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El día que un cliente me dijo adiós. Oda al cambio

Por Ana Gea
02/11/2015
en Editorial

Querido Hugo:

He de confesarte que hubo un día en el que supe que llegaría el momento en que se iba a marchar.

También he de confesarte que no siempre pensé de esta manera. Al principio ansiaba a toda costa la estabilidad e ingenuamente pensé que ésta me la iba a aportar la llegada de un cliente, o a lo sumo dos o tres. Las vivencias se repetían como los acordes en una canción, de esas fáciles, de consumo rápido. Aparecía un cliente, me contaba sus necesidades, cerrábamos el trato y las ilusiones comenzaban a alimentar mi futuro. Había épocas en las que apenas llegaba a fin de mes y entonces los patrones mentales se repetían una y otra vez. De las conversaciones conmigo mismo emanaban diferentes frases: «Cerraré este acuerdo y comenzaré a tener…», «Me encargará esa marca y entonces podré…», «Si logro cerrar ese fee seguro que…»,  «Todo se solucionará cuando…». Estas frases inacabadas, en el fondo estaban cargadas de razón y verdades, pero mi fallo era pensar que tras los logros todo estaba solucionado para siempre y que además todo dependía de los clientes, y no, querido Hugo. También tuve una edad temprana en la que pensaba así cuando trabajaba para otros. Yo creía que si encontraba un trabajo y firmaba un contrato fijo, indefinido le llaman ahora, mi vida iba a estar más o menos resuelta. Más tarde comprendí que todo era herencia y fruto de la educación de la estabilidad, un trabajo para siempre, un amor para siempre, unos amigos para siempre, un oficio para siempre, una casa en propiedad, para siempre… Siempre que puedas pagarla siempre, claro. Hasta que comprendí que esto es una carrera de fondo que nunca acaba, un continuo ejercicio de resiliencia y esas frases y otras muchas te acompañan una y otra vez. Querido Hugo, ni siquiera la vida es para siempre, ¿por qué iba a serlo todo lo demás?

Por todo ello, hubo un día en el que comprendí que los clientes, el mismo día que llegan, están firmando un acuerdo para marcharse algún día y que además es natural y es sano que eso suceda. ¿Siendo creativo te imaginas lo aburrido que es hacer siempre lo mismo? Yo pensaba: «Puedo hacer siempre cosas diferentes, aunque trabaje para un mismo cliente, al fin y al cabo, ese cliente tiene diferentes cosas que contar, evoluciona y la confianza seguramente enriquecerá los proyectos». Cierto, pero aún así llegará un día en que marchará. Marchará porque no dispone de medios para seguir contigo, porque su negocio le va mal, por un enfado, por un malentendido, porque se terminó el proyecto a realizar, porque su sobrino o el hijo de su socio está estudiando diseño y le sale más barato… Marchará porque piensa que estás ganando demasiado dinero, porque habéis dejado de entenderos o quizás nunca llegasteis a hacerlo; o porque ha aparecido alguien nuevo y más atractivo y la novedad palía el cansancio y estimula las endorfinas; o también porque existía tanta confianza que le has le has enseñado a hacer tu trabajo y piensa que ya no eres necesario y lo puede hacer él.

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El caso es que llegará el día en que ese cliente que pensabas que era imprescindible y que llenó tus días, y alguna que otra noche, se irá.

En algunos casos puede que te marches antes tú, porque te has dado cuenta de que ya no puedes seguir trabajando con él, ya que ni siquiera puedes llegar a final de mes con el trabajo que realizas o por otras razones. Ya sabes que no soy de generalizar y algunos casos conozco en los que no ha sido así. Pero te quería contar que en mi caso, llegó el día que un cliente me dijo adiós y yo quedé insensible a su despedida, como si hubiese estado esperando ese adiós desde la quietud. Y desde ese día, querido Hugo, podría decirte que mantengo una relación más honesta e incluso más duradera con mis clientes. Comencé a disfrutar realmente de los proyectos que realizaba, enfrentándome a cada reto sin más soldaduras que las que sellaban el proyecto, trabajando desde entonces sin la pretensión de retener a mis clientes y con la ausencia del miedo a perderlos. Podría decirse que comencé a sentirme más libre y siendo consciente de que el cambio es vida y la vida es cambio. Y eso mismo es una de las cosas más apasionantes de esta profesión y se debe asumir sin dramatismos. Es verdad que muchos de los clientes que marcharon regresaron con el tiempo. Otros, al cerrar las ventanas, hicieron que se abriesen grandes puertas y todos ellos aportaron algo a la evolución de mi profesión. De cada uno de ellos guardo experiencias agradables y grandes dosis de aprendizaje.

A veces escucho enfados y observo tristezas por la marcha de un cliente, incluso yo mismo los he experimentado y entonces pienso: ¿No son las experiencias vividas la mayor muestra de vida? ¿No son los cambios los que hacen posible el vivir experiencias? ¿Por qué extraña razón entonces iban a permanecer siempre los clientes? Las únicas permanencias reales que conozco son las que te hacen adquirir los contratos de las compañías de teléfono.

Te escribo esta carta porque en mi último viaje dejamos una conversación a medias y me apetecía compartir estas reflexiones contigo. Estoy seguro de que esto abrirá el debate a otros temas, como siempre interesantes.

¡Nos vemos pronto!. Hasta entonces cuídate y saluda al resto de mi parte

Frank

–

Actualizado 03/11/2015

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