PwC ha presentado un cambio en su identidad visual que, más allá de lo que anuncia su comunicación oficial, no supone un rediseño profundo sino un leve retoque gráfico acompañado de una operación de reposicionamiento global. La firma, una de las más grandes del mundo en servicios profesionales, ha simplificado su símbolo y adoptado el naranja como nuevo color corporativo. Pero ni la estructura del logotipo ni su tipografía han sufrido variación alguna. Un movimiento que habla más de marketing que de diseño.
Más narrativa que cambio
La marca mantiene su composición tipográfica intacta —esas minúsculas “pwc” sin apenas carácter, funcionales, sobrias y sin matices—, pero sustituye su símbolo anterior, compuesto por una serie de formas superpuestas de varios colores, por una figura geométrica mucho más esquemática y monocroma. Esta “marca de impulso”, como la denominan, se representa en color naranja y pretende visualizar el acompañamiento que PwC ofrece a sus clientes en procesos de transformación.
El resultado, sin embargo, dista de ser un rediseño con entidad propia. La modificación no aporta ni una nueva personalidad ni un nuevo lenguaje visual. Ni siquiera se percibe una evolución significativa. El símbolo pierde complejidad, gana limpieza, pero también deja atrás cualquier elemento visual distintivo. Es un cambio de símbolo, sí, pero difícilmente puede hablarse de un nuevo logotipo.
Un logo que nunca superó al original
Este nuevo gesto visual vuelve a poner en evidencia una realidad que muchos diseñadores comparten desde hace años: el mejor logotipo de PwC sigue siendo el primero. Aquel compuesto por las tres palabras “Price Waterhouse Coopers” en mayúsculas, con una tipografía serif incisa, elegante y apelotonada. Un bloque compacto, de ritmo impecable y personalidad indiscutible. Transmitía fuerza, autoridad y una sofisticación que hoy parecen olvidadas en favor de la neutralidad y la asepsia visual.
Aquel logotipo tenía algo casi aristocrático, cercano al emblema de una marca de automóviles de lujo. Un Rolls Royce de la consultoría. Pero al simplificarlo hasta dejarlo en tres minúsculas sin alma —pwc—, la marca perdió buena parte de su carácter. Y con este último retoque, más que reinventarse, confirma una deriva hacia lo genérico.
Una campaña ambiciosa para una marca que apenas cambia
La actualización visual se acompaña, eso sí, de una de las mayores campañas de reposicionamiento que ha lanzado PwC hasta la fecha. Desarrollada por las agencias FutureBrand y McCann, la nueva estrategia se articula bajo el lema “So you can”, con una presencia internacional en exteriores, aeropuertos, prensa, medios digitales y experiencias interactivas impulsadas por inteligencia artificial.
En los próximos meses, la campaña se desplegará en los 157 países donde PwC opera, con el objetivo de reforzar su papel como aliado estratégico en tiempos de cambio. Es, sin duda, una apuesta potente en términos de comunicación. Pero nuevamente, el discurso va varios pasos por delante del diseño gráfico que lo soporta.
Reposicionamiento más que rediseño
Todo apunta a que lo que PwC necesitaba no era tanto un cambio visual como un relato actualizado. Una narrativa más cercana al mundo tecnológico, digital y veloz en el que operan sus clientes. La identidad gráfica apenas ha acompañado este reposicionamiento, y lo ha hecho de forma tímida, como si no se atreviera a cortar con el pasado ni a proponer un futuro visual propio.
Esto no quiere decir que el movimiento carezca de sentido. Como estrategia de marca, la actualización puede ser eficaz. Puede conectar con nuevas audiencias, reforzar el reconocimiento global y ofrecer herramientas narrativas a la organización. Pero el cambio gráfico, por mínimo que sea, no justifica por sí solo la atención que ha recibido. Y en términos de diseño, resulta difícil argumentar que este sea un nuevo capítulo para la marca.
PwC ha renovado su identidad visual sin arriesgar, sin transformar y sin replantear las bases gráficas de su logotipo. Ha elegido el naranja como color para el futuro y ha lanzado una campaña global de gran escala. Pero lo que queda es un símbolo simplificado, una tipografía repetida y una marca que no se atreve a ser otra cosa que lo que ya era.
En el fondo, es una operación de marketing —potente, sí— con el envoltorio de un rediseño. Un lavado de cara elegante, pero que no deja huella. Al menos, no como lo hizo aquel logotipo original, apelmazado, monumental, que sigue siendo, para muchos, el verdadero emblema de PwC. Porque a veces, cuando se borra tanto, lo que se pierde no es solo una forma: es el alma.