Todavía recuerdo el día que llegó aquella carta con cuatro cuadraditos rojos. Un sobre en el que sabía que en su interior había una carta en la que me decían sí me aceptaban en la Asociación de Diseñadores. Al abrirla y leer que ‘estás admitido’ fue lo más parecido que he experimentado a ganar un reality de los que abundan en la tele.
Pertenecer a una asociación de profesionales era, por un lado, decirte ‘tu sí que vales’ y por otro entrar en el sacrosanto espacio de los profesionales. Acudir a sus reuniones, enterarte de primera mano de lo que pasaba en tu profesión. No había otra manera. Hay que recordar que eran tiempos en los que no había internet, ni correo electrónico, ni redes sociales. Entonces pertenecer a una asociación era casi indispensable. Ineludible.
Pasados más de 20 años, ya no pertenezco a ninguna asociación profesional. Pensaba que esto era un tema propio de mi inconformismo y de mi manera de ver las cosas que, habitualmente, no coincide con el resto. Pero para nuestra última revista, en la que hablamos sobre El negocio del Diseño, preguntamos a los profesionales (Ver resultados de la encuesta) si pertenecían a alguna asociación de profesionales. Sorprendentemente la inmensa mayoría, 90%, no pertenece a ninguna.
¿Qué ha pasado?
En estos últimos años el sistema asociativo se ha desmoronado. Apenas un 10% de los profesionales pertenecen a alguna asociación, y si lo analizamos por edades, la mayoría sigue en ellas por edad, tal vez, por nostalgia. Casi el 100% de los más jóvenes ni están ni se les espera.
Antes, una asociación era el nexo de unión; el cordón umbilical con la realidad profesional.
La asociación te informaba de cambios legislativos, de obligaciones legales, eventos, talleres, editaba libros cuando nadie podía hacerlo, organizaba conferencias con profesionales de otros lugares cuando nadie podía traerlos… incluso en algunos casos te defendía en los tribunales.
Hoy existen webs especializadas, blogs, eventos, festivales, talleres, conferencias, mesas redondas… y todo desde ámbitos privados y en muchas ocasiones altamente cualificados y organizados. Todo el valor que tenían las asociaciones en cuanto a informadores y canalizadores de conocimiento lo han perdido. Si antes eran la referencia, ahora son prácticamente testimoniales. Existen algunas excepciones como es el caso del FAD donde la profesionalización y la capacidad de generar actividad está muy por encima de la media.
¿Qué hacen ahora?
Las asociaciones de profesionales, lejos de estar en el lado de la rebeldía y reivindicación, se han colocado en el lado de la administración. A la mayoría las han colocado a cubierto con sedes que no podrían pagar en varias vidas y rinden pleitesía a la administración que les da cobijo. Así es imposible alzar la voz y romper las reglas si las cosas no pintan bien para el colectivo que deberían defender. En más de 20 años no ha habido, si no me equivoco, ni una demanda a nadie, aunque solo fuese por molestar. Y motivos ha habido y muchos. Jamás he visto a un presidente enfadarse con nadie, incluso he visto departir con los políticos de forma amigable a pesar de ser los culpables de muchos de los males que persiguen a los profesionales.
Si no han defendido los derechos que debían se entiende que la gente no se asocie. Algunos simplemente se asocian porque les sale a cuenta los descuentos que ofrecen al presentarse a los premios que organizan cada una de ellas.
Algunas como la de Madrid, directamente está desaparecida. Con una actividad muy leve, propia de una asociación de barrio, lleva años en silencio. Y eso que en Madrid ha tenido motivos para levantar la voz. Otras se han erigido en árbitro de concursos públicos. En Valencia todos los concursos públicos pasan por las asociaciones de profesionales. Cierto es que mejor que estaba está, pero los mecanismos de control son claramente defectuosos y recaen en unas organizaciones que están muy lejos de representar al colectivo. Al menos a mí no me representan. Y ni que decir de los innumerables intentos de conseguir una asociación supra nacional que aglutine a todas. Tarea imposible, los intereses son muy diversos como para que nadie se ponga de acuerdo.
¿Qué autoridad moral tiene una asociación para erigirse en interlocutor cuando apenas representa al 10% de los profesionales?
¿Por qué la administración confía en ellos? ¿Nos parece normal que la administración delegue sus funciones en asociaciones? ¿Están capacitados esos representantes? ¿Los órganos de gobierno son tan democráticos como se suele decir? ¿Hay intereses internos? ¿Son los mejores gestores? ¿Hay que abandonar el confort de las sedes pagadas? ¿Se necesita mayor independencia y menos dependencia pública? Son preguntas que me hago que no siempre tienen respuesta.
Puedo confirmar la buena voluntad de todas y cada una de las asociaciones de profesionales y de sus miembros y presidentes. En general, hay muy buena actitud y todos los que en ellas participan son muy voluntaristas pero también veo que hace tiempo que perdieron el norte. Siguen anclados en el pasado y actúan como si no hubiera pasado nada en los últimos 20 años.
El 90% no están asociados. Ninguna llega ni al millar de inscritos. Algunas han perdido en los últimos años un 40% de socios. Hay asociaciones de amas de casa que son más grandes. ¿Qué dato necesitan para darse cuenta que tiene que cambiar todo? En estos momentos, en los que todo cambia y se transforma, las asociaciones no deben estar ajenas a ello. Deben buscar un nuevo contexto, una nueva fórmula. No será fácil pero, desde luego, hacer lo que hacen ahora es estéril.
En ocasiones me han entrado ganas de asociarme a algunas organizaciones internacionales. Parece que en otros países ya han entendido la función que deben desempeñar. En algunos casos son simples máquinas de generar negocio. En otros son defensores de los intereses de los profesionales pero en su mayoría han evolucionado de aquella organización de amigos a organismos potentes y con capacidad de dirigir a todo un sector.
Sigo pensando que las asociaciones son necesarias, imprescindibles diría. Pero si a los políticos les decíamos esto de ‘no nos representan’ con los datos en la mano, creo que las asociaciones tampoco. Es necesario una refundación, una nueva apuesta por la profesionalización y por la regeneración. Plantear nuevos objetivos y dejar los viejos a otros.
Quiero volver a sentir aquella sensación de recibir una carta en la que me comunicaban que me admitían en una prestigiosa asociación donde me sentía mejor que en casa.