En términos gráficos, el libro Afiches del Peronismo 1945-1955, de Raquel Quintana y Raúl Manrupe, representa una edición a la altura del primer peronismo como fenómeno cultural y popular.
Bajo la influencia del constructivismo y las ventanas rostas soviéticas, el cubismo, el arte popular, el muralismo mexicano, el afichismo de la guerra proveniente de Gran Bretaña y Alemania (del realismo inglés de James Pryde y William Nicholson a las ilustraciones de los alemanes Lucian Bernhard y Ludwig Hohlwein, especializado en arquetipos de la postura aria heroica y los perfiles adustos), la publicidad norteamericana, el brutalismo, la propaganda y otros ismos, una parte de los afiches del primer peronismo se agrupan en una edición lujosa que promete evolucionar en un archivo general de la nación gráfica peronista.
En el juego evocativo de las influencias, a nuestros días de sociedad del espectáculo actual también le adosamos la etiqueta pop art, legitimada décadas después ¿qué representa sino el afiche ‹Fiesta del algodón›, una bestia pop de enorme narrativa, color y fresco de época? ¿Cuanto hay de retórica del consumo en el afiche «Un sueño realizado», de 1948, del dibujante Héctor Alfonsín? Detrás de estas realizaciones se encuentra la mano técnicamente virtuosa de profesionales del arte comercial, el tablero y el aerógrafo. Ilustradores y tipógrafos con oficio que también llevaban su pan del trabajo a casa, cuya tarea consistía en ilustrar atribulados afiches para el movimiento peronista.
Tal es el caso del mencionado Héctor Alfonsin, Raúl Manteola, Horacio Álvarez Boero, Aristo Téllez, Elena Dalfos, Juan Lamela, muchos de ellos artistas plásticos. Es por ello la diferencia de estilos, retóricas y escuelas plásticas con distintos fines de semiosis de la comunicación: sociales, políticos, turísticos, deportivos. Sin embargo el denominador común era uno solo: la representación del trabajador. Pleno de simbologías y dimensión ideológica el descamisado fue la figura central e ícono del peronismo, heroico fuerte y orgulloso. Una arquitectura de la imagen, en tanto arquitectura del poder, que también dividía aguas, cosechó detractores y futuras proscripciones.
La investigadora Marcela Gené hacía en Tipográfica un estudio de los símbolos peronistas. Decía «la enorme parafernalia visual producida por el régimen cobra desde el presente nuevos significados. Las jóvenes generaciones se enfrentan a un universo icónico que describe un mundo de armonía y bienestar que hoy parece irremediablemente perdido». Iconos de un mundo de armonía representado en el afiche «Segundo Plan Quinquenal», de 1953 «Producir mas para vivir mejor» de 1954 y los Campeonatos Infantiles Evita, de 1952. O el áulico perfil de un Juan Domingo Perón de mármol, según reseña Marcela Gené. O los afiches que promocionaban los viajes turísticos de la Fundación Eva Perón, donde prometía a Buenos Aires, Puente del Inca o Embalse como la tierra prometida de alegría y progreso. El artista Daniel Santoro, otro excavador del peronismo clásico, sostiene que “los diez años del peronismo fundacional dejaron un repertorio iconográfico de creatividad, cantidad y rareza sólo comparables a lo que produjeron otras grandes ideologías de la contemporaneidad”. Su afán compilatorio lo llevó a poner a disposición su amplio archivo para publicar el libro Perón Mediante.
En síntesis, miles de imágenes al servicio del régimen, que legó un archivo canónico que el libro Afiches del Peronismo reivindica con esmerado esfuerzo por parte de Raquel Quintana y Raúl Manrupe. La estética del movimiento peronista, una estética que asumía innumerables influencias que le valieron la virtud de lograr -por y gracias a ello- un estilo propio y reconocible en tanto identidad gráfica.