Normalmente se quedaban a tomar algo después, Hugo les solía acompañar pero hoy había quedado para ir al cine. Decidieron acudir a una terraza. Comenzaba el buen tiempo y apetecía toparse con la brisa, además a Manuel le gustaba fumar aunque a Cira le molestaba un poco. Se acercaron a una terraza en la playa. Manuel sacó su kit de fumador:
– «Menudo lío se ha montado hoy con el tema de la entrega de las propuestas», le comentó a Cira poniendo un pié sobre su rodilla mientras se acomodaba en la silla. Y continuó: «Qué quieres que te diga, maneras de trabajar hay muchas. Yo lo tengo claro, pero cada uno que trabaje como le venga en gana, mientras esté feliz con lo que hace y le salga a cuenta. Lo que creo que no vale la pena es pasarse la vida quejándose diciendo aquello de que las cosas son como son y haciendo gala del conformismo sin hacer nada por cambiarlo. Pero libre es el ser humano», dijo Cira.
– «Pues sí», dijo Manuel encendiéndose el pitillo. «A mí lo que de verdad me agobia es el tema del dinero, nunca sé cuánto cobrar por mi trabajo y además odio hablar de dinero y lo de negociar no va conmigo».
– «Yo creo que ahí estamos todos o al menos hemos estado alguna vez», le contestó Cira levantando el brazo para avisar a uno de los camareros. «Creo que con la experiencia acabas acertando y que el sentido común es necesario, claro que eso es tan relativo… Yo hace tiempo que lo hago al revés, en vez de hacerme la pregunta de ‘¿cuánto debo cobrar por mi trabajo?’, me hago la de ‘¿cuánto es el mínimo que debo cobrar?’, y al menos tengo un punto de partida, claro que luego tengo la ‘misión’ de encontrar a aquellos clientes que estén dispuestos a pagar por él».
El camarero se aproximó a la mesa. Cira pidió un té con leche, Manuel un café. La conversación continuó:
– «Vale, ¿pero cómo narices sabes cuál es ese mínimo? Y es más, ¿cómo encuentras a esos clientes que estén dispuestos a pagarlo? No sé, a mí el tema de agobia, a veces tengo la sensación de que me he equivocado de profesión y de que siendo camarero ganaría más dinero y sería más feliz y ojo, que ser camarero me parece una profesión muy digna, de hecho ya sabes que he sido camarero en más de una ocasión».
En ese momento la mente de Manuel voló a los festivales de música en los que había servido copas, experiencias de las que conservaba muy buenos recuerdos. Cira escuchaba con atención a Manuel, ella también había tenido esa sensación en alguna ocasión, aunque cada vez menos.
– «Evidentemente, siendo camarero o incluso diseñador con contrato te aseguras un salario a fin de mes y eso te da una tranquilidad que como freelance o teniendo tu propio estudio nunca vas a tener; la incertidumbre es inevitable y es necesario saber vivir con ella. Pero si logras mantenerte y encontrar un equilibrio entre lo que te gusta hacer y poder vivir de ello, creo que puede resultar muy reconfortante».
Cira tampoco quería darle un sermón, pero le daba rabia ver su amigo alicaído y a punto de tirar la toalla.
– «Manuel yo te conozco y sé que esto es lo tuyo. Lo de saber el mínimo de cuánto debes cobrar te puede servir para no perder dinero, no se trata de cobrar siempre lo mínimo y otro tema sería lo de cuánto cobrar y fijar un precio, pero a veces trabajamos muchas horas al día y aún así no nos salen los números y eso es síntoma de que hay algo que está fallando. En ese momento es cuando debemos parar y tocar suelo, tenemos que conocer nuestros costes o lo que es lo mismo cuánto dinero –en tiempo y recursos que destinamos a un proyecto– nos cuesta realizar un trabajo, a partir de ahí tendremos la cifra mínima. Lo que cobramos debe estar siempre por encima de esa cifra, teniendo en cuenta que debemos obtener un beneficio de cada trabajo que realizamos».
«No se trata de trabajar solo por dinero, pero si queremos dedicarnos a lo que nos gusta es necesario también aprender a vivir de ello. En caso contrario, acabaremos viviendo de lo que no nos gusta y en nuestros ratos libres haciendo lo que realmente nos gusta».
Cira pensaba en la cantidad de veces que se había convencido a sí misma con estas palabras. Era complejo pero cuando las cosas salían bien sentía una sensación de libertad que hacía que el esfuerzo mereciese la pena, a pesar de que cada día era una vuelta al comienzo. Al final era una forma de vida y una cuestión de ensayo y error, de aprendizaje, como pasear por un laberinto en la búsqueda de tesoros, a veces los encontrabas a la primera y otras volvías a comenzar, pero al final te aburría pasear por una calle recta.
Manuel a esas alturas ya iba por su segundo pitillo:
– «Oye, yo creo que a la próxima te invito a un japo y luego me ayudas con todo esto que dices, parece que lo ves muy fácil», le dijo a Cira.
– «A ver, fácil tampoco, pero es necesario y al final te acostumbras a tener un control mínimo y también a hacer puzzles. Hay veces que decides hacer un trabajo que te aporte escasos beneficios, a precio de coste porque te interesa invertir o apostar por él o incluso le dedicas más tiempo del que deberías, pero siempre por razones muy concretas que tienen que ver contigo y no con el cliente y sin perder dinero. Al igual que a veces trabajas con un buen cliente que está confiando mucho en ti y con el que tienes una excelente relación y puedes tener ‘detalles’ con él. Pero para poder hacer todo esto tienes que tener un mínimo de control y conocimientos».
Manuel miró la hora, se le estaba haciendo tarde, unos amigos le habían invitado a cenar y quería comprar un vino.
– «Y el tema de los clientes ¿qué? Porque si la cantidad que decides cobrar, al final el cliente no está dispuesto a pagarla no sé yo para qué tanto lío».
– «Ay amigo, eso nos daría para otro café. Los clientes son como los tesoros que te encuentras cuando estás caminando por el laberinto y como todos los tesoros, hay que buscarlos». Cira recordó a algunos de los clientes para los que había trabajado, de todas las experiencias aprendió algo.
Se hacía tarde, Manuel apagó su tercer pitillo fumaba demasiado y tendría que plantearse dejarlo algún día. Cira también tenía cosas que hacer.
– «Bueno Cira, hemos aprovechado el café, me marcho que he quedado para cenar. Y lo dicho, a la próxima te invito a un japo y seguimos con el tema, podríamos avisar a Hugo y al resto y hacemos tertulia para arreglar el mundo».
– «Bueno, el mundo cambia tanto que aunque lo arreglásemos tendríamos que volver a quedar para arreglarlo de nuevo», dijo Cira sonriendo. Le gustaba hablar con Manuel.