La noche anterior había tenido lugar aquella conversación con Hugo, el mismo debate que también había mantenido con otros profesionales a lo largo de los años. Muchos de ellos estaban a favor de que debían existir unas tarifas, al menos orientativas, de cuánto cobrar por los trabajos. Más de uno no tenía ni idea de cuánto debía cobrar por un cartel, por un catálogo o un logo.
Era un día de esos tontos, en los que la cabeza comienza a viajar a lugares en los que el corazón ya ha estado, días aderezados por Coltrane y por algún que otro acorde en la memoria que pone todo vuelta del revés mientras los aromas del domingo se entrelazan con los recuerdos. Cira se encontró ensimismada, llegaba tarde… Había quedado a comer con Hugo y unos compañeros.
Llegó justa de tiempo pero como habían quedado en un restaurante de la playa y no era temporada alta encontró sitio para aparcar. Vio a Hugo en cuanto entró.
– «¡Cira! Ya hemos encargado el arroz. ¿Qué tal todo?», dijo Hugo.
– «Estupendamente ¡y más con estas vistas!». Cira se detuvo a mirar el mar, con su verdigris latente típico de un día nublado; uno de los paisajes del invierno que le parecía más bello.
– «Bueno, ¿qué?, ¿ya tienes claro el tema de las tarifas? ¿Sigues pensando qué es lo más adecuado?», preguntó Cira a Hugo.
– «Ya sabes que muy claro nunca suelo tener nada, pero pienso que me ayudarían, sobretodo en los comienzos, ¿o tú cuando comenzaste sabías cuánto cobrar cuando te encargaron tu primer catálogo?», comentó Hugo.
– «Bueno, no lo sabía pero tampoco se me pasó por la cabeza tener unas tarifas que me obligasen a cobrar un importe determinado. No me veo como una funcionaria. Es más, me agobia la idea de tener una profesión en la que todo esté estipulado y cerrado. Una cosa es que la profesión esté normalizada y otra muy distinta es que existan herramientas que coarten la libertad. Además un catálogo dependiendo del proyecto y de otras muchas variantes representa un esfuerzo u otro».
– «No sé qué decirte, yo a veces pienso que un catálogo es un catálogo y punto», comentó Hugo.
– «Sí, un catálogo una vez impreso es un catálogo. Pero te aseguro que, dependiendo del catálogo, del cliente y del equipo que desarrolla ese proyecto, no tiene nada que ver el trabajo que se ha invertido para que ese catálogo exista. Y luego, también están los temas de difusión de ese catálogo y otros como las fotos, los textos, los idiomas, etc. En caso de existir unas tarifas desde luego no podrían indicar “catálogo = 1.000 €”… No es tan sencillo», dijo Cira, disfrutando de nuevo de las vistas que el día le regalaba.
– «Ya, pero yo solo digo que ayudaría el tener unas tarifas. No tanto para que me coarten la libertad, sino para tener una orientación de cuánto cobrar. Además pienso que para los clientes también podría ser interesante. Hoy en día cuando piden un presupuesto el baile de precios que se encuentra es importante. Los clientes no tienen ni idea de cuánto cuestan las cosas».
– «Bueno, quizá ese es el verdadero problema. ¿Pero de verdad crees que somos tan diferentes de otros sectores? Por esa regla de tres podrías decir que una cena es una cena y cuando vas a un restaurante ya sabes que puedes encontrar rangos de precios abismales. Al igual que cuando contratas a un arquitecto, a un abogado o te compras un abrigo o una silla. Y también podríamos decir que un abrigo es un abrigo, y sí, ahí tienes calidades en los tejidos pero es que en el diseño de un catálogo también las hay. La mayoría de los profesionales que estáis de acuerdo en tener unas tarifas creo que es porque estáis comenzando. Lo entiendo. En el fondo lo que os pasa es que estáis perdidos».
– «No creo que sea exactamente así. Conozco a muchos profesionales que llevan tiempo y también están de acuerdo en tener unas tarifas. Unas tarifas también vendrían bien para mostrarlas al cliente y que sepa valorar nuestro trabajo», dijo Hugo mientras avisaba con un gesto al camarero. Había tomado un refresco pero estaba disfrutando con el debate y le apetecía una copa de tinto.
