Se podría afirmar que el diseño del cartel de cine es casi una disciplina propia; durante los años de la dictadura, la censura franquista prácticamente también. Cuatro décadas de censura dan para mucho, también para las anéctotas. Así surge La censura franquista en el cartel de cine, un libro que nos presenta todo el material que Bienvenido Llopis ha ido recopilando a lo largo de 30 años.
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Un beso de Errol Flynn a Olivia de Havilland camuflado por un sello del arzobispado de Burgos en un programa de la película Camino de Santa Fe le dio a Bienvenido Llopis la idea: investigar las huellas de la censura franquista en los carteles de cine durante la dictadura. El autor de La censura franquista en el cartel de cine, ha dedicado media vida a recopilar el material que compone el libro.
Un trabajo arduo que empezó hace 30 años en El Rastro, donde Llopis, coleccionista aficionado, tenía su puesto. Un cliente le enseñó una imagen y a él se le encendió una luz. Este trabajo de recopilación hoy tiene su recompensa. Publicado por Notorius, el libro La censura franquista en el cartel de cine ya va por su segunda edición.
Ideas políticas, religión y sobre todo sexo, nada que pudiera alterar la moral y el orden establecidos escapaba al control de los censores, que devolvían los carteles a los artistas para retocarlos una y otra vez. «En el 99 % de los casos, la cartelería la hacían artistas españoles, contratados por las distribuidoras», en declaraciones de Llopis a Efe. Entre ellos encontramos nombres como Jano, «el más prolífico»; Joseph Soligó, «el que más gusta a los coleccionistas», y Macario Gómez, su favorito.
Artistas del cartel que tuvieron que cubrir los escotes y piernas de Marilyn Monroe, Sophia Loren, Ava Gardner y Lana Turner, entre otras divas. La única misión de la censura franquista consistía en tapar carne. Ante la presencia de canalillos, posturas insinuantes y biquinis de dos piezas los censores ponían en marcha su faceta de modistos. El resultado era un cúmulo de carteles de cine que acababan siendo un auténtico despropósito.
A veces hay que coger la lupa para ver el ‘erotismo’, pero otras, lo irónico era comprobar cómo el remedio era peor, porque el nuevo cartel no hacía otra cosa que alimentar el fetichismo y el ansia por destapar aquello que aparecía oculto a la vista y descubrir lo que hay debajo de un guante, un chal o cualquier otro trozo de tela. En cierto modo era colarle un gol al ojo del censor.
Dentro de la censura franquista había diferentes baremos de medición. Todo dependía de si el escote iba dirigido al gran público o no. De hecho, lo carteles no fueron los más perjudicados ya se entendía que este soporte tenía un publico limitado. No sucedía lo mismo con el programa de mano, que tenía una gran tirada en España y era mirado con lupa. «El tema sexual, el tema de la carne, tenía a los censores como poseídos», explica Llopis. Pero aparte también había actores que tenían vetado el estrellato. Los casos más sonados son los de Charles Chaplin o James Cagney –’rojos’ confesos– y también Errol Flynn por su apoyó a la República –incluso monetariamente, por sorprendente que parezca–.
Además del cartel de cine, los metrajes también fueron objeto de la tijeras de la censura franquista. La escena del apuñalamiento de Psicosis (1960) en la bañera, protagonizada por una desnuda Janet Leight, se censuró en España, y algunas películas, como Con faldas y a lo loco (1959) o Desayuno con diamantes (1961), se prohibieron durante años. No fue hasta 1977, con Suárez en el poder, cuando la censura dio tregua.
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