¡No es la guerra!, por Óscar Guayabero

En este artículo, Óscar Guayabero nos desgrana las técnicas de propaganda y manipulación que han utilizado los gobiernos en el pasado durante los conflictos bélicos y establece un paralelismo con la actual propaganda electoral.

Se dice que la primera Guerra Mundial fue la primera guerra moderna, eso implicó un uso intensivo de nuevas tecnologías y sobre todo el uso de la propaganda como un componente bélico más. En un primer momento, la propaganda se utilizó para captar soldados voluntariosos. Una parte de la sociedad ya estaba imbuida en una corriente patriótica y, por lo tanto, leía el conflicto como un ataque a su esencia, la patria.

Sin embargo, se necesitaba una cantidad ingente de masa militar, y eso obligaba a los gobiernos a convencer a aquellos descastados, que no sentían en su ser profundo la necesidad de dar la vida por una bandera y unas fronteras. Para ese cometido se lanzaron campañas masivas a ambos lados de la contienda.

el papel del cartel

El cartel fue el medio primordial, ya que tenía una capacidad de transmisión de ideas muy alto que había sido ensayado desde finales del siglo XIX, primero como comunicación del ámbito del arte y posteriormente como propaganda comercial.

En 1920, una vez acabada la guerra, George Creel, responsable de la propaganda norteamericana decía: «Incluso en los primeros días, cuando estábamos llamando a escritores, oradores y fotógrafos al servicio, tuve la convicción de que el cartel iba a desempeñar un gran papel en la lucha por la opinión pública. La palabra impresa puede no ser leída, la gente podría optar por no asistir a las reuniones o ver fotos en movimiento, pero los carteles son algo que llama incluso al ojo del más indiferente».

Esos carteles para incentivar el reclutamiento eran directos, interpelaban al observador. El más conocido es el que Alfred Leete creó en 1914, donde Lord Kitchener, Ministro de Guerra británico, señala con el dedo índice a quien lo está mirando exigiendo su alistamiento en las fuerzas armadas británicas. Después fue copiado por los americanos. El ilustrador J. Montgomery Flagg convirtió en 1917, a Lord Kitchener en el Tío Sam junto al lema «I want you for U.S Army».

legitimar la lucha

Pero además de estos, una multitud de mensajes eran lanzados para «concienciar» a la población de la necesidad de alistarse para defender «los valores de la patria». Curiosamente, ambos bandos usan argumentos parecidos: degradar al enemigo, esgrimir la legitimidad de su lucha y la libertad como palabra fetiche.

En el bando alemán, el estilo predominante fue el Plakatstil, que había sido establecido en 1906 por Ludwig Bernhard. Estos carteles tienden a hacer una representación directa y sintética de los objetos y un mensaje claro. Las tipografías habituales son las góticas y el cromatismo fuerza el dramatismo de las imágenes. Los «héroes» de la patria aparecen en el centro portando herramientas o armas. Eran habituales eslóganes como: «Todo para la patria, Todo por la libertad».

La guerra se libra en las trincheras, pero también en las paredes de las ciudades, lo que Greel definió como «la batalla de las vallas».

Una vez el conflicto avanza, los mensajes van adaptándose a las necesidades del momento: subir la moral de las tropas y la sociedad, conseguir ingresos con los bonos de guerra, incorporar a las mujeres a las fábricas de armamento, conseguir sanitarias, evitar el despilfarro de materiales y comida, etc. Estos mensajes serían decisivos en la Segunda Guerra Mundial, pero ya en esta primera contienda se muestran como claves. La guerra se libra en las trincheras, pero también en las paredes de las ciudades, lo que Greel definió como «la batalla de las vallas».

Es interesante ver cómo los mensajes conseguían cambiar estados de opinión e incluso imaginarios colectivos. Poco después de la guerra, el politólogo Harold Lasswell publicó el libro titulado Técnicas de propaganda en la Guerra Mundial, donde se analizan las formas de manipulación ejercidas por los gobiernos para dirigir el comportamiento y la participación de las masas en el escenario político.

Suya es la Teoría de la aguja hipodérmica que se basa en un modelo de comunicación unidireccional donde los emisores buscan un efecto concreto en una relación de causa efecto difundiendo un mensaje tan fuerte que se «inyecta» en las mentes receptoras que no tienen capacidad de resistencia.

deshumanización del enemigo

El problema de tener una propaganda tan efectiva es que para conseguirlo se ha de degradar al enemigo hasta su total deshumanización. Así en los carteles ingleses y norteamericanos y también en la prensa, que funciona como un mecanismo de propaganda más que de información, se acusa a los alemanes de todo tipo de atrocidades, desde el pillaje a las torturas generalizadas. A menudo se usa aquel argumento de convertir un caso concreto en la norma.

Por supuesto se cometieron crímenes de guerra, la guerra es un crimen en sí misma. Pero imágenes como las del ilustrador neerlandés Louis Raemaekers, que trabajaba para la propaganda inglesa, personificando a los alemanes como demonios sobre pilas de cadáveres, ayudaron a crear una imagen distorsionada del enemigo.

El resultado fue que, cuando la guerra terminó, la opinión pública inglesa y norteamericana pedía venganza más que paz. El Tratado de Versalles y las cláusulas impuestas a Alemania sobre la culpabilidad de la guerra que la obligaba a aceptar la total responsabilidad de las hostilidades, supuso que Alemania debía pagar los destrozos humanos y materiales de los países que había invadido o en los que luchó.

Eso sumió el país en una crisis terrible donde el hambre, la deflación del marco como moneda y la humillación, fueron un espléndido campo de cultivo para lo que ocurrió después. En parte, eso se debió a que desde Alemania empezó a generarse una corriente de opinión, alentado por la propaganda, una vez más, donde se decía que las fuerzas armadas alemanas no fueron derrotadas por errores militares o estratégicos, sino traicionadas por bolcheviques, judíos, pacifistas y revolucionarios que conspiraron internamente en su contra.

la propaganda no es inocua

Es importante entender que la propaganda que intenta conseguir sus objetivos a cualquier precio no es inocua, tiene consecuencias a corto, medio y largo plazo. Y vale la pena recordarlo ahora, cuando las campañas electorales, que parecen ser permanentes, recuerdan tanto a la propaganda de guerra. Cuando alguien desde un departamento de comunicación, un aparato de un partido, una agencia o estudio tenga la tentación de usar tácticas punzantes como agujas para «inocular» el mensaje, a pesar de lo dañino de este, alguien debería gritar alto y claro: ¡no es la guerra…y no queremos que lo sea!

→Una parte de este artículo surge de la lectura del estudio La propaganda gráfica como arma psicológica en el transcurso de la Gran Guerra de Julia Bacchiega, editado por el Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata.

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