al manga y al público adulto a través de la novela gráfica. La montaña que había que escalar era gigante, pero los escalones se fueron poniendo poco a poco: el éxito de las adaptaciones audiovisuales de cómic, el auge de los blogs de cómics que se vivió en los primeros 2000, la aparición de la novela gráfica que se generaliza como formato, la instauración del Premio Nacional de Cómic… Todos fundamentales para conseguir una mayor atención mediática que logró aumentar la atención de la sociedad hacia el cómic.

Y las cosas cambiaron, vaya si cambiaron: frente al circuito endogámico inicial, hoy encontramos que casi cualquier editorial que se precie tiene una colección dedicada a la historieta, que las librerías generalistas tienen asentadas secciones de cómic y que el público lector ya no es coleccionista, sino que se ha abierto y generalizado. Se puede resumir en una simple frase: la industria del cómic ha pasado a ser parte de la industria del libro. ¡Prueba conseguida! ¡Normalización obtenida!

Pero, ¡ay!, la cosa era más complicada de lo que parecía: el cómic, en eterna crisis, pasaba a un sector en una profunda reconversión. La industria editorial se enfrenta a una triple crisis: la que viene de la transformación digital (tanto en la venta, distribución como publicación), la ocasionada por la pérdida de lectores y la derivada por la huida hacia delante de la multiplicación infinita de novedades, a lo que hay que añadir una pandemia que puso patas arriba toda la forma de entender el consumo cultural.

Es cierto que, según se comenta en los mentideros y a falta de cifras oficiales, el cómic resiste en mejores condiciones que el resto de oferta editorial (de hecho, se habla de duplicación de ventas tras la pandemia), pero la realidad es tan contundente como terrible: las cosas no van bien.

las tiradas

Y el primer síntoma es doble: el aumento continuado del número de novedades y las tiradas cada vez más reducidas. Como cada vez hay menos lectores, las ventas son cada vez menores y las tiradas se reducen hasta límites increíbles. No es extraño ver libros con tiradas inferiores a los 500 ejemplares (cosas de la técnica, hace años era imposible hacer tiradas tan bajas porque se dispararían los costes, pero la impresión digital permite hacer tiradas a la carta a costes competitivos), aunque en el cómic es común que las tiradas se muevan entre los 1000 y 1500 ejemplares para las obras de autoría española.

La estrategia de la gran mayoría de editoriales es casi siempre la misma: ante la bajada de ventas, se aumenta el número de novedades para conseguir cuadrar números a fin de año. Una estrategia comercial común a libro y cómic que se puede considerar suicida habida cuenta de la reducción del pastel (lectores y lectoras) y la multiplicación de pequeñas editoriales que han aparecido en los últimos años. La oferta crece, la diversidad es cada vez mayor, pero las ventas por unidad siguen bajando en picado.

las ventas

El problema, claro, es saber cuánto venden los cómics. Sin datos conocidos, solo se puede trabajar con los que vienen de auditoras como Nielsen BookScan, ávidamente guardados por las editoriales que los manejan, pero de los que se van consiguiendo filtraciones bajo mano y que indican que las ventas de cómics en España están absolutamente dominadas por el manga, que podrían suponer más del 60% del mercado, seguido por los superhéroes y la novela gráfica (tomando la denominación como un formato cajón de sastre que incluiría desde el cómic infantil hasta la edición de clásicos de prensa) que se reparten los restos.

Aunque los tebeos más vendidos son japoneses, es cierto que la autoría nacional copa los primeros puestos de los tebeos más vendidos, con Paco Roca, Francisco Ibáñez o Moderna de Pueblo a la cabeza con cifras de ventas impresionantes, pero es un porcentaje exiguo del total. Si aceptamos los datos que da el último informe Tebeosfera, no llega al 15% el porcentaje de los tebeos publicados y producidos en España con autoría nacional.

Unos 500 tebeos de los que, con suerte, 50 o 60 tendrán tiradas y ventas superiores a los 1500 ejemplares. Pero la gran mayoría de los autores y autoras españolas se mueven por debajo de esos niveles de ventas, cobrando atendiendo a un reparto de beneficios tradicional que establece que el 10% del precio facial sin impuestos es lo que cobra el creador o creadora. Dado que una novela gráfica en España se mueve en el entorno de los 20€, es fácil llegar a un resultado desolador: los beneficios de más de un año de trabajo son, como máximo, unos exiguos 3000€ netos. Quiten impuestos, autónomos, materiales y comprobarán que la realidad de la autoría en España es terrible.

Quiten impuestos, autónomos, materiales y comprobarán que la realidad de la autoría en España es terrible.

La precariedad de los autores y autoras en este país es una norma que tiene consecuencias inmediatas: primero, la emigración de nuestros autores y autoras hacia otros mercados como el americano o el francés (aunque este último está viviendo, en otra escala, problemas parecidos: la reducción de tiradas por el aumento brutal de títulos ha reducido las ganancias promedio por obra en casi un 50% en los últimos años); segundo, el abandono del cómic por parte de los autores y autoras hacia prácticas laborales artísticas más rentables.

