Verifactu es el nuevo sistema de facturación digital impulsado por la Agencia Tributaria para combatir el fraude fiscal en España. A partir de 2025, las empresas y autónomos estarán obligados a utilizar este sistema para registrar y verificar sus facturas electrónicamente. Sin embargo, más allá del impacto fiscal y administrativo de esta medida, lo que llama la atención es el nuevo logotipo que representa a este servicio esencial, y que, lejos de inspirar profesionalismo, parece una mezcla sin criterio de tipografías y símbolos.
El logo de Verifactu, con su caótica combinación de tipografías, colores y elementos sin armonía, es una aberración tipográfica que refleja más una colección de parches visuales que un diseño estructurado. Se trata de un pastiche de elementos gráficos sin ningún valor estético, un trabajo que difícilmente podría considerarse profesional. Resulta paradójico que la Agencia Tributaria, que busca la transparencia y la lucha contra el fraude, lance un logotipo que muchos considerarían un “fraude” hacia el colectivo de diseñadores y la profesión en general.
Si después del fiasco del logo de la Agencia Espacial Española, que también fue objeto de duras críticas, ahora nos encontramos con Verifactu, cabe preguntarse seriamente qué está pasando en la administración pública. La imagen de un país es también su diseño y sus símbolos. Pero en España, los profesionales del diseño parecen ser ignorados en decisiones que afectan la imagen pública.
Una imagen de país “low cost”
Este tipo de logotipos envía un mensaje muy claro: en lugar de confiar en los profesionales que se forman en las escuelas de diseño de España, la administración opta por soluciones que evidencian falta de rigor. Y así, lo que transmitimos internacionalmente es una imagen de desprofesionalización, de país barato y sin conocimiento cultural. Con cada nuevo lanzamiento de logotipos como el de Verifactu, la marca “España” se ve empañada.
El problema no es solo el logotipo de Verifactu, sino el trasfondo cultural y administrativo que permite estos fiascos visuales. Mientras que otros países cuidan hasta el último detalle de su imagen pública, en España cada vez son más los ejemplos de una falta de interés por el diseño que denota una preocupante falta de respeto por esta profesión.
Es necesario que los representantes de los diseñadores y los colegios profesionales alcen la voz ante estos espectáculos, que no solo son indignantes para los profesionales del sector, sino que afectan la imagen de un país. La administración pública debería ser consciente de la responsabilidad que tiene de proyectar una imagen sólida y profesional, recurriendo a los expertos que pueden aportar el valor estético y visual necesario.
En lugar de ignorar el talento de los diseñadores, la administración debe aprovecharlo. Al fin y al cabo, la imagen de un país es parte de su identidad y de cómo se proyecta en el mundo.