En el cierre magistral de su tetralogía “La balada del norte”, el ilustrador asturiano Zapico recuerda la Revolución de Asturias de 1934. Desde su hogar en Angoulême, Francia, reflexiona sobre su trayectoria, la evolución del cómic y adelanta su próximo proyecto, una historia íntima del exilio republicano en Francia tras la Guerra Civil española.
Lleva viviendo en Angoulême desde hace muchos años. ¿Cómo surgió la idea de trasladarse a vivir a Francia?
Vine en 2009 para dibujar un libro en la Maison des Auteurs, una residencia de artistas ligada a la Cité de la Bande dessinée de Angoulême. Siempre tuve la idea de volver, pero nunca encontré el momento adecuado, pasó el tiempo y me convertí en funcionario, construí una casa y tuve dos hijos. El reto ahora es encontrar un equilibrio entre los cómics y todo lo demás.
¿Cree que el mercado francés del cómic es más exigente? ¿Resulta más difícil para un autor extranjero publicar allí?
En realidad yo no me considero un autor del mercado francés, publico directamente en España con Astiberri, y luego mis obras se traducen a varios países. Es una paradoja, pero vivo en Francia ajeno a este mercado, que es ciertamente mucho más exigente que el español, porque tiene una tradición más larga y una industria mucho más potente, con sus luces y sus sombras.
Muchos autores franceses viven de forma precaria en un país que descubrió hace tiempo que alguno de sus editores de cómics aparecía en los “papeles de Panamá”. La dignificación de los autores es un reto pendiente que traspasa las fronteras.
En 2011 publica Dublinés, donde hace un recorrido por la vida y la obra de James Joyce. Un ambicioso proyecto, dada la complejidad del escritor irlandés. ¿Cómo surgió ese interés?
Fue un experimento, en aquel momento yo vívia en Blimea, un pueblo de las cuencas mineras de Asturias, y quería viajar, descubrir, desafiar mis capacidades creativas. Con Joyce como modelo vital me fui a Francia y viajé un poquito, y dibujé la experiencia del novelista irlandés, que es muy inspiradora. El resultado es una biografía gráfica lo más canónica posible, que me fue muy útil para aprender y para afrontar los libros siguientes.
Dublinés obtuvo en el año 2012 el Premio Nacional del Cómic. Imagino que supuso, entonces, un respaldo importante para el libro. Ahora resulta oportuno recordarlo, teniendo en cuenta que estamos en el centenario de la publicación del Ulysses de Joyce. ¿Qué aporta Dublinés al conocimiento del escritor irlandés?
Este cómic tiene una gran ventaja, y es su accesibilidad para cualquier lector. El eco de Joyce nos lleva al “Ulises”, ese libro al que mucha gente se acerca pero casi nadie lee debido a su fama de libro imposible. En realidad “Ulises” y “Dublinés” están construidos con los mismos materiales, las vivencias de Joyce. Sé que algunos lectores del cómic se han animado después a acercarse a los libros del genio irlandés, porque una vez conoces la experiencia vital de un creador, su obra se disfruta más.
A raíz de la publicación del cómic, surge el cuaderno de viaje La ruta Joyce, donde plasma su recorrido por Dublín, París o Zurich siguiendo los pasos del escritor irlandés. ¿Tenía pensado desde el principio publicar esta ruta como complemento a Dublinés?
Este libro era otro experimento: un cuaderno de viaje, artefacto bastante de moda en Francia en aquel momento. Fue otra forma de rentabilizar la experiencia y los viajes. Ya que iba a mudarme de país y a viajar por Europa para construir un libro, ¿por qué no contar ese viaje y ese proceso creativo? Es un libro sin grandes ambiciones, muy espontáneo, que es un buen complemento de la biografía de Joyce.
El cuarto volumen de La balada del norte completa un proyecto en el que ha estado trabajando durante muchos años. En esta obra cuenta la Revolución de Asturias de 1934. ¿Cómo surgió este proyecto? Ahora que se ha cerrado el ciclo, ¿tiene una perspectiva distinta de lo ocurrido, de la que tenía antes de comenzar esta aventura?
Al principio la idea era hacer un único libro, idea que se desvaneció pronto al empezar a recabar documentación (gráfica, histórica y, sobre todo, oral). El proceso fue creciendo de forma accidentada con cada nuevo tomo y al final parece que todo tiene un sentido si se observa la obra en su conjunto: un tomo para presentar el escenario y los personajes, otro para contar la Revolución, un tercero para narrar el desenlace y la derrota y un cuarto para dar un final a la altura a nuestros protagonistas.