– «¿Entonces lo que te gustaría es una referencia para saber cuánto cobrar como mínimo? ¿Una tabla de precios que te ayude también a defender tu trabajo delante del cliente?», preguntó Cira.
– «Bueno, sí, algo así. Yo me encuentro fundamentalmente con dos problemas. Primero, siendo sincero, que nunca suelo saber qué cobrar por mi trabajo. Y segundo, que pienso que mi cliente no valora el precio del diseño; casi siempre lo ve caro. Esto me lleva a dos situaciones: por una parte mi cliente nunca está dispuesto a invertir lo que le pido y por otra, yo acabo trabajando por debajo del precio que creo que merezco», contestó Hugo, degustando su primer sorbo de vino.
– «Bueno, creo que en tu respuesta se mezclan muchas cosas. Por una parte pienso que debes ser capaz de defender y argumentar tu trabajo, y por otra –y lo más importante– cuando dices que casi siempre trabajas por debajo del precio que mereces, ¿cómo mides lo que mereces? ¿Eres consciente de lo que realmente mereces?», argumentó Cira.
– «Bueno, no sé… Es la sensación que tengo».
– «Ya, pero es que esto es una profesión y como todas las profesiones debes tomártela en serio. Las sensaciones están muy bien para determinadas cosas pero debes ser consciente de cuánto cuesta desarrollar tu trabajo y tomar decisiones a partir de ahí. Me refiero a que puedas establecer tus márgenes de beneficio, saber delegar, ser consciente de hasta dónde puedes llegar y saber cuánto tiempo invertir en cada cosa. Y no hablo de funcionarizar tu proceso creativo ni de ser esclavo y trabajar por horas.
«Evidentemente a ti que estás empezando no te cuesta el mismo tiempo que a mi realizar un determinado trabajo, seguramente por la experiencia; yo seré más resolutiva y alcanzaré antes las soluciones que a ti te llevarán mucho más tiempo….
Es aquello de no cobro por lo que hago sino por lo que sé.
Hablo de conocer y ser consciente de lo que cuestan las cosas, de valorar por ti mismo lo que haces y que realmente puedas vivir de esto. Me comentaste que últimamente no llegas y que trabajas casi todos los fines de semana, ¿no te gustaría poder disfrutar de tu trabajo y tu ocio aunque a veces sean la misma cosa?… Seguro que disfrutas más de un fin de semana trabajando para tus propios proyectos que para los de otro que, además de no pagarte como te mereces, le va a sacar un rendimiento del que tú no vas a ser partícipe», comentó Cira mientras bebía un sorbo de su copa. Le encantaba hablar con Hugo porque cada uno podía expresar lo que pensaba a pesar de que casi nunca coincidían.
– «Ya veo que tienes las cosas claras, no están mal tus argumentos», dijo Hugo sonriendo.
– «Mira, estamos en un mercado de libre competencia… Cuando eres consciente de lo que cuesta tu trabajo, realmente te aseguro que no te gustaría que existiesen unas tarifas o un ente que te dictase lo que tienes que cobrar por él, ya sean importes mínimos o importes máximos. Si conoces tus costes, solo tú eres consciente de lo que te cuesta llevar a cabo un trabajo o de los recursos que necesita un determinado proyecto. Imagina que existe dicha tabla. Incluso si son unos precios que puedan orientar al cliente, dices que a priori parece que puedan ser de ayuda pero en realidad se podrían poner en nuestra contra… ¿Qué pasaría si tú sabes que debes cobrar 2.000 € por un determinado catálogo y tu cliente tiene en su poder unos precios de referencia que marcan que lo habitual son 1.000 €?, ¿te gustaría?. Quizá sería más cómodo tener unas tarifas en los comienzos, pero no pidamos a otros que carguen con nuestras responsabilidades y trabajo», concluyó Cira.
– «Visto así… Quizá tengas razón», dijo Hugo acercando su copa a la de Cira.
Por la puerta entraba el resto. Sería mejor cambiar de conversación o de lo contrario se pasarían el día debatiendo y también es necesario intercambiar impresiones sobre otras materias: cine, música, poesía, emociones,… Hay tanto de qué hablar…