Un siglo después de su muerte, la figura del impresor y tipógrafo que modernizó las artes gráficas españolas sigue viva en los tipos, las máquinas y las fachadas que aún conservan su nombre en Madrid.

Hay nombres que no se apagan con el tiempo, sino que se imprimen en él. Richard Gans es uno de ellos. A cien años de su muerte —ocurrida el 9 de octubre de 1925— su rastro sigue visible en los talleres que aún conservan sus matrices, en los catálogos de tipos que marcaron el lenguaje visual de la España moderna y en el edificio industrial de la calle Altamirano, en Madrid, donde el olor a plomo y tinta fue, durante décadas, el pulso del oficio gráfico.
Nacido en Karlsbad (actual Karlovy Vary, República Checa) en 1846, Gans llegó a Madrid en 1874 como representante de fabricantes de maquinaria europea. Lo que empezó como un negocio de importación de material tipográfico se transformó pronto en una de las fundiciones más importantes del mundo hispano. En 1878 abrió su primera imprenta en la calle Campomanes, y apenas unos años después viajó a Alemania para adquirir las máquinas y el conocimiento que le permitirían fabricar tipos propios. Así nació la Imprenta y Fundición Tipográfica Richard Gans, una empresa que, durante casi un siglo, proveyó de letras y maquinaria a imprentas de España y América Latina.

De Campomanes a Villanueva, y finalmente a la calle Princesa 61–63, la fundición creció hasta ocupar más de 2.000 metros cuadrados y emplear a 160 trabajadores. A finales del siglo XIX, Richard Gans ya no solo importaba prensas o distribuía insumos: fabricaba tipos móviles, maquinarias, punzones, matrices y moldes con una calidad que rivalizaba con las grandes casas alemanas. Su catálogo incluía alfabetos romanos, góticos, ornamentales y decorativos; orlas, marcos y adornos; incluso composiciones completas para carteles o cabeceras de prensa.
Bajo su dirección, la fundición dotó de carácter tipográfico a una época. Fue proveedor de la primera rotativa del diario ABC y de las prensas de imprentas de referencia en Madrid y Barcelona. Gans entendió antes que muchos que la modernidad pasaba por la mecanización, por la precisión del acero y por una mirada artística que no descuidara el detalle.
El complejo de la calle Altamirano, levantado en 1911 y conectado con las instalaciones de Princesa, fue durante décadas un emblema de la industria tipográfica española. Sus fachadas de ladrillo, vigas de hierro roblonado y ventanales industriales aún sobreviven, y fueron declaradas Bien de Interés Cultural por la Comunidad de Madrid en 2023. Como señalaba la resolución oficial, «documenta históricamente la estructura y organización de la industria de las artes gráficas en el Madrid de finales del XIX».
De la imprenta al arte tipográfico
El salto de importador a fabricante no solo cambió la economía del negocio: inauguró una cultura visual. En las primeras décadas del siglo XX, la fundición Richard Gans empezó a colaborar con diseñadores y grabadores de renombre. Entre ellos, el alemán Carl Winkow —o Carlos Winkow, como se le conoció en España—, autor de tipos como Elzeviriano Ibarra (1931), Antigua Progreso, El Greco o Gótico Cervantes. Sus alfabetos marcaron la transición hacia un lenguaje tipográfico moderno, adaptado al uso editorial y comercial, y a la vez profundamente español.

Tal como publicamos en Gràffica, una parte de aquel legado fue recuperada en un proyecto impulsado por Sudtipos, richardgans.xyz con la participación de diseñadores como Bianca Dumitrascu, Ale Paul y Nico Amatéis. La iniciativa busca rescatar y digitalizar parte del catálogo histórico de la fundición, «culminando con la producción de una colección tipográfica que devuelva al presente la belleza del plomo».
Gans había fallecido mucho antes de esa revolución, pero su influencia perduró. En palabras del historiador tipográfico José María Ribagorda, «el catálogo de la fundición Gans fue un espejo de la modernización industrial española: detrás de cada tipo había una idea de país, de progreso, de industria nacional».
Guerra, pérdida y reconstrucción
El 9 de octubre de 1925, Richard Gans murió en Madrid dejando una empresa sólida, reconocida y admirada. Lo que vino después fue un siglo convulso. Tras su fallecimiento, el negocio quedó en manos de su apoderado, Mauricio Wiesenthal, y más tarde de sus hijos Ricardo, Manuel y Amalia. Pero el estallido de la Guerra Civil destruyó buena parte de lo construido: Ricardo y Manuel fueron asesinados en los primeros meses del conflicto, y la fundición fue colectivizada bajo control de la CNT. Parte de sus talleres se dedicaron a fabricar munición; otras áreas fueron saqueadas o arrasadas.

Terminada la guerra, Amalia Gans emprendió la reconstrucción junto a Reinaldo Leger Tittel, técnico alemán que había trabajado en la empresa desde 1917. Contra todo pronóstico, consiguieron reactivar la producción y mantener viva la marca en los años cuarenta y cincuenta. La fundición sobrevivió aún varias décadas, adaptándose lentamente a la mecanización y al offset, hasta su cierre definitivo en 1975.
A pesar de su desaparición industrial, la imprenta Gans nunca se borró del imaginario gráfico. Durante los años de la transición, muchos talleres españoles seguían fundiendo con matrices suyas. Algunos de sus alfabetos aún se conservan en imprentas artesanales y en colecciones particulares.
El legado familiar y la memoria viva
Hoy, un siglo después, el nombre de Richard Gans continúa ligado a la idea de tipografía como cultura. Su nieto José Antonio Gans, custodio del archivo familiar, ha dedicado años a conservar las matrices, punzones y catálogos originales. «No heredamos letras muertas —ha dicho en más de una ocasión—, heredamos un lenguaje».
Gracias a ese empeño, buena parte del fondo tipográfico ha sobrevivido y forma parte de colecciones particulares y fondos institucionales. En el ámbito académico, la Escuela de Arte Diez y otras instituciones han incorporado su estudio a los programas de historia del diseño.
La memoria de Gans también late en las calles: el conjunto industrial de Altamirano y Princesa —el único complejo de fundición tipográfica conservado en Madrid— se ha convertido en un símbolo del patrimonio gráfico español. La Comunidad de Madrid lo describe como «testimonio de una forma de producción donde la técnica, la artesanía y el arte convivían en equilibrio».
Letras que aún respiran
En un tiempo dominado por la inmediatez digital, la historia de Richard Gans recuerda que las letras no nacieron para ser efímeras. Cada punzón, cada molde, cada catálogo era el resultado de una inteligencia colectiva: de fundidores, grabadores, mecánicos, correctores, dibujantes y tipógrafos.
Su centenario no es, por tanto, una efeméride nostálgica. Es una oportunidad para volver a mirar la tipografía como una expresión de cultura material. Aquella que, como escribió el propio Gans en uno de sus catálogos, «debe perdurar más allá de las modas, porque en la forma de las letras se escribe también la historia de los pueblos».
Cien años después, ese propósito se ha cumplido. Las letras de Richard Gans siguen vivas: en los libros impresos, en los talleres que aún usan sus matrices, y en la memoria de todos los que entienden el diseño tipográfico no solo como una técnica, sino como una forma de permanencia.
Actualizado 09/10/2025