La obligación de decidir

Imagina que te obligan a decidir sobre ¿a quien quieres más a papá o a mamá? Y no puedes decir a los dos. Tienes que elegir. Tras más de 10 horas deliberando sobre los proyectos que deben merecer un Laus, vuelves a casa con una sensación realmente extraña. Es como haber dicho papá sabiendo que a mamá la vas a dejar realmente mal.

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La sensación es de injusticia. Tomar decisiones en temas de diseño es tremendamente injusto y más si lo tienes que hacer sobre miles de proyectos. Es imposible ser justo con cada uno de ellos. Muchos los quieres por igual, son igual de buenos, tienen todo, simplemente son diferentes. Y te obligan a elegir: este o este.

Ver cada proyecto en su justa medida, en su justo entorno y valorarlos desde infinitos prismas es una labor imposible. Concepto, relevancia, vanguardia, composición, color, estilo, tipografía, cliente, sector… Cada proyecto tiene detrás cientos de circunstancias, cientos de decisiones y juzgarlos por igual, uno al lado del otro te deja con la sensación de haber cometido algún delito por la importancia de tus decisiones. Es lo más cercano a la profesión de juez. Sentencias sabiendo que conoces solo parte del delito, de la vida del juzgado e incluso puede ser inocente.

Sí es cierto que los debates y las decisiones de varios miembros son muy salomónicas. Los premiados se lo merecen sin lugar a dudas, aunque muchos no lo entenderán, pero son merecidos y meditados. Pero a veces tanto como otros que se han quedado atrás, y eso es lo injusto. A veces son pequeñísimos detalles, a veces la insistencia de un miembro del jurado en un matiz que a los demás se les ha pasado. Es como una especie de lanzamientos de penalti en la final del mundial en la que no necesariamente ganará el que mejor haya jugado en todo el campeonato sino en la fortuna de meter un gol o el infortunio de que te lo paren.

Después de muchos años viendo los Laus desde la distancia, en esta ocasión he tenido que ser yo el que tome la decisión de que trabajos son merecedores de premio. Y es mucho más difícil de lo que parece.

La opinión que tenía antes no es muy diferente de la que tengo ahora. Hay cosas que siguen sin parecerme bien, pero otras han mejorado mucho. Sigue sin parecerme bien que se tenga que pagar por presentarse a un premio aunque entiendo los motivos y el negocio. Sigo pensando que los que ganan no son lo mejor del año (ni de lejos) sino lo mejor de los que han podido pagar la inscripción y han deseado que les premien.

También sigo pensando que hay demasiados premios Laus. Entre todas las categorías hay cientos de bronces, decenas de platas, algunos oros y varios Grand Laus. Entre tantos premios, categorías y proyectos llega un momento que todo se confunde. «Nos han dado un Laus» y muchas veces es un Bronce de cientos. No es Laus todo lo que reluce, como dice el slogan de este año.

Los premios, en general, son muy endogámicos y se juzgan desde una perspectiva muy de diseñador, basado en su mayoría por criterios puramente estéticos y poco de industria, de economía, de eficacia, sociales, prácticos… Es inevitable pero corregible. Deseable. También es deseable actuar seriamente contra los ‘truchos’. Esos proyectos que se hacen para presentarse a los premios, o que no siendo un engaño en si mismo, son trabajos autoencargados o sin un cliente detrás o con un cliente/amigo/familia que rebaja mucho el valor de lo que se presenta. Siguiendo el símil de las frases que este año utilizan los premios «Oro Laus parece platano es»

Pero ha mejorado mucho mi idea del proceso. Aunque mejorable, es un proceso serio, razonado y tremendamente complejo. Injusto pero de gran nivel. Jurado seleccionado, con criterio y con menos influencias de las que a priori pensaba. Con deliberaciones razonadas y profesionales. Una organización impecable, con muchas personas involucradas, se nota que llevan 50 años en esto. Es visible el rodaje y la ideas que hay detrás de todo. Para el ADG este es su gran momento del año y todo esta previsto, preparado, pensado y se ejecuta con convicción. Las convocatorias se cambian, se mejoran, se empeoran pero siempre están en movimiento. Son los premios de referencia en España y en breve a nivel internacional. Es el próximo objetivo.

Barcelona ha apostado por el diseño como elemento estratégico y para los que nos dedicamos a esto es como un oasis en el desierto patrio. El futuro Museu del Disseny, el primero en España, es un edificio impresionante que dará sentido a todo un sector.

Pero aparte de todas las sensaciones que he contado, ha habido una que me ha dejado preocupado. El comentario más extendido entre el grupo del jurado al que pertenecía era que  no había ningún trabajo que nos conmoviera. No hemos visto ningún proyecto de esos que cuando los ves te seducen de tal manera que el amor es inmediato. No es que no hubieran excelentes trabajos. Muchos y muy bien ejecutados. No es que el Gran Laus no lo merezca, que a mi juicio lo merece. Ha habido muchos excelentes proyectos, buenos de verdad, pero no de esos que son como una revelación, como un soplo de aire que te deja descolocado y fascinado. Antes me pasaba, ahora es muy raro. Será la edad.

Y ahí es donde creo que ADG debería elegir. Tendría que decidir si se quieren unos premios de excelencia suprema o unos premios de cosas buenas. Unos premios incuestionables con criterios medibles o unos premios en los que todo es relativo. Unos premios de cantidad o de calidad. Ahí lo dejo. Los Laus, después de 50 años, tienen la obligación de decidir a quién quieren más ¿a papá o mamá?

  

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