La Comunitat Valenciana presume de una red amplia y diversa de enseñanzas artísticas superiores, homologadas como grados universitarios y llamadas a ser un motor cultural y creativo. Pero tras ese discurso de modernidad se extiende un deterioro persistente: edificios inadecuados, equipamientos obsoletos, contrataciones bloqueadas y un entramado administrativo incapaz de responder.

Durante años, el discurso institucional ha presentado las enseñanzas artísticas valencianas como un ecosistema robusto, moderno y homologado a los estándares universitarios. Trece centros superiores, un organismo de coordinación y un marco legal que reconoce su rango académico deberían haber apuntalado un modelo sólido. Sin embargo, el funcionamiento real de estos centros muestra un abismo con respecto a esa narrativa. El deterioro material, la falta de recursos y las trabas administrativas han configurado un escenario en el que la excelencia proclamada colisiona con la precariedad cotidiana.
La Escuela Superior de Arte Dramático y Danza de València se ha convertido en el caso paradigmático. Las condiciones en las que se imparten las asignaturas de práctica escénica han suscitado críticas durante años, pero las recientes informaciones de Levante-EMV y Valencia Plaza las han visibilizado con especial claridad. En el primero, un profesor describía así la situación: “Somos la vergüenza de Europa. La única escuela superior de danza y arte dramático de España que no tiene un teatro”. Y explicaba el absurdo cotidiano: “Cuando en danza coges a alguien para elevarlo, se dan con la cabeza en la escayola”, denunciando techos de 2,55 metros en aulas donde deberían montarse escenas, coreografías y ejercicios técnicos.

El deterioro es físico y también organizativo. El testimonio de una profesora que reconoce que lo primero que hace cada curso es disculparse: “Lo primero que hacemos al empezar el curso es disculparnos al alumnado”. Valencia Plaza documentó cómo las obras para sustituir barracones —que llevan más de 22 años instalados— se han efectuado sin medidas básicas de seguridad. Una cinta de plástico y unos mojones separan la zona de obra de las aulas. “No hay señalización adecuada ni equipación de seguridad; ni siquiera casco”, explicaba el profesorado. La Conselleria, además, cerró tres de las cuatro puertas sin ofrecer un plan alternativo de evacuación.
A ello se suma una auditoría eléctrica reciente que detectó “diez deficiencias importantes a resolver antes del inicio de actividad”, según detallaba el profesorado. Por este motivo solicitaron a INVASSAT una auditoría de riesgos laborales para determinar si existe garantía mínima para empezar un curso que, aun antes de comenzar, ya estaba marcado por el caos.
La lista de deficiencias en el interior del edificio es extensa. Durante la visita realizada por el diario, los propios docentes describían un entorno impropio: “El centro no cuenta con salón de actos, ni está adaptado a la accesibilidad, los techos no son lo suficientemente altos, hay aulas con el suelo podrido que desprenden olor, un ala de barracones no tiene baños ni tomas de agua”. La wifi falla, algunos urinarios llevan años fuera de servicio, las puertas se caen, el mobiliario está envejecido y algunas clases se quedan sin suministro de agua de forma intermitente. Una trabajadora contaba resignada: “Nos han dicho de todo, que si somos una cárcel o un manicomio”.
Más allá del deterioro físico, los testimonios revelan una gestión basada en parches. La biblioteca y el almacén de escenografía tuvieron que cerrar por problemas eléctricos. El alumnado de escenografía debe llevar sus propios portátiles porque, aunque el centro paga la licencia de AutoCAD, no dispone de ordenadores capaces de ejecutarlo. En 2022, CSIF denunció desprendimientos de cascotes de la fachada. Una alumna de Arte Dramático relataba así parte del día a día: “Cuando trabajamos descalzos, en varias clases hay riesgos de clavarse astillas de madera”.
El profesorado lo resume de forma contundente: “Todo lo que debería estar en una Escuela Superior de Danza o de Arte Dramático, no está”, declaraba una representante estudiantil a Valencia Plaza. Y un docente añadía: “Si se hiciera una inspección como la que se hace a cualquier teatro o escuela privada, aquí no se pasaría”. La precariedad es tan extensa que ya no sorprende: se ha normalizado.
Alicante, la herida que ya no se puede ocultar
La situación en la EASDA de Alicante es todavía más grave. Como hemos publicado en Gràffica, el centro lleva desde 1988 funcionando en un edificio provisional que hoy presenta riesgo estructural. El informe de INVASSAT de 2018 ya advertía de desprendimientos y peligro en zonas de paso. En 2025, los problemas se han multiplicado. Una plaga de pulpas obligó al cierre del edificio. Cadena SER recogía así el sentir de los estudiantes: “Nos negamos a entrar en un edificio en estas condiciones”.

