Tomamos una Moleskine y la abrimos por la primera página. Esto se hace con lentitud o con decisión, indistintamente. Yo lo hago con rabia. Con los ojos cerrados, si se desea, pasamos los dedos por el papel mientras atrapamos alguna historia, un concepto o una imagen emocionante. Ya la tenemos. Calma. Hojeamos el resto del cuaderno para comprobar que nadie ha estado antes allí. Nadie. Regresamos al principio y nos detenemos, de nuevo, a mirar el papel. Quieto. En un cuenco mediano mezclamos tinta de diversos colores con el pensamiento que habíamos capturado antes. Le añadimos unas líneas de caligrafía, acuarelas, manchas anónimas, fotografías, gestos, intenciones, dibujos a mano alzada y cualquier otra cosa que nos divierta a nosotros y también a las otras cosas que hay en el cuenco. Ahora si. Vertemos toda esa mezcla en nuestra Moleskine, empezando por la primera página y así, sucesivamente, hasta la última. Sin detenernos. A veces con intención y otras por casualidad esa mezcla pasa imprevisiblemente de una página a la otra provocando efectos inesperados. Una colaboración entre la Moleskine y yo. Cuando empezamos ya no hay tregua. Hasta el final. Cuando acabamos nos sentimos bien pero hemos descubierto que hay que empezar otra vez. Tomamos una Moleskine y la abrimos por la primera página.