«El fotolibro es una fidelidad a la obra. Es tal como lo quiere el diseñador, y no depende de la tecnología», Moritz Neumüller

Los fotolibros, obras en las que las fotografías construyen un relato y responden a la mirada particular de su autor, están en alza. Exposiciones como ‘Fenómeno Fotolibro’, que se exhibe en el CCCB hasta el 27 de agosto, lo demuestran. ¿Hasta qué punto esta disciplina está ganando adeptos? ¿Se dirige a todos los públicos? ¿Qué tiene que reunir un fotolibro para ser ‘bueno’? Hablamos con Moritz Neumüller, art curator y comisario ejecutivo de esta exhibición.

Fenómeno Fotolibro es la mayor exposición sobre este tema que se ha hecho nunca. Además, se muestra en un centro contemporáneo, el CCCB, que sí hace exposiciones de fotografía, pero que no es una entidad especializada en fotografía o fotolibros.

En este sentido, es importante destacar que el fotolibro está adquiriendo una dimensión de fenómeno cultural transversal. Ya no es una cosa para nerds y frikis. Junto con el fanzine o el self-publishing, ahora el fotolibro tiene poder dentro del paisaje cultural contemporáneo. Ya en los años 90, se reconoció que este género era digno para entrar en los templos del arte con una exposición, que fue ‘Fotografía pública’ de Horacio Fernández en el Reina Sofía. En estos años, por fin la fotografía comenzó a mostrarse en museos de verdad; a gran tamaño (2×3 metros), impresas y con marcos como si fueran pintura. Hubo gente como Martin Parr que vino casi exclusivamente a ver esta exposición.

Desde ese momento hasta ahora, en los últimos 20 años, se han sucedido los cambios tecnológicos. Todo ha cambiado, y ha revolucionado todos los ámbitos. La autoedición de libros de diseño, de fotografía, o de fanzines es una cosa que ahora puede hacer hasta un adolescente, y además es fácil y barato. Se ha democratizado, fruto de un cambio tecnológico y también de mentalidad. Antes, te lo tenías que ganar, tenías que tener ese prestigio antes de publicar. Hoy, es casi al revés. Los jóvenes hacen un libro, lo venden en su web, van a festivales y luego se hacen famosos. Mucha gente ha comenzado así su carrera fotográfica. Es el ejemplo por excelencia de Cristina de Middel y Afronautas. Y no es por azar que sea español, porque este país ha contribuido mucho a este cambio.

Cristina de Middel me dijo una vez: «El Reina Sofía no me va a llamar a mí, pero yo me voy a hacer mi propio Reina Sofía». Es un cambio de mentalidad total.

Después de estos 20 años y con estos sucesos, ya estamos preparados para una exposición que celebra este hecho, este fenómeno, como decía al principio. En ‘Fenómeno Fotolibro’ hay un esfuerzo por mostrar los libros pero también las imágenes de dentro de los libros forma muy diferentes. Hemos querido que estuvieran los libros originales; pero también hay segundas o terceras ediciones de hace muchos años. Además hemos realizado vídeos (con libros proyectados en la pared, con ipad…); los hemos sacado de la vitrina para explorarlos de otras maneras.

Precisamente porque nos encontramos en un contexto tan digital triunfa tanto un objeto tangible. La gente está harta, quiere tener algo en la mano, y tener esas experiencias multisensoriales, donde puedes oler el libro, ver qué peso tiene, o tocarlo. A través del fotolibro, como objeto tangible, puedes ver la foto o el diseño del libro exactamente cómo lo quería el fotografía o el diseñador, y no cómo tu Smartphone lo adapta según la pantalla y otros factores.

El fotolibro, al final, es una fidelidad a la obra:  es tal como lo quiere el diseñador, y no depende de la tecnología. Obviamente, hay fotolibros que se hacen con tecnología, e incluso se han hecho libros digitales de los fotolibros, pero no han funcionado. Nadie los compra, aunque sean muy baratos y cuesten 5 euros. Alguien que quiere el libro por 30 euros, no compra la app por ese precio. No es lo mismo.

Si adquieres el fotolibro es tuyo. Es cierto que estamos en una era del acceso, pero no en la de la propiedad. No compramos CDs, nos bajamos los títulos desde Spotify y pagamos 3 céntimos por ello. Pero hay algunas cosas, como el arte, donde sacamos nuestro lado más fetichista al objeto, y tiene todo el sentido que sea así.

Hay tantos públicos como fotolibros. Depende mucho del enfoque y del tema. La tecnología que rodea al fotolibro es relativamente nueva y, de hecho, la palabra en sí misma todavía es objeto de estudio. Se traduce del inglés photobook, pero no está claro que esa sea la mejor acepción.

Tengo un amigo, por ejemplo, que hace su tesis doctoral sobre cómo se tendrían que llamar los libros que tienen fotografías. En el mundo académico no está nada claro que este sea el término más adecuado, porque es tan difusa la frontera con la revista, el fanzine, o el catálogo… Depende también de la función de cada fotolibro. Algunos se concebirán más como obra de arte; otros, como un soporte en el que transportar ideas, que tendrá otro mercado diferente al del consumo más ‘fetichista’. También encontramos ediciones de solo 50 fotolibros, que tienen un precio más elevado porque, quizá, también es para un mercado más limitado. Depende mucho.

No es una pregunta solo aplicable al fotolibro, sino a la fotografía en general. Hay movimientos en el siglo XX que relacionaban el arte más con la realidad, la performance, el happening… En los años 60, todos los artistas querían borrar o saltarse esa línea entre la realidad y el arte.

La fotografía es el arte por excelencia, pero tiene una relación muy íntima y firme con la realidad. Ya nos hemos despedido de la idea de que la fotografía es la huella de la realidad, porque siempre hay un punto de vista por parte del fotógrafo (de sacarla desde aquí, o hacerla a tres metros de distancia). Juega con la realidad, pero no la plasma. Es un medio artístico (o por lo menos creativo) dirigido por quien saca la foto.

La fotografía de autor sí juega con esta tensión entre punto personal y artístico, y la realidad. El fotolibro es una buena forma de mostrar la fotografía, pero siempre tiene que hablar sobre historias. Tienes una curva aristotélica casi siempre, porque lo abres por un lado y lo cierras por otro. Hay una linealidad para contar la historia.

Normalmente se mencionan tres criterios. Primero, las fotos tienen que ser buenas; si no se tiene una buena foto, es difícil hacer un fotolibro. En segundo lugar, el tema que se trata tiene que ser interesante, o que genere interés… Aunque también podríamos hablar sobre ese libro de Ruscha sobre gasolineras que, de primeras, no parece tener interés. Excepciones que hacen la regla.

Además, tiene que ser un objeto que convenza, que sea un objeto de diseño también en su formato; normalmente hay varias personas que se implican, un diseñador, un fótografo o un editor para que ese objeto tenga una capa más. Por ejemplo, en ‘Fenómeno Fotolibro’ hay un libro de una fotógrafa rusa que tiene la forma de un acordeón. Cuando lo pones sobre la mesa de pie, se ve como un zigzag. En un lado se ve una cosa; y en otro lado, otra. Esta forma se utiliza para contar dos historias (dependiendo del lado). Es decir: en este caso se utiliza el formato del libro, las páginas, para contar algo más, ir más allá de la fotografía. Que el objeto contribuya a la historia es importante.

‘Fenómeno Fotolibro’

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