Hugo estaba de mala leche, de muy mala leche. Otra vez lo mismo de siempre: «Que si no me gusta», «Que si dale otra vuelta», «Que tampoco sabemos si realmente lo vamos a hacer», «Que realmente no estoy seguro de necesitar esto»… Recién llegado de vacaciones y dos de dos. Estaba harto, mejor llamaba a Pablo y se largaba a tomar una cerveza para despejarse un rato.
– «Pablo, ¿qué tal? ¿Por dónde andas?».
– «Hugo! ¿Qué te cuentas? ¿Qué tal el verano?… ¿Una cerveza? Sí, ¡perfecto! ¿Te vienes por aquí y bajo?».
– «Vale, estoy allí hacia las 14.00 h y comemos juntos. Yo invito».
Pablo trabajaba en un agencia de diseño de las grandes, de las que tienen varias sedes por el mundo, de las que no hay muchas. Después de un tiempo trabajando como freelance y en pequeños estudios, en su actual trabajo comenzó desde abajo hasta ocupar ahora un puesto directivo. A pesar de que los viajes, las locuras internas, alguna reunión salida de tono, las urgencias y cambios de rumbo le hacían tener épocas de mandarlo todo a paseo, había asumido que nunca es todo idílico, y si valoraba, su balanza era positiva.
Hugo llegó un poco antes y quedó con Pablo en la terraza de un sushi bar, la ciudad estaba plagada de ellos por las malditas modas y era difícil encontrar uno donde se comiese bien, pero ese ya lo había visitado en más de una ocasión y era de los de verdad. Pablo llegó sonriente y puntual, le dio un abrazo.
– «¿Qué tal tío? Ya hacía tiempo, eh. Pídeme una fría que estoy que trino», dijo Pablo encendiendo un pitillo.
– «¿Tú también?».
– «Nada, una reunión de esas interminables donde parecía que nadie se ponía de acuerdo, pero al final parece que hemos ido cerrando puntos y ha valido la pena. ¿Y tú qué tal? Porque buena cara no tienes».
– «¿Yo?, quemado, muy quemado. Más de lo mismo, regresé hace una semana de viaje y me he pasado los últimos días trabajando en una propuesta. Tuve la reunión antes de irme y parecía que todo estaba claro, pero se ve que no. Lo que he presentado estaba genial y te aseguro que muy currado, me he enamorado de una nueva tipo y la he utilizado y además he presentado un packaging en un mockup que localicé que es genial. Los últimos días no he estado haciendo otra cosa, pero esta mañana he tenido una reunión con el cliente y parece que no le encaja y además ahora se ve que el proyecto no está cerrado del todo… Al final me ha dicho que tienen que hablarlo internamente, pero ya me ha avisado de que en caso de ir adelante le dé otra vuelta. En fin, qué te voy a contar…».
Hugo estaba quemado de verdad, aunque no era la primera vez que esto le pasaba. Los proyectos escaseaban y su planteamiento era, ¿qué pierdo por invertir tiempo en una propuesta si, total, tampoco estoy haciendo nada? Además me divierto. Pero la realidad es que además de tiempo podía perder mucho… Incluso al cliente antes de comenzar. Mientras, Pablo apagaba el pitillo.
– «¿Otra vez, tío? Ya sabes lo que pienso de esto, no puedes seguir así. Yo también pasé hace años por ahí y te aseguro que lleva siempre al mismo sitio, a una pérdida de tiempo y energías. Si tú no valoras tu trabajo y tu esfuerzo, difícilmente el de enfrente lo va a hacer. Ahora para mí es del todo impensable ponerme a trabajar en algo que ni sé si le va a encajar al cliente ni sé cuánto voy a cobrar por ello; es trabajar a ciegas totalmente. Me jode porque tienes talento, talento del bueno y no solo a nivel gráfico sino en cuanto a ideas y eso no es fácil de aunar. Y encima el cliente con el tiempo pondrá en práctica las ideas que le has ofrecido, esas que hoy te ha dicho que no le encajan. ¿Y tú qué te has llevado? Ya sabes que yo no soy de sentencias y verdades absolutas, las dudas, la reflexión y las maneras diferentes de hacer para llegar a los mismos lugares caben en mis pensamientos, no quiero dármelas de listo y de que todo me sale bien; el error lo tengo muy presente en todo y sigo cayendo en él a menudo. Pero existen conceptos básicos y fundamentales que sientan las bases de una colaboración y si esas se traicionan, mal vamos.
Hugo escuchaba mientras pedía algo de picar:
– «Ya, si yo te escucho y tienes razón, pero en la reunión parecía todo tan claro. Si hasta se pusieron a elucubrar de en qué medios incluir los anuncios».
– «A ver. Una reunión en la que el cliente te cuenta sus necesidades e intenciones no se convierte en un encargo formal hasta que no existe una propuesta aceptada. Digamos que ese es el comienzo, pero en ningún caso un encargo para que te pongas a trabajar. Y yo no entiendo por propuesta nada que tenga que ver con el aporte de ideas o presentación de ningún tipo de propuesta gráfica».
– «Ya, pero te aseguro que lo dejamos todo hablado, yo lo di por sentado y parecía que todo iba adelante».
– «¿Pero llegaste a presentar un presupuesto con todas tus condiciones? ¿Se llegó a firmar o al menos a aceptar por mail? Y disculpa el tono, solo quiero ayudar, pero es que me pone de los nervios esta situación, que se repite una y mil veces…», Pablo quería tener datos.
