En este artículo el autor recuerda a uno de los diseñadores gráficos más importantes de la Historia y plantea una versión de su Camino al infierno, pero adaptada al diseño UX.
Hace un año que murió Milton Glaser y diecisiete desde que pronunció su conferencia «Ambigüedad y verdad» ante el American Institute of Graphic Arts (AIGA), publicado posteriormente en uno de los libros de cabecera que debería leer cualquier diseñador: Diseñador/Ciudadano. Se ve que es en junio cuando se nos van los grandes, porque también se nos acaba de ir Pablo M. Ramírez, referente en la infografía periodística en España y otros lugares del mundo y uno de los que mejor ha trabajado el Pensamiento Visual en nuestro país.
Pero volvamos, de momento, a lo que hoy toca. En este libro, que en realidad es la recopilación de cuatro conferencias, Glaser nos muestra su mirada más comprometida y liberal (en el sentido anglosajón de la palabra) acerca de la profesión del Diseño y de su papel como ciudadano. Una mirada comprometida con su entorno social y político en el que reivindica un papel activo por parte de los diseñadores para mejorar su entorno. Una mirada que le lleva a describirse más que como «diseñador», como «diseñador/ciudadano».
Dentro del libro en cuestión, plantea un test que denomina «Camino al infierno». Se trata de una serie de once preguntas que van desde cuestiones relativamente fáciles de resolver, hasta preguntas verdaderamente comprometidas.
Por ejemplo, la pregunta número tres del test interrogaba acerca de si estarías dispuesto a diseñar un escudo de armas para una bodega recién creada, de modo que pareciera una vetusta bodega. Vaya, seguro que alguno de los que lo estáis leyendo diréis… «eso está a la orden del día».
Subiendo en dificultad, el test plantea, en la número siete, si estarías dispuesta a diseñar una línea de camisetas para un fabricante que emplea mano de obra infantil. Ostras, esta pregunta ya es más fácil de responder. La mayoría de la gente diría que no… o eso quiero pensar, ¿no?
Para terminar, en la cuestión número once, acaba preguntando si diseñarías un anuncio para un producto cuyo uso continuado puede causar la muerte del comprador (siempre me acuerdo cuando lo leo, de los Mad Men y sus campañas de tabaco).
Glaser confiesa que después de aplicar este test a un grupo de estudiantes de diseño de entre 21 y 28 años (los que hoy podrían ser cuadros intermedios, de entre 38 y 45 años), hubo tres o cuatro personas que estaban dispuestas a llegar hasta el final sin despeinarse, respondiendo afirmativamente a todas las preguntas, incluida la última.
No sé lo que ocurriría hoy si replicara este test entre mis estudiantes, pero sí me llama la atención especular acerca de qué sucedería si en lugar de estudiantes de diseño gráfico, se tratara de diseñadores UX, partícipes en procesos de digitalización y si en lugar de estas preguntas, fueran otras relacionadas con lo que hoy son las disciplinas del Diseño Estratégico, la Experiencia de Usuario y el Diseño de Interfaces. Parece que el tema viene muy al pelo, justo ahora que este conjunto de disciplinas acaba de ser reconocido por primera vez en los Premios Nacionales de Diseño en forma de Mención especial a Isabel Inés Casasnovas, alias Ludita (¡enhorabuena!).
Así, a bote pronto, se me han ocurrido estas diez. Bueno, la quinta se la he tomado prestada a Ariel Guersenzvaig, de su recién publicado libro The Goods of Design. En cuanto a la novena, apenas ha hecho falta adaptarla, por desgracia.
Mientras las leas, solo tienes que pensar en hasta qué punto estarías dispuesto a hacer lo que se plantea en cada una de las preguntas.
¿Diseñarías una landing que hiciera una promesa que sabes que no se va a cumplir?
¿Diseñarías una aplicación si supieras que está pensada para recopilar datos personales que luego se venderán a terceros sin autorización de los usuarios?
¿Diseñarías un quiosco digital para una cadena de comida rápida con el objetivo de condicionar que la factura media se incrementara hasta una cierta cantidad, dado que el cliente así lo impone?
¿Diseñarías una estrategia de avisos en donde incitaras al usuario a reservar en caliente un alojamiento haciéndole entender que, si no lo hace pronto, se quedará sin habitación? ¿Le harías pensar que los demás usuarios están mirando justo ese hotel para ese mismo día, aunque no fuera cierto?
¿Mejorarías un servicio que sirviera para limitar tu capacidad de compra de refrescos azucarados por prescripción médica, o bien dejarías que fuera el usuario el que pudiera elegir qué hacer con su vida?
¿Trabajarías como diseñador para una empresa de apuestas digitales cuyo objetivo fuera el de ampliar el número de usuarios, aunque estos fueran menores de edad o personas propensas a las adicciones?
¿Diseñarías una red social o un videojuego cuyo objetivo fuera que el usuario pasara allí cuanto más tiempo mejor?
¿Diseñarías un servicio para que fuera fácil sortear que personas menores pudieran acceder a un sitio web al que no están autorizados?
¿Serías partícipe del diseño de una estrategia que buscara segmentar públicos para crear campañas ideológicas que te parecen inmorales?
¿Participarías en el diseño de una herramienta de inteligencia artificial que permitiera generar patrones que pusieran en el punto de mira de las autoridades a personas pertenecientes a minorías obviando su presunción de inocencia?
Es probable que los diseñadores no seamos los responsables de todo… pero ¿dónde están los límites? ¿Deberíamos contar con un cobijo legal como los periodistas y su objeción de conciencia? ¿Dónde termina la responsabilidad y empieza el paternalismo? ¿Eres solo diseñador o también diseñador/ciudadano? ¿Qué otras preguntas se te ocurren a ti?
Juan Ramón Martín es profesor de diseño en la Facultad de Comunicación de la UPSA.