Alberto Adsuara, co-director de Art&Design de ESAT y director del Departamento Audiovisual de esta misma escuela, reflexiona sobre la importancia que tendrá la imagen en el futuro.
«La técnica avanza borrando sus huellas, y cuanto más refuerza su influencia tanto más se escamotea ella misma. A medida que crece nuestro dominio de las cosas, disminuye nuestra aptitud para dominar, aunque sea con la inteligencia, ese dominio», Regis Debray
Y para abundar en el carácter controvertido de esta afirmación podríamos añadir: el futuro es imagen, solo imagen… guste o no.
De todas formas quien aún dudara de la veracidad de este discutible aserto que solicite permiso a un joven (o no tan joven) para ver el contenido que almacena en sus galerías —de imágenes— del ordenador o del móvil. Y que después le solicite permiso para acceder a su biblioteca —de textos—, ya sea física o virtual. Y que compare. Y que entonces reflexione sobre la afirmación que encabeza el epígrafe.
Así, con independencia de la veracidad del aserto y de las consecuencias que de ello podrían derivarse en un futuro, lo que nadie podrá poner en duda es que la afirmación resulta al menos verosímil.
También podemos afirmar que toda mirada es actual. No puede ser de otra forma. El pasado, tal y como nos explica Bergson, tiene una función estricta y exclusivamente configuradora. Así, nuestro presente continuo no es sino el matizado reflejo de una Gran Historia que nos antecede, cargado de historias y de imágenes. Y en este sentido nuestra mirada es la suma de miradas, propias y ajenas, que se superponen en un palimpsesto vertiginoso y difuso que, después, cada uno construye a su manera y a veces a su pesar.
La era digital ha volcado sobre nuestra mirada una sobreabundancia de imágenes que se degluten bulímicamente y casi sin consciencia.
El actual fetichismo de la imagen tiene muchos más puntos en común con la era de los ídolos pre-humanística que con la misma era del arte que dio comienzo con Hegel y Winkelman y terminó con el asentamiento de las redes sociales.
Algo que da lugar a algo cuanto menos curioso: un estudiante de hoy es un sujeto potencialmente hiper-informado, desde luego, pero su información solo puede ser, debido precisamente a la falta de experiencia que confiere su edad, compulsiva y por tanto generalmente vaga, fragmentaria y deslavazada, que para algo existe el aprendizaje, los estudios universitarios y los maestros: para entre otras cosas encauzar, ceñir, dirigir y ordenar todo ese flujo apabullante de información que tanto desborda a las mentes que se encuentran, insisto, formándose.
Así, y en contra de lo que pudiera parecerle a algunos, los maestros son tan necesarios como siempre, sólo que su función ya no es exactamente la misma de siempre. La técnica se encuentra en los tutoriales y por tanto resulta relativamente accesible, pero la técnica no fue nunca más que una premisa, una forma de inicio, un proceso casi burocrático.
La enseñanza del arte ya no consiste, desde luego, en imponer a los alumnos un criterio que se ha forjado a golpe de martillo desde una institución inflexible y autoritaria. No, desde que Fukuyama señalara el cadáver de los Grandes Relatos ya nadie quiere fiarse a la metodología impositiva de ninguno de ellos. La enseñanza del arte requiere de un nuevo uso del concepto de calidad; de un entendimiento actualizado de los criterios que determinan la calidad de un artefacto. Un criterio que deberá ser, no más flexible, sino más razonado.
La enseñanza del arte requiere de un nuevo uso del concepto de calidad.
Y es ese nuevo entendimiento del concepto de calidad lo que hace la enseñanza de hoy tan distinta de la de hace apenas «unos meses». No es tanto una cuestión de arte —creación— como una cuestión de creatividad; y no es tanto una cuestión de creatividad especializada como una cuestión de creatividad híbrida transversal y arborescente. Líquida, que dirían otros. Se daría en la suma de Conocimientos exhaustivos + Disrupción creativa.
En cualquier caso decir que el futuro es imagen, y más aún, decir que es solo imagen no puede ser sino que una conjetura más o menos discutible. Pero desde aquí queda dicha con toda la objetividad que pueda darse en la convicción de un sujeto falible. De todas formas, la afirmación no implica aceptación sumisa a tal posibilidad por parte del lector/espectador, tal y como quedaba claro en ese «guste o no».
Como dice Félix de Azúa nadie sabe verdaderamente cómo se ha instalado «ese desatinado desvío de la letra a la imagen. Solo alcanzamos a narrar cómo se produjo y seguimos estudiándolo para ver de dar con su secreto y a lo mejor enmendar tanta insensatez».
Pero el futuro es imagen y sólo imagen… guste o no, y es por eso que en ESAT seguimos formando a los estudiantes en el profundo análisis de la imágenes, sin olvidar nunca, eso sí, el carácter netamente humanista que debe impregnar ese análisis.