En Europa, desde el siglo xv hasta nuestros días, cientos de mujeres han trabajado en las imprentas, empezando por Sor Marietta que ya realizaba la composición tipográfica en su convento de Ripoli en Florencia desde 1476. Son las pioneras del arte tipográfico.
Al igual que en otros muchos ámbitos, la historiografía tradicional ha dado un papel preeminente a los hombres en todos los campos del saber humano, la ciencia, la cultura, las artes, etc. Sin embargo, desde hace unos años esta situación está empezando a cambiar y se reivindica cada vez más el papel que desempeñaron las mujeres en muchas de estas disciplinas. Así han ido surgiendo las que habían sido olvidadas, obviadas y hasta ninguneadas, mujeres de las que se ocultó su identidad y sus trabajos fueron firmados por hombres, en muchos casos, padres, maridos, hermanos…
Del mismo modo, la imprenta y las artes gráficas, desde su nacimiento en el siglo xv, han sido un mundo principalmente varonil. Son de sobra conocidos Gutenberg, Ibarra, Plantin, Estienne o Manuzio, pero poco o nada se sabe de Jerónima Galés, Juana Millán o Brígida Maldonado, entre otras muchas, a pesar de ser de las figuras más destacadas y de las pocas que llegaron a firmar con su nombre en los pies de imprenta o colofones de sus producciones editoriales. De otras, de muchas otras, solo sabemos que eran «viudas de», «hijas de» o «herederas de».
Una situación que está cambiando gracias a la labor de algunos investigadores y, sobre todo, investigadoras, que han empezado a estudiar a estas mujeres desconocidas que permanecían en las sombras, y sacarlas a la luz pública. En esta línea están los estudios llevados a cabo por Rosa María Gregori, Marina Garone, Albert Corbeto o Sandra Establés, entre otros.
Este artículo solo pretende dar una visión general de la aportación de las mujeres en la historia de la imprenta y, para ello, es necesario conocer su entorno social. Desde la antigüedad, el ámbito femenino era estrictamente el familiar, la casa, el lugar donde desarrollaban sus tareas. Y era precisamente allí, en los hogares de los impresores, donde se situaron los primeros talleres, formando parte de ellos las esposas, hijas o madres que trabajaban en el taller —puesto que era el sustento familiar— y, en ocasiones, llegando a dirigir el negocio. Desafortunadamente, existe poca documentación en muchos casos y, en otros, es inexistente.
Un aspecto importante a considerar es por qué, salvo excepciones, no aparecen sus nombres en los pies de imprenta. Podemos concluir que había varios motivos. Probablemente era una estrategia comercial, si el nombre del impresor tenía ya una clientela o poseía cierta fama, para qué cambiarlo; a lo sumo se añadía «viuda de» o «hija de», lo que suponía una continuidad. Sin duda, este es uno de los motivos por los que las mujeres impresoras han pasado desapercibidas.
Otro motivo evidente era la situación de la mujer en los siglos xv y xvi, a causa de la misoginia imperante en esa época. En este contexto, no estaba bien visto que una mujer dirigiera un negocio, puesto que, por otra parte, no estaban reconocidas ni judicial ni mercantilmente. No olvidemos que durante mucho tiempo se estuvo tratando de dilucidar si las mujeres tenían alma, no digamos ya, inteligencia.
A la vez que surge la imprenta, va creciendo un tímido movimiento de alfabetización de la mujer, que fue ganando terreno progresivamente durante el siglo xvi. El humanista valenciano Juan Luis Vives mostró su preocupación por la educación de las mujeres en su obra De Institutione Feminae Christianae, obra compuesta para la formación de María Tudor, hija de Catalina de Aragón y Enrique VIII. Publicada en 1524, la obra se divide en los tres estados de las mujeres definidos en función del matrimonio: doncellas, casadas y viudas. Aunque todavía pervive la idea de la debilidad mental femenina y la sumisión a padres o maridos, Vives refuerza la idea de la importancia de la educación de la mujer como factor de progreso.
Institutione Feminae Christianae influyó en Europa y en la América española, sobre todo tras la publicación de su traducción al castellano en la edición de Valencia de 1528.
La revolución que supuso la aparición de la imprenta impulsó una expansión de la cultura escrita, una democratización del conocimiento humano hasta entonces encerrado en los scriptorium de los monasterios y con unos costes de producción muy elevados.
Desde Alemania, los primeros impresores, huyendo de la mala situación política, se dispersaron por Europa, llegando en primer lugar a Italia y Francia y después a España. Con ellos iban sus familias y sus mujeres desarrollaban importantes tareas en los talleres, desde la fabricación de tinta, la composición de textos, el alzado de pliegos o incluso el manejo de la prensa. En ocasiones, el taller tenía también la librería y eran ellas las que actuaban de libreras, editoras y encuadernadoras, ejerciendo a la vez de amas de casa, como madres y esposas. Algunas dirigían la imprenta, llevaban la contabilidad y las relaciones con los clientes (a veces incluso sin saber leer o escribir).
También existen casos en que hacían las funciones de prestamistas y aquí quiero citar a las mujeres que apoyaban el novedoso invento, como Elionor Eiximenix que ayudó económicamente a Lambert Palmart cuando se estableció en Valencia. Con el tiempo se casaría con él.
En 1474 saldría de la imprenta de Palmart, el primer libro de carácter literario impreso en la península ibérica, Obres o Trobes o lahors de la Verge Maria, resultado de un certamen poético celebrado en la ciudad, compuesto por 45 poemas escritos en 3 idiomas. En la obra participaron ilustres personajes valencianos entre los cuales se figuraba una mujer, gran desconocida que pasó desapercibida a lo largo del tiempo hasta que hace unos años se estudió la obra en profundidad. Una mujer de la que solo sabemos su nombre, Yolant. Su poema fue presentado a través de un notario y, de una manera sutil dejó su huella, ya que, en su composición, y en forma de acróstico, la primera letra de cada estrofa nos desvela su nombre. De esta obra incunable solo se conoce un ejemplar en el mundo, que se conserva en la Biblioteca Histórica de la Universitat de València.
En Europa, desde el siglo xv hasta nuestros días, cientos de mujeres han trabajado en las imprentas, empezando por sor Marietta que ya realizaba la composición tipográfica en su convento de Ripoli en Florencia desde 1476. Tras ella, muchas han seguido su estela. Podemos citar a algunas que fueron pioneras en estampar su nombre en los pies de imprenta o en los colofones de las obras que salían de sus talleres, como Anna Rügerin en Augsburgo en 1484 y Charlotte Guillard en su imprenta Soleil d’Or en París en 1518. La española Juana Millán fue la primera que firmó con su nombre en Zaragoza en 1537; y en Roma, Girolama Cartolari lo haría en 1543.
En Nueva España, el primer impresor fue Juan Pablo que llegó en 1539 acompañado de su esposa, Gerónima de Gutiérrez. Entre los dos implantaron la primera imprenta en México.
Actualmente, la Sociedad Bibliográfica Valenciana lleva el nombre de Jerónima Galés, esposa y madre de una saga de impresores. En 1562 publicó un soneto en el que reivindicaba su profesión y su buen hacer.
«Si el voto mío vale por mi officio, y haver sido una entre las mas curiosas, que de ver, e imprimir las mas famosas historias ya tengo uso, y exercicio…»
El estudio de la mujer en la imprenta sigue siendo un campo de investigación abierto.