Los concursos de diseño son una enfermedad. Se han ido extendiendo como un virus pandémico y, por lo que vemos, parece que nadie los va a poder parar.
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Prácticamente a diario nos llegan propuestas para que los creativos participen en concursos de diseño. Y de entrada, al menos en mi caso, la respuesta siempre es NO. Por definición, por convencimiento, porque no me da la gana trabajar sin saber si voy a cobrar. Tengo la sensación de que alguien está intentado aprovecharse de mí. Que es una especie de juego de Casino en el que ganar a la banca es prácticamente imposible, es más, si te dedicas profesionalmente al juego se gana mucho más dinero que participando en concursos de diseño.
Y al principio pensaba que con esta actitud, y con un poco de proselitismo podría, podríamos, desactivar esta costumbre. Pero el tiempo me quita la razón. Es un mal que no tiene ninguna perspectiva de remisión. Todo lo contrario.
Las empresas han descubierto un verdadero filón para su autopromoción, para viralizar sus acciones, para buscar nichos de mercado más joven… para hacer branding de otra manera. Ya no piensan en hacer campañas con mensaje para un público determinado, normalmente joven. Ahora es mucho mejor hacerles participar de una ‘experiencia’ creativa. Que participen, que comenten, que compartan, que twiteen… Las redes sociales han cambiado muchas reglas.
Y no es que las empresas, como creen muchos, se gasten de este modo menos dinero. En la mayoría de los casos, con lo que se gastan montando todo el festival podrían pagar varias veces el proyecto a una agencia. En ocasiones, hay presupuestos para ‘viralizar’ concursos de diseño que cuestan 10 veces lo que les costaría pagar por hacer una botella, una tarjeta o un cartel. El objetivo es otro.
Y entonces, si se gastan más, ¿por qué no encargan el trabajo a un profesional y se dejan de experimentos concursiles? Pues porque el resultado, en la mayoría de los casos, es lo de menos. Lo que interesa es que la marca se pase por delante de los jovenzuelos con barba y gafa-pasta que son multitud y de ese modo la marca organizadora quede grabada en sus cerebros. Que vaya con su filosofía, que forme parte de su subconsciente colectivo.
Para cosas más serias e importantes las reglas siguen intactas. No es que las grandes empresas no trabajen con profesionales y empresas cualificados; claro que siguen haciéndolo. Lo que ocurre es que los concursos generan tanto ruido que parece que todo lo quieren hacer de ese modo. Incluso cuando alguna empresa seria ha pretendido cubrir una necesidad real con un concurso, al final, ha visto que no es posible.
El diseño necesita de colaboración mutua, de reuniones, de objetivos claros, de propuestas y contrapropuestas… De trabajo en equipo, en definitiva.
Los concursos son odiosos, pero hay que conocer los objetivos de cada uno y tomar decisiones al respecto. Cada uno es dueño de sus decisiones y de sus circunstancias y aunque yo no lo veo, hay muchos –lo sé– a quienes lo de concursar les va y además le sacan partido. Y entre estar parado y estar haciendo cosas manteniendo la cabeza ocupada y en forma, hay ocasiones en las que lo segundo es incluso recomendable.