Dignificación del espacio, escaparate artístico, muro de expresión o la correa para transmitir los valores asociados hasta el tuétano (cocinado a fuego lento, chup chup) con la marca. Algunas de ellas, o todas ellas, son las funciones del muralismo gastronómico, la vertiente ilustrativa que hace de las paredes de restaurantes y cafés un lienzo en desarrollo. No abrirás un bar sin tu mural.
La fachada de la antigua casa de vinos de Batiste, en el popular barrio valenciano del Canyamelar, reabría hace apenas un par de años bajo el nombre de Anyora, en un deseo de recobrar el pálpito social, la herencia gustativa. La fachada era un buen soporte para señalizarse y mostrar las intenciones. El estudio de diseño Estudio Merienda y el artista Javier Pastor deslizan el deseo inicial de su obra: «Al tratarse de una bodega como las de toda la vida, y tener una fachada tan maravillosa, se quería reflejar en ella el espíritu de los antiguos comercios con rótulos y publicidad en sus fachadas invitando la clientela a entrar mostrando sus productos».
El dibujo de línea aplicado a pincel con pintura plástica a un color, el verde Anyora, dio el efecto de derribar la pared y mostrar, sin mostrar, qué había dentro. Durante dos días en la proyección y una tres en la producción, y teniendo en cuenta las horas de luz («y la gente del barrio que se paraba a preguntar»), confeccionaron un mural que ya es parte de los emblemas del área. «Al estar ubicada en pleno barrio del Canyamelar, queríamos representar de alguna manera la xafarderia del barrio, e imaginar la fachada como si viésemos el interior de la bodega desde la misma. A través de una mirilla. Mostrar el contenido con el contenedor. Para que la gente antes de entrar, se hiciese una idea de lo que podía encontrar dentro y la propia fachada les incitase a adentrarse».
Cerca de allí está Fumyferro, un restaurante que ha hecho de sus brasas una distinción espontánea y cuya área de patio tomó otro cuerpo a partir de las actuaciones de Freskales y Mentalink y la crew TOS. «Nos dimos cuenta de que teníamos un buen producto pero nos faltaba una imagen, darle rollo. El Streetfood by Fumiferro da a un parking de coches. Eso tenía su complicidad, así que necesitábamos darle ese toque que lo integrara todo. Por eso decidimos pintar la fachada y darle un poco de color. Dio la casualidad que un día hablándolo apareció Zedre, una fundación encargada de hacer murales artísticos por toda Valencia. Así que no lo dudamos».
La intervención explicitó toda esa carga de nuevos atributos: «Un estilo callejero, atrevido y alegre. Quisimos dar color a una zona del Cabanyal que hasta ese momento se consideraba un poco gris. En todos los aspectos». El graffiti hizo el resto 30 horas después.
Viaje al cogollo de la Valencia central. Poppyns es un espacio híbrido entre comercio y café, una tienda de conceptos destinada, también, a honrar el buen diseño. En las paredes de su café, de vegetación frondosa, trepan los colores de obras de ilustradoras como Gisela Talita o Miriam Ferrer.
«Por seguridad y normativa nos obligaban a tener los silos llenos de agua dentro del espacio y nos dimos cuenta que si los pintábamos en un color claro podían actuar como un lienzo en blanco, listo para ser intervenido por diferentes artistas. Y lo mismo con los escaparates. Así surgió la idea de que cada cierto tiempo fuese intervenido por un o una artista diferente de la ciudad y con ello tendríamos una excusa para darle una nueva vida a la zona de terraza simplemente cambiando el estilo de la ilustración. La primera se hizo coincidiendo con la inauguración de Poppyns y la segunda fue a los 6/8 meses. Y esa es la idea; ir cambiándolo y crear así una acción periódica y efímera», cuentan desde Poppyns.
Su artista más reciente, Gisela Talita, empleó pintura acrílica a lo largo de cuatro jornadas, encaramada al andamio («que además era bastante alto, me asomaba y tenía un poco de vértigo, pero era una sensación maravillosa estar pintando desde allí arriba»).
El trabajo, razona Talita, tenía como intención «transmitir la sensación de estar dentro de un jardín tropical. Los silos del patio tienen una altura de unos cuatro y cinco metros, y quise aprovechar esta verticalidad ilustrando unas palmeras a escala real, cañas de bambú, lianas, la palmera cocotera, una platanera, la cacatúa y el tucán… estos elementos hacen que los silos desaparezcan y que te integres en un espacio donde prima la naturaleza, tanto la real como la ficticia del mural».
El muralismo se ha quedado con la sala.