– «No, al menos no exactamente. Le envié un mail diciéndole que nos veíamos a la vuelta y que estaba ilusionado con el proyecto, que me había parecido muy interesante…».
– «Vamos, que te dejaste otra vez llevar por la ilusión… Hugo, eres bueno, muy bueno pero tienes que perder miedos y aprender a utilizar tus ideas como argumentos, como puntos de partida, no darlo todo antes de comenzar. Tío, esto son negocios y si de verdad quieres vivir de esto tienes que tomarte las cosas de manera profesional. Trabajamos con la creatividad, cosa que puede parecer muy altruista, pero si hay un encargo, existe un intercambio económico y eso, nos guste o no, lo convierte en una prestación de servicios. Y como en todo, los acuerdos profesionales llevan sus pasos y las buenas intenciones se han de materializar en hechos y acuerdos».
Pablo continuó:
– «En la mayoría de ocasiones, lo que se habla en una primera reunión se va transformando cuando se materializa en una propuesta y cuando hablo de propuesta hablo de cerrar los plazos de entrega, el precio, el proceso de trabajo, los recursos. En ningún caso de una propuesta gráfica. Cuando tenemos unas condiciones y un presupuesto sobre la mesa podemos negociarlo, modificarlo y que ambas partes sean conscientes de lo que van a aportar. Es ahí cuando la realidad se ve y surgen las decisiones de realizar ajustes por varias razones, por temas de dinero –ya que tras revisarlo todo no es posible llegar hasta donde querían–, por fechas –porque otros departamentos no están de acuerdo– e incluso porque las necesidades que se creían tener no son tales. Incluso de vez en cuando, el proyecto se plasma en una propuesta económica y el propio cliente se da cuenta de que necesita ir más allá y un pequeño proyecto se convierte en más grande. Hace poco nosotros nos reunimos con un cliente que necesitaba un libro y acabamos haciendo el libro, una web y la campaña de lanzamiento. Pero a todas estas conclusiones se llega con las cosas muy claras, acordando, negociando y sin pudor a hacerlo. Si eres capaz de no saltarte esos pasos incluso acabas encontrando su aquel en el proceso y esto es positivo para las tres partes: para el cliente, para el proyecto y para ti. Queda todo claro y se evitan confusiones y decepciones, para el proceso de trabajo esto se agradece».
– «Ya, pero… ¿cómo pretendes que le demuestre a mi cliente que soy válido, que soy lo que busca…? Mi portfolio se queda corto y no siempre coincide con el sector o proyecto que busca mi cliente. Yo al hacerle una propuesta gráfica o de ideas, lo que intento es buscar su reconocimiento, que apueste por mí, que sea consciente de que lo que yo le ofrezco es lo que busca. A veces necesito demostrar lo bueno que soy y luego ya hablaré de dinero, ¿no?»
– «Pero… ¿antes de comenzar? ¡Ostras Hugo! ¡Si tú eres lo suficientemente solvente para desarrollar un proyecto! Primero, pienso que no se debe buscar ser ‘bueno’ para el cliente, sino que se trata de ser capaz de comprender las necesidades y analizar lo que uno puede aportar para mejorar el proyecto que se debe desarrollar. Y en ese punto, uno sí que debe ser honesto consigo mismo. Pero esto se puede resolver en con unas reuniones previas y si me apuras, presentado una propuesta que aporte pistas del desarrollo del proyecto, del proceso y los pasos a seguir… Es más, si lo que haces es presentar el trabajo como quien dice prácticamente finalizado, quizá, el resultado se puede volver en tu contra y el cliente en vez de confiar y darte el trabajo nunca será consciente del esfuerzo que conlleva realizarlo y el reconocimiento que buscas por parte del cliente para que te dé el trabajo será justo el contrario. Bajo mi punto de vista, sin una propuesta firmada y el desarrollo del proyecto acordado, lo que haces es un suicido. ¿De verdad vas a seguir trabajando gratis y a ciegas? Es una ruleta rusa, disparas y no sabes si saldrá la bala o no».
Pablo tampoco quería darle un sermón, aunque mucho se temía que era justo lo que estaba haciendo:
– «Piénsalo. ¿Realmente buscas las aprobación del cliente? ¿Demostrarle de lo que eres capaz? ¿O quizás necesitas demostrártelo a ti mismo? Pienso que no puedes seguir así, trabajando en propuestas que realmente no te han encargado, ya que todo ese tiempo lo puedes invertir o bien en proyectos tuyos propios de los que sí puedas obtener un beneficio real o bien en la búsqueda de proyectos con encargos reales. No se trata de trabajar solo por dinero, pero si sigues así tendrás la sensación de haberte equivocado de profesión», Pablo se preocupaba por Hugo. «No hagas nada hasta que todo esté cerrado».
– «Puede que tengas razón, puede ser…», dijo Hugo.
A Pablo le gustaba Hugo, a menudo se veía reflejado en él. A Hugo le gustaba Pablo, él le invitaba a reflexionar. Ambos eran amigos desde hace mucho, les gustaba decirse las cosas claras y siempre disfrutaban a pesar de que en muchos temas no estuviesen de acuerdo. Pablo no conocía el sushi bar y le gustó, regresaría seguro.