Hackear el diseño

El libro retrospectivo Doma 17 agrupa el conjunto de obras del colectivo de diseño argentino, en el período comprendido entre 1998 y 2015. Una edición fundamental para entender el fenómeno Doma y su aporte a la cultura de diseño en Argentina y en el mundo.

Doma irrumpió en la escena urbana con un grado de originalidad poco común en la esfera del espacio público. En sus acciones, aparecían como un error en el sistema, una programación potencialmente subversiva que interrumpía la transmisión habitual. Hackeaban el concepto de diseño. El sumario del libro Doma 17,– en colaboración con la Editorial KBB y edición del suizo-argentino Sigismond de Vajay–, progresa desde esas prácticas precoces hasta sus dispositivos en miniatura y a gran escala en Berlín, Colonia, Toronto, Bogotá y San Pablo, en estrecho vínculo con calles, museos y galerías de linaje contemporáneo. En su período inaugural de stencil y guerrilla urbana, las intervenciones psicogeográficas de Doma no discernían la frontera y lograban confundirse con carteles de obra, señales viales, cestos de basura, avisos de seguridad, conos, sendas peatonales y líneas señalizadas en el pavimento. Una parodia que dejó cientos de pintadas, postales y stickers con un estilo de manipulación hábil en el vectorizado y desafiante en su clandestinidad.

Con un soporte teórico que desde sus inicios legitiman curadores de arte como Rodrigo Alonso, Rafael Cippolini y el profesor Enrique Longinotti, –para quien surgieron «polemizando con la división de poderes simbólicos que separan al arte del diseño»–, Doma definió un estado muy particular del diseño argentino de fines de los 90, donde también operaban satélites amigos de igual comportamiento como Fase, Chu, Tec, Punga y BSAS Stencil, junto a otros aún más alternativos. El activismo visual de Doma provenía de las aulas de diseño gráfico de la Universidad de Buenos Aires, que los cobijaba en tanto comodidad y espacio de conexión con sus ideas. Desde allí, demostraron  «cómo la comunicación crítica se trata, básicamente, de hacer uso de los signos y sus malas lecturas productivas», según Lars Denicke y Peter Thaler, de Pictoplasma.

A partir de sus intervenciones, animaciones experimentales tecno y gráfica animada para TV, Doma evoluciona y muta en un Kling Klang porteño, un laboratorio aspiracional, cuya búsqueda de diversión irónica y generacional coincidió con un espíritu de época caótico, que resultó en un gran estallido social en Argentina. La obra Víctima (2001), a través del abatimiento de un muñeco gigante se hacía eco de los acontecimientos.  «La experiencia argentina ha sido mencionada como ejemplo del fracaso de los mercados libres y las tasas de cambio fijas, sumados a malas políticas económicas que convirtieron una recesión en una gran depresión –según cuentan a través de la amplia documentación fotográfica del libro—Víctimas de la crisis fuimos todos, incluso los que sacaron buen provecho de ella».

En su modus operandi, Doma apunta a la mass media, la crítica social y a la sociedad de consumo, a la que sin embargo, pertenecen. Con similar tono, Doma creó Mundo Roni (2003-2004), –una criatura patética cuyo mesianismo pudo anticipar el teatro del horror Dismaland–, Gordos (2006) y Carne Tour (2009), además de series limitadas de muñecos en tela y resina como Drogonbol (2003), Jesús Astronauta (2005) y Acid Sweeties (2007), en alianza con Kidrobot. En su industria de la felicidad actual, Doma huye hacia la imagen, guiando a su generación a una tierra de confites de colores, aunque “sin ley, ni orden, ni permisos”. De esta manera, el libro Doma 17 deja constancia, en un detallado tratado que reflexiona sobre el espacio como escenario público, de la aguda representación de formas y estrategias de producción del grupo, así como de un repertorio signado por el goce de su ilimitada dimensión creativa. Una edición lujosa y necesaria que narra la naturaleza experimental del colectivo Doma.

 

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