Astiberri ha publicado la mayor parte de su obra, ¿cómo surgió su relación con la editorial bilbaína?
Prácticamente desde el principio. Mi primer cómic se publicó hace 15 años en Francia, “La guerre du professeur Bertenev”, un álbum de estilo francés que luego rescató Dolmen para el mercado español. Mi iniciación en el cómic fue bastante accidentada, de la mano de un editor suizo muy peculiar. Mi siguiente trabajo, “Café Budapest” se publicó directamente en España con Astiberri. La experiencia fue muy diferente, muy positiva. Construí una relación de confianza con la editorial que me ha permitido dedicarme a pensar en las historias que quería contar y olvidarme de todo lo demás. Hacen su trabajo con un amor, honestidad y dedicación que es difícil de encontrar a este y al otro de los Pirineos.
Es frecuente en el mundo del cómic que se establezca un binomio entre dibujante y guionista. Por ejemplo, Mary y Bryan Talbot, o Javier Olivares y Jorge Carrión. Por otro lado, hay historietistas que son también dibujantes, es el caso de la británica Posy Simmonds, o del español Miguelanxo Prado. Usted siempre ha trabajado solo en sus cómics. ¿Cuál es la razón fundamental?
Han sido mis circunstancias. Es decir, yo siempre me he presentado como dibujante e ilustrador, como autor de cómics. Pero me atrevo a decir que mis fortalezas como autor no están en la parte gráfica sino en las historias que cuento y en la manera de contarlas. Cuando he dibujado historias de otros, que ha sido rara vez, no he quedado muy satisfecho del resultado. Tampoco he escrito para otros dibujantes, porque apenas tengo tiempo para dibujar mis propias historias. La conclusión es que estoy condenado a trabajar solo, lo que no está tan mal, porque me llevo bien conmigo mismo.
Desde los tebeos de Vázquez, Josep Escobar o Ibáñez que publicaba la editorial «Bruguera» en los años cincuenta, hasta la actualidad, donde el cómic trata temas que antes parecían estar reservada a la narrativa ha habido una gran evolución. ¿En qué momento cree que se ha producido ese cambio?
En el momento en el que los autores han podido expresarse libremente han surgido obras que han despertado el interés del lector generalista. Vázquez, por ejemplo, fue un genio encerrado en los límites impuestos por aquella industria del tebeo y la coyuntura política.
Desaparecida aquella industria y la dictadura, el autor de cómics tiene hoy un horizonte profesional mucho más libre (también más precario). Cada autor tiene su propia voz y su obra es un canal de comunicación con mucho potencial.
¿Cree que desde que surgió el concepto de novela gráfica en los años ochenta, el guión ha ido adquiriendo cada vez más importancia? ¿O sigue siendo la ilustración la protagonista del cómic?
En mi opinión el guión casi siempre ha estado al volante, y la ilustración casi siempre ha estado al servicio de la historia. Quizá lo que ha cambiado son el tipo de historias que se contaban en los años 60, en los 80 y hoy en día. También ha cambiado el tipo de lector (y por supuesto, el de editor). La novela gráfica funcionó bien como revulsivo en un determinado momento, para tratar de llegar a un lector generalista, para convencer al público de que no tuviera prejuicios con el cómic, de que era posible contar cualquier historia a cualquier lector a través de nuestro lenguaje.
Asturias siempre ha estado presente en su obra. La tetralogía La Balada del Norte, o la colaboración con la escritora Aitana Castaño, en la que ilustró sus dos novelas breves, Carboneras y Los niños del humo, donde recupera el espacio vital de Montecorvo del Camino. ¿Tiene algún nuevo proyecto que tenga Asturias, y más en concreto, la cuenca minera del Nalón como protagonista?
Empezaré a dibujar una historia que abarca varios momentos históricos, pero cuyo tema central es el exilio republicano en Francia. Esa historia está ligada, inevitablemente, a la cuenca minera asturiana. No porque me interese el monocultivo de relatos, pero estas historias están aquí, son historias que merece la pena contar, y si no las contamos Aitana o yo, poca gente lo hará.
Usted colabora, además, con medios de comunicación asturianos, como La Nueva España o el periódico comarcal Cuenca del Nalón, ¿es una forma de estar en contacto con la actualidad de Asturias?