Mientras los lectores disfrutamos de una edad de oro de oferta editorial, los autores y autoras viven una edad de hielo cada vez más gélida.


Mientras los lectores disfrutamos de una edad de oro de oferta editorial, los autores y autoras viven una edad de hielo cada vez más gélida. Y la cosa no parece mejorar: la reducción de ventas se responde desde las editoriales con más y más novedades, intentando aquello de compensar la calidad con la cantidad. Una estrategia que puede funcionar a corto plazo (que nadie piense que los pequeños editores nadan en dinero, pero es cierto que hay una asimetría evidente: los editores pueden publicar en un año quince o veinte títulos y, aunque cada uno dé ganancias pequeñas, lograr a duras penas un sueldo de mileurista; los autores y autoras solo pueden sacar como mucho un título en ese periodo), pero que solo hace que alimentar la rueda de precariedad de los autores y autoras.

La edad de oro se alimenta de una burbuja que se mantiene solo gracias a la generosidad de los autores y autoras, que crean, nunca mejor dicho, por amor al arte.

La edad de oro se alimenta de una burbuja que se mantiene solo gracias a la generosidad de los autores y autoras, que crean, nunca mejor dicho, por amor al arte. Aunque es una situación que puede cronificarse y volverse endémica, aguantando eternamente gracias a la dinámica ultraliberal del mercado que establece que, si no crea uno, lo hará otro. Una posición tan egoísta como injusta que, en estos tiempos donde la sociedad se despierta y se hipersensibiliza ante las injusticias, debería tener respuesta de forma clara porque, no lo olvidemos, ataca directamente a la esencia de lo que nos hace sociedad y humanidad: la cultura.

buscar soluciones

No sé cuáles son las soluciones, pero hay que empezar a sentarse y hablar entre todos: instituciones, industria, creadores y consumidores forman parte del problema y de la solución. Estamos inmersos en un cambio de hábitos de consumo cultural brutal y radical, la digitalización y la globalización han transformado por completo nuestra relación con la cultura, y deberían ser parte obligada de las soluciones.

Es evidente que, por ejemplo, el pago por ejemplar vendido ha perdido todo su sentido en una época donde las ventas pueden ser digitales o las obras pueden convertirse en ejes de producción transmedia, donde la edición puede lanzarse a todo el planeta con la facilidad de un clic. Si las redes sociales se transforman en prescriptores culturales de proximidad, si las obras pueden descargarse por una banda cada vez más ancha, ¿no deberían las multinacionales digitales pagar por esos contenidos culturales?

Las formas de consumo cambian… ¿cómo se puede ayudar a que eso llegue a los autores? A buscar nuevas formas de distribución, venta y pago, como los crowfundings o los patrocinios directos. ¿Cómo afectará el modelo WebToons que está arrasando en Asia? Es muy probable que estas soluciones no puedan ser obtenidas exclusivamente mirando al cómic, sino mirando a la cultura en general, pero ojo, que las búsquedas de soluciones globales no nos hagan dejar por el camino las expresiones culturales menos potentes económicamente, como el cómic.

No nos equivoquemos: en este mundo globalizado y digitalizado, la cultura sigue siendo el centro absoluto de todo. Es verdad que se pierden lectores y lectoras de libro, pero consumimos creaciones, ya sean series, videojuegos, cine, cómics, libros, ilustraciones o arte de una forma masiva, como nunca antes. Y que tienen detrás autores y autoras que deberían poder vivir de ello.

La cultura, ahora en mil formas interconectadas entre sí, es más el centro de nuestra existencia que nunca, pero sus creadores y creadoras parecen más invisibilizados que nunca. Puede que, para muchos, les dé igual la precariedad y piensen que lo único importante es poder consumir, dando igual si un autor o autora puede mantenerse con su obra. Pero no debemos olvidar que la cultura crece y se desarrolla: la autoría no es flor de un día, necesita avanzar, crecer, desarrollarse… La mayoría de las grandes obras de la cultura han nacido de un poso previo que esta situación de precariedad cercena de un golpe.

Los autores y autoras de cómic necesitan vivir de su obra, necesitan poder crear para aprender, para mejorar, para descubrir y encontrar nuevos caminos y nuevas ideas. Para crear obras que hagan crecer la sociedad. Y, para eso, necesitan comer. Es así de simple.

Ya digo que no sé cuáles son las soluciones, pero es evidente que hay que empezar a buscarlas ya. Quizás como lectores y lectoras pensemos que podemos hacer poco, pero seguro que algo podemos: comprar tebeos, leerlos y hacer proselitismo de aquello que nos guste.
Algo es algo.
No dejemos que la edad de hielo sea eterna.

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