8 de cada 10 ilustradores en España viven por debajo del umbral de rentabilidad

El III Libro Blanco de la Ilustración dibuja un panorama demoledor: precariedad estructural, brecha de género, impagos sistemáticos e incertidumbre ante la inteligencia artificial.

No hay que rascar mucho para entender que algo va mal en el sector de la ilustración en España. Los datos de la encuesta realizada por FADIP para el III Libro Blanco son, directamente, un retrato de la precariedad. Ocho de cada diez profesionales han visto cómo sus ingresos se han estancado o disminuido desde 2019. Seis de cada diez ingresan justo o por debajo de los costes de su actividad. Y siete de cada diez no llegan al umbral de los 1.000 euros mensuales. Conclusión: vivir de ilustrar, en España, sigue siendo una carrera de fondo donde el desgaste no siempre encuentra compensación económica ni simbólica.

Un oficio feminizado, frágil y sobrecargado

La encuesta —con 746 respuestas válidas recogidas entre febrero y marzo de 2025— confirma que la ilustración es una profesión con rostro de mujer: el 66 % de las personas encuestadas son mujeres, con una edad media de 40 años y alrededor de una década de experiencia profesional. Sin embargo, este perfil también es el más golpeado por la desigualdad: las ilustradoras están sobrerrepresentadas en los tramos más bajos de ingresos, tanto por cuenta propia como ajena. La brecha de género, lejos de cerrarse, se perpetúa con cada nuevo encargo mal pagado.

El grueso del colectivo trabaja desde Madrid y Barcelona, aunque hay una presencia significativa en la Comunidad Valenciana, Andalucía y el País Vasco. La mitad pertenece a alguna asociación profesional y casi todas compaginan su trabajo en la ilustración con otras actividades relacionadas, especialmente en el ámbito de las artes gráficas.

Ingresos por los suelos, contratos sin garantías

El retrato económico es uno de los más alarmantes que ha arrojado el sector en los últimos años. La mitad de las personas autónomas no llega a los 8.000 euros anuales. Por cuenta ajena, casi el 60 % no supera los 6.000 euros brutos al año. En total, más del 60 % de la muestra declara tener ingresos insuficientes para cubrir sus gastos profesionales, sin hablar ya de vida personal o capacidad de ahorro.

A esta situación se suma la inestabilidad contractual: solo un tercio formaliza su relación profesional mediante contratos escritos. El resto se fía de presupuestos (el 50 %) o acuerdos verbales (el 10 %). Y, claro, esto tiene consecuencias: 7 de cada 10 ilustradores han sufrido demoras o impagos. A esto se añaden los problemas recurrentes con la formalización de los contratos, los derechos de autoría y las condiciones de pago. El 50 % de quienes usan contratos han tenido problemas con ellos.

La IA ya está aquí… y ya está afectando

Uno de los bloques más contundentes del estudio es el que aborda el impacto de la inteligencia artificial generativa. Aunque solo un 12 % del sector afirma utilizarla, un 26 % asegura haber perdido clientes por su culpa. Y el 53 % no sabe si la IA ha afectado o no a su volumen de encargos. La incertidumbre es tan preocupante como la amenaza.

Lo que sí está claro es que hay una desconfianza generalizada: el 83 % se siente desprotegido respecto a la autoría y sus derechos. El 97 % exige que se identifiquen los contenidos generados por IA, y el 95 % que se informe sobre las obras utilizadas para su entrenamiento. Solo un 13 % estaría dispuesto a licenciar sus ilustraciones para alimentar modelos de IA, mientras que el 70 % aboga por mecanismos de regulación como el OPT-IN, que permita ceder derechos de forma explícita y remunerada.

Un oficio que no se sostiene

El diagnóstico es claro: la ilustración en España vive instalada en la precariedad. A pesar de su especialización (la mayoría trabaja en el sector editorial, sobre todo en libro infantil y juvenil, cómic y cartel), de su alto nivel formativo (1 de cada 3 tiene estudios de máster o postgrado) y de su capacidad de adaptación, el colectivo no logra consolidar condiciones económicas estables. Los precios bajos, el intrusismo, la informalidad y la escasa protección legal siguen siendo obstáculos constantes.

Además, la encuesta subraya una verdad incómoda: la mayoría de los ilustradores no pueden permitirse dedicarse en exclusiva a su profesión. Solo un tercio lo hace. Los demás deben buscar otras vías de ingresos, en muchas ocasiones relacionadas, pero no siempre. Esa pluriactividad forzosa no es una elección: es una estrategia de supervivencia.

La urgencia de una respuesta colectiva

El informe de FADIP no se queda en la queja. Entre las aportaciones cualitativas de los encuestados destacan propuestas para el futuro Libro Blanco: establecer tarifas orientativas, ofrecer modelos de contrato, analizar el impacto de la IA, desarrollar formación legal y fiscal específica, abordar la salud mental y visibilizar casos reales. Hay voluntad de organizarse, de protegerse, de construir colectivamente un marco que haga posible trabajar sin precariedad.

Pero el tiempo apremia. Porque si la ilustración no se puede sostener como una profesión viable —con ingresos dignos, contratos seguros y reconocimiento social— corre el riesgo de convertirse en una ocupación marginal, reservada solo a quienes puedan permitirse “no vivir de ello”.

Y eso sería una pérdida no solo para quienes la ejercen, sino para el conjunto de la cultura visual. Porque sin ilustradores no hay cuentos, ni prensa visual, ni carteles que movilicen, ni mundos gráficos que nos ayuden a imaginar otros posibles.

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