El sindicato STEPV definió la situación sin rodeos: “Este edificio está en riesgo estructural y la administración lo sabe desde hace años”. Y un profesor de la escuela resumía el estado del centro con una frase que se ha convertido en un símbolo de denuncia: “Somos la peor escuela de arte en instalaciones de toda Europa”.
La combinación de deterioro físico, falta de soluciones y sensación de abandono institucional ha derivado en un clima de hartazgo absoluto. Y lo más desalentador es que no hay un horizonte claro de reubicación ni una inversión significativa en marcha.
Una precariedad silenciosa en València
En la EASD València, el deterioro adopta formas distintas pero igualmente graves. La redacción de Gràffica ha podido confirmar que los másteres iniciaron el curso sin profesorado externo porque los contratos no se han formalizado a tiempo, pese a que los docentes seleccionados entregaron toda la documentación en junio. El retraso no es anecdótico: significa un semestre perdido para titulaciones que dependen de la experiencia profesional del profesorado invitado.
Un docente lo expresa así: “Estamos en diciembre y los másteres siguen sin profesorado externo. No es un retraso administrativo: es un curso perdido para los alumnos”. Otro recuerda la dimensión económica: “Cada mes sin contrato es un mes sin salario; y cada mes sin profesor es un mes de aprendizaje que no vuelve”.
A ello se suma una carencia endémica: el centro no dispone de las máquinas ni herramientas necesarias para el aprendizaje. Faltan máquinas de coser, ordenadores, impresoras y equipamiento técnico básico para que el alumnado pueda desarrollar los proyectos que exige la formación. La consecuencia es una desigualdad que no se nombra, pero se sufre: el estudiante que no puede financiar su propio ordenador o su propia maquinaria queda automáticamente rezagado. Hoy, la realidad es que todo el alumnado está obligado a costear de su bolsillo aquello que el centro no puede ofrecer. Una carga económica que desvirtúa la igualdad de acceso a una enseñanza pública.

Una burocracia que asfixia lo que debería impulsar
La precariedad material se amplifica por el bloqueo administrativo. El ISEACV, organismo encargado de coordinar la educación artística superior, es descrito en Levante-EMV como “una pantomima” por parte del profesorado: “No tiene presupuesto, no tiene autonomía y no puede contratar”.
La desconexión entre los centros y la administración se refleja en decisiones tan inexplicables como la inversión en nuevas aulas prefabricadas para danza en las que, según denunciaba un docente, “el piano no cabía por la puerta y solo había un enchufe para todos los focos”.
El Conservatorio Superior de Música de València tampoco se libra: techos que se hunden, humedades, filtraciones constantes. Y en el Conservatorio de Torrent, un programa pionero para alumnado con discapacidad fue cancelado por falta de profesorado, una situación que el propio equipo calificó como “un golpe devastador para un trabajo que estaba dando resultados extraordinarios”.
Por su parte, el profesorado de la Escuela de Danza resumía su posición de forma amarga: “Hemos sido una patata caliente entre departamentos y gobiernos. Somos hormiguitas. Y así nos tratan”.
Un presente desgastado que compromete el futuro
La sensación de abandono aparece en todas las declaraciones recogidas por los medios. En Levante-EMV, un docente formulaba una pregunta que resume años de frustración: “¿Le importamos algo a la Conselleria?”. Otro recordaba que el problema no es coyuntural: “El abandono se ha mantenido con toda clase de gobiernos”.

Todo ello resulta especialmente paradójico en una Comunitat que ha construido una imagen internacional de modernidad cultural. Festivales, eventos de diseño, proyectos internacionales y campañas institucionales han alimentado esa narrativa. Y durante los años en que València fue Capital Mundial del Diseño con una inversión superior al los 5 millones de euros, o ahora que es Ciudad del Diseño por la UNESCO y anfitriona de foros internacionales, se ha reforzado el relato de una ciudad vibrante, innovadora y referente global. A esto se suman organismos que se presentan como portavoces del “poder del diseño valenciano” en escenarios nacionales e internacionales. Una inversión vergonzante ante esta situación tan calamitosa.
Las escuelas que deben sostener ese prestigio funcionan en condiciones que desmienten esa imagen. Como resumían dos profesoras, “hemos normalizado lo que no es aceptable” y “los estudios salen adelante por la plantilla y el alumnado, que son excepcionales”.
Las enseñanzas artísticas no son un adorno del sistema educativo: son la base del ecosistema cultural, creativo e industrial de la Comunitat Valenciana. Mientras no se asuma esta realidad con una intervención estructural, el futuro del diseño, la música, la danza, la escena, la moda y las nuevas industrias culturales seguirá comprometido por un presente que se sostiene, únicamente, gracias al esfuerzo de quienes trabajan y estudian en los centros.
Actualizado 02/12/2025














