Como parte de la iniciativa de Pintaescola 12 artistes, 12 escoles —consistente en la creación de diversos murales en 30 centros educativos de Castellón—, se invitó a participar al artista urbano Escif para intervenir las paredes del colegio público Bernat Artola. El resultado, lejos de dejar indiferente, ha generado una gran polémica.
Como consecuencia de un proceso participativo con los alumnos, el artista urbano creó dos murales, uno en el que se ha plasmado una mano negra saludando y otro con dinosaurios. Tras las críticas volcadas en redes sociales y como respuesta a la polémica que ha surgido, Escif ha decidido comunicar el siguiente escrito:
Cuando los niños hablan
Hace unos días fui invitado a participar en un bonito proyecto para intervenir en la pared de un colegio en Castellón: 12 artistas, 12 colegios.
Las paredes de un colegio son paredes muy preciosas pues tras ellas se construye la esperanza de un mundo mejor. El futuro de nuestra sociedad depende completamente de la educación que hoy defendamos en nuestras aulas. Son palabras mayúsculas.
Es por esto que pintar un colegio es un reto mayor. ¿Qué mundo futuro queremos construir? ¿Qué educación queremos para nuestros hijos? ¿Cómo participar de esta construcción a través de la pintura?
Parto de que, en grandes líneas, existen dos modelos de cultura. La que aleja al espectador de su realidad, véase contemplativa. La que acerca al espectador a su realidad, véase meditativa. La primera nos ayuda a entretenernos. La segunda nos ayuda a reflexionar. Así pues en el arte encontraremos una tendencia más decorativa que nos permite olvidarnos de nuestros problemas y otra más reflexiva que nos permite entender y afrontar nuestros problemas. Ninguna es mejor o peor. Cada una tiene su momento y su lugar de ser.
Es muy bonito pintar una pared decorativa en un colegio, pero más bonito aún es pintar una pared que participe en la educación de los niños de una manera activa.
Así pues, ante la invitación a pintar una pared en el colegio Bernat Artola de Castellón, mi planteamiento fue hacer una pintura inclusiva en la que los verdaderos protagonistas fueran ellos, los niños. Propuse entonces hacer un taller con algunos de los alumnos de último curso. El taller consistió en una versión moderna del teléfono roto, un juego en el que se parte de un mensaje concreto que va filtrándose y descomponiéndose conforme pasa de uno a otro de los jugadores. En este caso, los mensajes eran imágenes que previamente había seleccionado para los niños: un dinosaurio, el gato Félix, el elefante Dumbo, bailarines, o incluso una mano saludando, entre otras muchas.
Cada alumno parte de una imagen y tiene que interpretarla en una hoja a parte. Después de unos minutos, se retiran las imágenes originales y los alumnos pasan sus dibujos al compañero que tienen a su derecha. Ahora tienen que interpretar el dibujo de su compañero. Esta secuencia se repite cinco o seis veces, de tal forma que las imágenes originales van cambiando filtradas por la imaginación y la creatividad de los niños.
Como reflejo de esta experiencia, me propuse continuar dos de las series de dibujos realizadas por los niños, dibujando el resultado en dos de las paredes del colegio. La elección de estos dibujos no fue aleatoria. Decidí escoger aquellas que pienso que mejor se adecuaban formal y conceptualmente a las paredes disponibles. Una mano saludando al exterior. Un dinosaurio en el patio de juego.
El resultado no son paredes bonitas, contemplativas ni decorativas. Son más bien paredes experimentales, reflexivas y participativas. Son solo parte de un proceso en el que los protagonistas han sido ellos, los niños. Son solo parte de una apuesta por una educación no impositiva, en la que los niños tengan voz y puedan participar, aunque sea simbólicamente, de la construcción de su colegio y de su futuro.
Son muchas las voces que se han ofendido ante tal ejercicio. “Parece un dibujo inacabado, malhecho, incomprensible y de mal gusto para representarse en la fachada de un colegio”.
La imagen de la mano, a la que se hace referencia, no es la imagen de una mano. Es la espontaneidad y la inocencia de un niño; quizás también de varios niños; quizás también de un pintor de murales que entiende que ellos, los niños, tienen todo que enseñarnos.
La pared de la fachada principal del colegio Bernat Artola no es una pintura, es la voz de un niño que habla. Sus palabras no son eruditas, ni grandilocuentes, ni intelectuales y sin embargo contienen la esencia vital de aquello que todavía no llegó a corromperse. Dejemos que los niños hablen porque sus palabras esconden las verdades incómodas de todo lo que no queremos ver.
Dicho esto, es mi responsabilidad como artista tomar en consideración las consecuencias de mi trabajo. Ya antes había propuesto ejercicios similares en otras instituciones sin mayor controversia, por lo que nunca imaginé que esta intervención fuera a despertar polémica alguna. Aún si mi ejercicio parte de la mejor de las intenciones, entiendo que esto a veces no basta para lograr llegar a buen puerto. Al final lo mas importante es que los niños y profesores del colegio se puedan sentir orgullosos de su pared. Así pues, si estos deciden borrar o modificar la pintura propuesta, estoy feliz de cederles la retribución económica que debía percibir por mi trabajo para que encuentren una mejor solución con la que se identifiquen.
Escif, abril de 2019