Imagen y texto hoy, por Enric Jardí

Instagram puede que sea el invento más importante de la década. Nada ha cambiado tanto la manera de consumir imágenes como esta red social. Recientemente, a la pregunta de cuál era el invento más importante de la segunda década del siglo XXI, una amiga me respondió que era Instagram. La respuesta puede parecer banal porque quizá no consideramos a Instagram per se como un invento, sino que merecería que se le considerara merecedor de esta categoría alguna cosa más general como las redes sociales en conjunto, los smartphones o internet. Pero visto desde la perspectiva de los hábitos sociales cotidianos o del mundo de la imagen —y esta amiga es toda una experta— puede ser que esta haya sido una buena respuesta. Instagram es a lo que veo que le dedica la atención la mayoría de los pasajeros de los transportes públicos o quienes están en la sala de espera. Gente que de un tiempo a esta parte está cada vez más pendiente del teléfono con una actitud medio activa y medio pasiva, que es lo que permiten estos escenarios y lo que nos pide Instagram. Ni muy atentos ni muy distraídos. Instagram es por un lado un emisor de imágenes y por otro una panorámica de la gente de nuestro entorno y de aquellos a quienes hemos incorporado virtualmente. A partir de las fotografías que hacemos o robamos con el mismo teléfono, las editamos con más o menos intensidad y emitimos toda una serie de imágenes construidas que casi solo tienen sentido en esta red social. Imágenes que enviamos a nuestro entorno como nuestros propios retratos («mira que soy guapo»), un grupo de gente de fiesta («mira que bien me lo paso»), unos pies en la playa («mira dónde estoy y que relajado que estoy»), un gatito («mira que mono»), el ala de un avión vista desde la ventana («estoy de viaje y tu no»), un capuchino con la crema dibujando un corazón («qué gracia, ¿eh?»). Son imágenes que en el futuro estudiaremos como de la "la época de Instagram" y que puede ser nos costará entender porque solo habrán tenido sentido aquí. Como cuando veíamos la imagen de un personaje del pasado con peluca y con una peca postiza, que hace gestos con un abanico. Signos que, pasados los años, pierden el significado. Aun con esta capacidad de generar imágenes, hemos de recordar, sin embargo, que muchos usuarios de Instagram son pasivos. Gente que a penas sube nada y que se dedica a observar y, a veces, a indicar que aquello le gusta. Este consumo masivo de imágenes, tanto por parte de los pasivos como de los activos —que son también la mayor parte del tiempo pasivos—, está haciendo cambiar algunas cosas del mundo real. En la pasada manifestación en Barcelona convocada por el movimiento medioambiental Fridays for Future la mayoría de las pancartas que se veían eran individuales, de formato cuadrado, con frases reivindicativas e ingeniosas, la mayoría en inglés y con el texto acompañado por iconos. Las pizarras de los bares últimamente también van en esta línea. Instagram está más presente en el mundo real de lo que pensamos. Estamos construyendo un nuevo paradigma de organización del texto y la imagen en el espacio gráfico, sea una página, una pancarta, un cartel o una taza, que marcará una época. En un principio Instagram permitía al usuario corriente escribir textos (no enlaces), pero siempre como pies de foto subordinados a lo que es lo esencial. Después, cuando Snapchat empezó a ganarle terreno con las historias instantáneas que con el tiempo no dejaban rastro, instaló sus propias historias donde el texto coge cierto protagonismo, pero con palabras sueltas y frases breves. Sin Instagram y sin las historias no tendríamos algunos adolescentes millonarios ni las hermanas Kardashian serían quienes son. Esta red también ha arrastrado a su mensajería a mucha gente que antes hablaba por WhatsApp, Telegram, el Messenger de Facebook o gente más joven que directamente ha empezado a comunicarse privadamente por aquí. Parece que Instagram era una especie de colección personal de imágenes a compartir con aquellos que nos quisiera seguir. De hecho, es hoy el mejor soporte para ver el portafolio de muchos creadores visuales, no solo fotógrafos. Muchos más visitantes que las páginas web. Pero sobre todo eso Instagram se ha convertido en la gran tienda, o mejor dicho, en el escaparate y la puerta de la tienda. La imagen es y será siempre la mejor herramienta para seducir y convencer. Si tomamos las tres redes sociales más utilizadas hasta el 2020, Instagram se encuentra en el extremo que corresponde a la imagen mientras que Twitter está en la parte opuesta, la del texto. Twitter también admite imágenes, pero es principalmente literatura escrita. Facebook, la actual propietaria de Instagram, se encuentra en medio de estos dos polos. Puede ser que esta sea la causa de su anunciada decadencia. No es tan buena tienda como Instagram ni tampoco le damos credibilidad como vehículo de discursos de texto.

Imagen y texto hoy, por Enric Jardí

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