«Hijo, aquí no se ve nada». Es el comentario de la madre del artista Guillermo Peñalver (Tarragona, 1982) sobre su último trabajo. Y razón no le falta. Porque los ‘collages’ que componen la exposición Autorretrato en el interior —que se puede visitar hasta el 15 de septiembre en el museo ABC de Madrid— son un difícil ejercicio de blanco sobre blanco. Por ello requieren paciencia: son un reto al ojo del espectador, tan acostumbrado al blanco deslumbrante de las pantallas y tan poco habituado a los matices del papel.
«Dentro del blanco hay mucho color», se justifica Peñalver. Y así es. Una vez que la mirada se acostumbra, en sus ocho ‘collages’ de gran formato se empiezan a distinguir los volúmenes, las texturas y las tonalidades del papel blanco que compone toda la exposición. Concibe las capas de papel como si fueran pieles. Y ello provoca que del blanco inicial empiecen a emerger los bordados de una colcha, las nubes, el alicatado, las gotas de la ducha, la textura del césped e, incluso, los pelos de las piernas del autorretrato del artista. Todo ello realizado en papel. Blanco y recortado con cúter o tijeras.
En estos tiempos de voracidad de imágenes digitales, su trabajo —«muy lento y muy manual»— es una propuesta anti-digital, anti-Instagram y anti-scroll, como él mismo asegura. Porque la minuciosidad de su trabajo se disfruta mejor en las distancias cortas. Sin pantallas de por medio. Es «volumen plano», dice. Y sólo en persona se puede apreciar la sutileza de estos bajorrelieves de papel y las capas que componen sus obras, como si se tratara de un Photoshop analógico.
Guillermo Peñalver es un artista afincado en Madrid que se autodefine como dibujante y «recortador de papeles». De hecho, mientras habla de dibujar, realiza con las manos el gesto de usar las tijeras. Su estilo tan peculiar —con referentes como Hockney o Pérez Villalta— es fruto de su obsesión por los acabados cuando se dedicaba a la pintura. «En el último año de carrera, mi profesor Óscar Alonso Molina me recomendó que si quería buenos acabados en mis cuadros, igual era práctico probar con la cartulina», cuenta horas antes de la inauguración. Y así lo hizo. Empezó a recortar y no ha parado.
De hecho, lleva recortando los últimos dos años casi en exclusiva para esta exposición, que compone la decimoséptima edición de Conexiones, un programa puesto en marcha por el museo ABC y la Fundación Banco Santander para contribuir al desarrollo y la difusión del dibujo contemporáneo.
Guillermo ha reivindicado siempre la biografía propia como motor de su trabajo artístico. Y sólo con el uso de papel y grafito, en esta exposición logra trasladar al visitante a su estudio, donde su vida profesional y privada se funden en un mismo espacio. Allí crea y allí duerme. Por ello en la muestra conviven las grandes piezas, a partir de recortables, que narran escenas de su vida cotidiana —Guillermo trabajando, cocinando, durmiendo, duchándose o practicando yoga— con una selección de los infinitos artículos de los que se rodea para crear.
Todo comenzó con una apuesta con María, su amiga de la universidad, por ver quién hacía el regalo más raro a quién. Y acabó con una auténtica pasión por el coleccionismo más personal y ecléctico. «Hay artistas nómadas pero yo no lo soy para nada. Necesito rodearme de objetos porque me autodefinen», aclara. Así, las obras expuestas dialogan en el museo ABC con estos objetos —todos ellos blancos— que le inspiran para trabajar: desde una jardinera de Jonathan Adler a una lata de conservas de cerámica, una porcelana con forma de muela o un plato-pez.
Cuando se le pregunta por el futuro, afirma entre bromas que, de momento, no volverá a reducir drásticamente el color. No será blanco. «Ya estoy trabajando y estoy utilizando mucho el color. Para desconectar», explica. Y también para alegría de su madre.