Es un privilegio dibujar algo que pasa a novecientos kilómetros de distancia, y me evita cortar el cordón umbilical con la patria chica. En Francia el ritmo de vida es diferente: cambian los días festivos, las preocupaciones, el pasado y el presente … Por eso agradezco recibir un correo desde Asturias que me pide una ilustración sobre la reivindicación de un grupo de trabajadores, una fiesta gastronómica o cualquier cosa que me permita hacerme la ilusión de que sigo allí aunque ya no esté.
¿Qué le parece la «Semana Negra» de Gijón como espacio para debatir sobre el mundo del cómic? ¿Lo ha visitado alguna vez? ¿Piensa volver?
El cómic ha estado muy presente en la SN desde el principio, y de hecho su director (Ángel de la Calle) es autor de cómic. El universo policíaco y el cómic han estado siempre muy unidos, por eso se llevan bien y comparten espacio en este prodigio cultural que cumple 35 años en 2022. Estuve en la SN mucho antes de haber publicado mi primer cómic, estuve después charlando y firmando y volveré pronto.
¿Cómo es el proceso de creación de un nuevo proyecto? ¿Hay un guión más técnico o más narrativo? ¿El diseño de los personajes es previo al guión?
Al principio hay un bombardeo de información, muchas preguntas a mucha gente, muchos libros que leer y muchas ganas de meter toda esa información en las viñetas. Luego empieza un proceso de ordenamiento, de construcción narrativa, de poner rostros a los personajes y palabras a los globos de texto. Al final de todo empiezo a dibujar las páginas, corrigiendo esto y aquello, menguando los textos buscando transmitir de la forma más sencilla posible.
Este proceso no termina nunca, pero llegado un momento hay que enviar todo al editor y e imprimir el libro.
Recientemente ha participado en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, ¿qué puede contarnos de esta experiencia?
Ha sido un descubrimiento en un sentido doble: desde mi perspectiva de autor y también de profesor, que son las dos almas que conviven en mi yo profesional. Como autor he descubierto un mercado editorial enorme, del que apenas llega una pequeñísima parte de las obras publicadas a los lectores españoles, lo que es una verdadera lástima. Ojalá más FIL a ambos lados del Atlántico para que los 9000 km de distancia geográfica fueran menos. Y también me ha servido para charlar y dibujar con estudiantes de secundaria del Estado de Jalisco, y he descubierto que se parecen mucho a mis alumnos franceses; nos une esa lengua franca que son los libros.
Los lectores de la revista están muy interesados en conocer cuál va a ser su próximo proyecto.
Como dije un poquito más arriba, es una historia sobre el exilio republicano en Francia, pero no sólo eso. En España tenemos un déficit de memoria histórica, concentrado en una parte de la población (los perdedores de la Guerra civil). Dentro de esta esfera hay diferentes grupos y se han hecho diferentes trabajos de recuperación de la memoria.
Hay un grupo muy minoritario que me interesa mucho: el de los republicanos que vivieron en la clandestinidad en los años posteriores a la Guerra civil y que, desvanecida la ilusión de la intervención aliada en la España franquista tras la II Guerra mundial, acabaron en el exilio.
Este grupo se subdividió aún más cuando, tras la muerte de Franco y la llegada de la democracia, regresaron a un país en el que no encontraron su lugar. Eran los últimos vestigios de una guerra casi olvidada en un país que miraba al futuro y bullía de modernidad. Algunos de aquellos republicanos optaron por dar media vuelta para morir en Francia, ya mediados los años 80. Unas pocas tumbas en los camposantos de unos pocos pueblos franceses recuerdan sus nombres, y como merecen algo más he decidido dedicarles un libro.
Sobre Alfoson Zapico
Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981) estudió Ilustración en la Escuela de Arte de Oviedo e Image imprimée en la École Nationale Supérieure des Arts Décoratifs (EnsAD de París). Su trayectoria como dibujante e ilustrador se inicia en 2006 con la publicación en Francia de La Guerre du Professeur Bertenev. En 2008 aparece su primera obra en España, Café Budapest, una ficción en la que trata los orígenes del conflicto palestino-israelí. Con Dublinés (Astiberri, 2011) le llegó el reconocimiento con la concesión del Premio Nacional del Cómic. Recientemente se ha publicado el último volumen de la tetralogía, La balada del norte (Astiberri, 2015-2023), donde Zapico reivindica la cuenca minera asturiana y los tiempos turbulentos de la Revolución de Asturias de 1934. Como ha señalado Óscar Esquivias, esta obra del ilustrador asturiano “se cierra magistralmente en el momento preciso en que debe hacerlo. Zapico ha sido muy sabio al dar a los personajes las páginas que necesitaban para mostrar su desbordante humanidad, explicar sus dilemas íntimos …”.